VIERNES 17 DE MARZO DE 2000

Testimonio de una artesana de Ocumicho

 

Pedir a Dios para crear diablos

María Rivera, enviada, Ocumicho, Mich. * Me llamo Carmela Martínez. Tengo 32 años. Mis figuras llevan abajo mi nombre y el de Ocumicho, donde vivo. La gente que llega me dice: "Mira, Carmela, tus figuras son las más bonitas, las más finas. šEres la mejor del pueblo!".

Mi papá fue Teodoro Martínez, él ayudó a Marcelino Vicente cuando empezó. Marcelino fue el primero que hizo los diablitos de barro, pero como no entendía castilla, mi papá lo acompañaba a las ferias a vender.

Mi mamá se llamaba María Guadalupe Álvarez, pero todos le decían "doña Lupi". Ella nos contaba que Marcelino le enseñó a hacer las figuras. El era un muchacho que andaba como muchacha, con las manos limpias, bien bañado, bien vestido él. Como era muy vacilón, mi mamá le tenía miedo. Cuando Marcelino se iba acercando a la casa, mi mamá escondía las figuras para que no le dijera que estaban feas. Pero con el tiempo le empezaron a salir bonitas.

Yo de chiquita veía cómo hacían los diablitos, pero no sabía hacerlos. No estudié mucho, me salí de la escuela cuando iba en cuarto. Me casé a los 14 años, como todas las muchachas de aquí. Luego luego se nos puso todo bien difícil porque no había dinero. No había con qué comprar las cosas y yo pensaba: Ƒqué voy a hacer? Mi mamá me dijo: "Ahora tienes que aprender a trabajar". Yo nunca había hecho un diablo. Cuando intentaba hacerlos no podía. Entonces le pedí a Dios creador que me diera sentido para que me salieran, y de a poquito me empezaron a salir.

Ahora la gente me conoce. Pero se necesita mucho trabajo para hacer bien las cosas. Uno tiene que pensar mucho en la cabeza qué es lo que va a hacer. Hay veces que mis hijos están haciendo ruido, y yo le digo a su papá que se los lleve a jugar afuera para que me dejen pensar. Si uno trabaja así nomás, esa figura no va a tener historia que contar. Además, cada pieza tiene que salir diferente. No pueden quedar así, tiesas, tienen que tener movimiento, como si fueran de verdad. No tiene chiste hacer las cosas que vienen en las revistas, uno debe hacerlas según su sentido...

Tengo dos hijos y una muchachita de 15 años. Ella aprendió desde chiquita, y ya hace cosas bien difíciles. Va a ser mejor que yo. Yo hago todo con las manos, pero de algunas figuras sí estoy sacando moldes por si me muero, que mi hija se quede con ellos: es lo único que le puedo dejar.

Tardo como ocho días con una figura de un diablo, con una última cena trece días, porque tiene que hacerse todo por separado: la cabeza, los pies, las manos. Uno no puede sentarse y hacerlo todo de un jalón. Ahora casi no nos costea hacer los diablitos. El bote de barro cuesta doce pesos, también tenemos que comprar agua para amasar, el resistol por si se les rompe un pedacito, y pinturas vinílicas surtidas para pintarlos. Además, los autobuses nos cobran caro, y ya no nos quieren levantar con las cajas: quesque ocupan mucho lugar.

Casi no vamos a las ferias porque luego no nos dejan poner nuestros puestos, porque dicen que los que hay son para los que participan en el grupo del PRI, y como nosotros trabajamos fuera de cualquier grupo... Fonart tampoco nos acepta las figuras. Sólo los que nos conocen vienen aquí a comprarnos. Vendemos de a una o dos piezas cada tanto. Tengo a todos los diablos envueltos en periódico para que no se empolven. A veces me desespero y le pido a Dios creador que nos ayude, y otras pienso que deberíamos irnos a trabajar en otra cosa a Tangancícuaro...




* La comunidad de artesanos purépechas enfrenta un futuro incierto


Los diablos de Ocumicho, en el infierno del olvido

* Las instituciones que compraban su producción alfarera han sufrido restricciones presupuestales

María Rivera, enviada, Ocumicho, Mich. * A Ocumicho lo persiguen los demonios del abandono y el olvido. Esta comunidad purépecha de 3 mil habitantes, que hace una década vivió momentos de gloria de la mano de sus irreverentes diablos de barro, tiene ante sí un presente y un futuro inciertos. Las instituciones encargadas del fomento artesanal, que compraban la mayor parte de la producción alfarera, han sufrido restricciones en sus presupuestos en los últimos tiempos. Y como los males nunca llegan solos, cada vez menos ''mexicanos y gringos'' se acercan a buscar figuras. De cara al nuevo siglo, este poblado michoacano sólo encuentra respuesta a sus problemas en la migración ''al norte''.

En 1989, con motivo del bicentenario de la Revolución Francesa, la promotora cultural Mercedes Iturbe propuso a un grupo de artesanas que interpretaran ųpor medio de figuras de barroų ese movimiento antimonárquico. La exposición se presentó en Francia y despertó grandes elogios. El crítico francés Jean Duvignaud consideró el trabajo de las autoras ''tan serio como el de los artistas contemporáneos''.

Años más tarde, en 1992, Iturbe organizó la exposición Ocumicho: arrebato del encuentro, para el Museo de Arte Moderno (MAM) de la ciudad de México. Esta propuesta colectiva, cuyo eje fue la Conquista, también tuvo gran éxito de crítica y de público.

Salir de la marginación parecía un sueño al alcance de la mano. Sin embargo, una década después el interés decayó. Las artesanas ven ahora cómo se empolvan los diablos en los rincones de las chozas, a la espera de que alguien los rescate del abandono. Algunas piensan dejar el oficio e irse a trabajar en el servicio doméstico a alguno de los poblados cercanos de la meseta tarasca.

Los hombres tampoco tienen ante sí un panorama despejado. La mayoría, apenas cumplidos los 14 años, buscan futuro en un norte al que no acaban de situar, y que a falta de coordenadas señalan con un gesto de la cabeza y la frase de ''por allá''. Por 600 dólares, que irán pagando en abonos, un coyote del pueblo los guiará a los campos agrícolas de California y Florida, sus principales destinos migratorios. Pasan del purépecha al inglés, muchas veces sin conocer bien el español ''de los mexicanos''.

Hasta fines de los años 60, esta comunidad indígena permaneció aislada. Atrás del pueblo, en la zona de lava, ubicaban al malpaís: ''Lugar en el que las víboras tienen alas, donde corre el corcobí, donde canta melancólicamente el tucuru y donde se refugia el diablo''. La única vía de comunicación con los pueblos de la región era una brecha. ''En ese tiempo, no queríamos ver a la gente de afuera'', cuenta Carmela Martínez, una de las mejores artesanas del pueblo. ''Las mamás nos decían que los que hablaban castilla eran robachicos, que quién sabe qué cosas hacían. Cuando aparecía alguno, šcorríamos a escondernos!''.

Por entonces, la agricultura era una de sus principales fuentes de ingresos, junto con la explotación maderera. Las mujeres producían pequeños juguetes de barro que intercambiaban por fruta o verdura en las ferias de la región. Pero llegó el mal destino, escasearon las lluvias y también las cosechas. La agroindustria, que empezaba a desarrollarse en la zona, dio empleo a algunos de los hombres. Pero no todos encontraron acomodo de jornaleros. La salida a esa crítica situación surgió en los primeros años de la década de los 60, de la mano de Marcelino Vicente, un joven huérfano que había crecido en casa de diferentes familias. A él se le considera el creador de los diablos de Ocumicho.

Cuenta la leyenda que un día, mientras caminaba por una cañada, se le apareció el diablo. Este lo retó a recrearlo en barro y Marcelino aceptó. Para hacerlo, utilizó la técnica de figuración libre, sin el uso de moldes, como tradicionalmente se hacía la alfarería del pueblo, sentando las bases para el desarrollo de este arte.

Pronto, los diablos de Marcelino cobraron fama en las ferias donde acudía a venderlos. Instituciones de fomento artesanal se interesaron por su obra, lo llevaron a exposiciones nacionales e incluso internacionales. La convivencia con las mujeres del pueblo le permitió trasmitirles sus conocimientos. Hoy en día todas dicen haberlo conocido y aprendido de él. Para describirlo recurren a metáforas. ''Era un solterito'', explica una. El dato cobra relevancia si se considera que los hombres del lugar se casan a los 16 años. ''Andaba con las manos limpias, bien bañado él'', menciona otra, para diferenciarlo del resto de los hombres dedicados a las faenas del campo. ''Hacía tortillas, y a veces se vestía como una muchacha'', agrega la más explícita.

Pero la vida de Marcelino no fue larga: en 1968 murió asesinado por unos madereros de Uruapan, en una riña de cantina. Hasta ahí podría haber terminado esta tradición. Pero su acompañante y traductor ųMarcelino nunca aprendió castillaų, Teódulo Martínez, fue alentado por los clientes para que siguiera haciendo los diablos. Este pidió a su mujer que pusiera en práctica lo aprendido. Pronto doña Lupi y sus hijas eran todas unas expertas en el modelado de diablos. Poco a poco las mujeres del pueblo siguieron el ejemplo, al advertir que las figuras les procuraban nuevos ingresos. Así fue como empezaron a narrar, ''según su sentido'', la vida del pueblo y todo aquello que lo afectaba, poniendo como testigos a los diablos.

Instituciones oficiales, como el Banco Nacional de Fomento Cooperativo (Banfoco), y más tarde el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart), impulsaron la obra de estas artesanas e influyeron para que incorporaran nuevas figuras, motivadas fundamentalmente por fiestas religiosas. Sin embargo, paralelo a estos motivos, también surgieron los diablos non santos. Esos que ponían en práctica cuanta fantasía cabe en su demoniaca imaginación. Hay dos hipótesis sobre los diablos ''cogelones'': una dice que fueron los turistas quienes llevaron revistas pornográficas para que las artesanas copiaran los devaneos. Otra asegura que es una expresión genuina del arte popular. Lo cierto es que no hay asomo de rubor al aceptar su elaboración. Eso sí, comentan quienes las realizan, ''las hacemos de noche para que los niños no las vean, eh''.

Estudiosos del fenómeno Ocumicho explican la receptividad de las artesanas para trabajar nuevos temas, por lo reciente del oficio no había tradición que defender. Con el tiempo, el interés por el arte de esta comunidad, que motivó investigaciones y sedujo a muchos intelectuales, se ha perdido. Los artesanos explican esta situación ''porque los diablitos se han choteado''. Además, las organizaciones oficiales que los apoyaban han sufrido ajustes presupuestales que las ha hecho restringir sus compras. Un ejemplo de esto es Fonart. Su director de Comercialización, José Herrera, admite que los recursos estuvieron estancados hasta 1998. Sin embargo, comenta que el año pasado mejoró algo el panorama. Sus datos indican que el promedio nacional de compras de la institución varía de año en año, pero que es de 8 millones de pesos anuales aproximadamente, 20 por ciento de los cuales se invierten en Michoacán. De 1996 a 1998, la cantidad que se destinó a Ocumicho fue de unos 25 mil pesos anuales. El año pasado el gasto ascendió a 28 mil 783 pesos. Pese al incremento, si se divide esa cantidad entre las 300 familias dedicadas a la artesanía, las cifras no son nada alentadoras.

Los cambios en el panorama político del país también han influido. Según Leonardo Mulato, anterior dirigente municipal, de filiación perredista, los 12 años en que la gente del pueblo ha votado por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), le fueron cobrados. ''Los pocos apoyos gubernamentales que llegan, como una camioneta de doble rodada que entregó el gobierno estatal para que sacáramos las figuritas a los mercados, se los apropiaron los priístas dirigidos por Emilio Badillo''.

Mateo Víctor Vidal, dirigente de los artesanos afiliados al PRD, no ve salida a la situación: ''Lo que ganamos haciendo figuritas apenas alcanza para sobrevivir''. Explica que la situación se complica porque las resecas tierras comunales sólo producen maíz ''para el gasto'', y de la explotación maderera, ni esperanza. ''Ya se acabó el monte''. Por lo pronto, él espera resolver su situación yéndose a California con tres de sus hijos, y así mantener a los que se quedan.

Su suegra, doña Bárbara Jiménez, una mujer de más de 80 años, cuenta que acaba de ir a la feria de San Luis Potosí. Ganó mil 300 pesos en los 18 días que estuvo ahí. ''Pero hay que pagar dónde quedarse y la comida. Para ganar tantito más, a veces dormíamos en la calle y comíamos lo que nos regalaban. No sale. No nos queda nada'', explica.

Carmela Martínez también señala que los artesanos afiliados al Partido Revolucionario Institucional (PRI) bloquean la distribución de los que no están en esa organización. ''Nosotros trabajamos fuera de cualquier grupo y también nos va mal. Vendemos una o dos piezas de vez en cuando. Si las seguimos haciendo es porque luego vienen los que nos conocen y ni modo de no tenerles algo. Pero casi no costea hacer las figuras, porque el barro se puso muy caro. Yo a veces pienso dejar esto, éh".

Frente al domicilio de Emilio Badillo, representante de los artesanos priístas, está estacionada una vieja camioneta de doble rodada cubierta por una raída lona. Es el transporte que les permite a los priístas ir a vender los diablos a las ciudades. Pero sólo a ellos. La mayoría de la gente del pueblo ųque no puede pagar los diez pesos del viaje en combi hasta Patambán, el poblado más cercanoų queda al margen de la comercialización. En ese contexto, tener ''un carro para ir lejos'' o no tenerlo, marca la diferencia entre ser afortunado y no serlo.

Pero ni el mismo Emilio Badillo siente que las cosas marchan bien para su gente. ''Fonart y la Casa de las Artesanías de Morelia casi no nos están comprando, antes sí convenía hacer diablitos, ahora no, éh''.

Leonardo Mulato clama por mayores apoyos. Señala que el barro que utilizan las alfareras, que anteriormente podían recoger de manera gratuita en San José de Gracia, ahora los comuneros de ese pueblo lo venden a 12 pesos la cubeta, y las pinturas de esmalte también han aumentado de precio. ''Hace falta más ayuda de las instituciones oficiales, si es que no quieren que se pierda esta tradición''.

Durante el fin de año regresan los hijos ausentes a su pueblo. Grupos de cholos purépechas recorren las calles con sus característicos pantalones holgados y camisetas sueltas con la Virgen de Guadalupe estampada en la espalda. Al hombro llevan una grabadora en la que escuchan a los integrantes del grupo La Mafia, ídolos de los migrantes.

Tampoco faltan los grupos de jóvenes tomando cervezas, que oyen a los recién llegados del ''fil''(campo) narrar todo lo que se puede lograr en ''el norte'', un lugar incierto que sitúan más allá del malpaís, y a donde también quieren llegar los diablos de Ocumicho, trepados sobre los camioncitos de barro que tienen como destino California o Florida, eh.