Miguel Concha
Pedir perdón
La prensa se hizo amplio eco con razón de la petición a Dios de perdón que en representación de toda la Iglesia hizo solemnemente el papa Juan Pablo II, durante la celebración eucarística del domingo pasado, en la denominada "Jornada del Perdón". El hecho religioso es en sí extraordinario dentro del catolicismo, sobre todo si se toma en cuenta que desde el año 1300, en tiempos del papa Bonifacio VIII, en ninguno de los jubileos celebrados se ha tenido una conciencia institucional de eventuales culpas del pasado, ni de la necesidad de pedir perdón a Dios públicamente por los comportamientos del pasado próximo o remoto. Más aún, como explica el propio Vaticano en el documento Memoria y Reconciliación: la Iglesia y las Culpas del Pasado, publicado con la aprobación del mismo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, en la historia entera de la Iglesia no se encuentran precedentes de peticiones públicas de perdón relativas a culpas del pasado, que hayan sido formuladas por las autoridades de la Iglesia, y han sido muy raras las ocasiones en las que éstas (Papa, obispos y concilios) han reconocido abiertamente las culpas o los abusos de las que ellas mismas se habrían hecho culpables. Según los historiadores, el antecedente más remoto habría que ubicarlo el 25 de noviembre de 1522, cuando el papa Adriano VI, el último predecesor no italiano de Juan Pablo II, dirigió un mensaje a la Dieta de Nurenberg, en el que deploraba las culpas de sus inmediato antecesor León X y de su curia, pero sin asociar todavía a ello una petición de perdón. Juan Pablo II por cierto citará en múltiples ocasiones a este papa alemán y holandés, apoyándose en él para sus propias demandas de perdón.
Como afirma Luigi Acca- ttoli en su libro Mea culpa. Cuando el Papa pide perdón, publicado en 1997 por la editorial Grijalbo de Barcelona, habría que esperar 450 años para que los papas vencieran su resistencia, muchas veces incluso justificada ideológicamente, a la autocrítica. El 29 de septiembre de 1963 el papa Pablo VI inauguró en efecto la segunda sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II con un discurso en el que públicamente pedía "perdón a Dios (...) y a los hermanos separados" de Oriente, por los hechos que culminaron en 1054 con los anatemas entre oriente y occidente, declarándose además dispuesto por parte suya a perdonar las ofensas recibidas.
Sin embargo, como documentadamente explica el último autor citado, quien en su libro recoge hasta septiembre de 1996 noventa y cuatro textos en los que el papa Juan Pablo II ha reconocido públicamente culpas históricas de la Iglesia, o pedido perdón, utilizando además en 25 de ellos la expresión "yo pido perdón" u otra equivalente, es quizás esta purificación religiosa y moral de la memoria histórica de la Iglesia, por medio de un reconocimiento expreso de las culpas objetivas que pesan sobre la conciencia colectiva de la comunidad, y en vistas a un cambio notable de actitud y de comportamiento, el fruto más maduro de este pontificado y su herencia más viva. Prueba de ello es que en su Carta Apostólica sobre el próximo milenio (Tertio milennio adveniente), del 10 de noviembre de 1994, Juan Pablo II proponía ya con palabras enfáticas que la celebración católica del Jubileo del Año 2000 fuera la ocasión para una purificación de la memoria de la Iglesia de "todas las formas de contratestimonio y de escándalo" que se han sucedido en el curso del milenio pasado.
El documento vaticano arriba mencionado explica igualmente en qué consiste para la Iglesia esta "purificación de la memoria". "Esta consiste -afirma- en el proceso orientado a liberar la conciencia personal y común de todas las formas de resentimiento o de violencia que la herencia de culpas del pasado puede habernos dejado, mediante una valoración renovada, histórica y teológica, de los acontecimientos implicados, que conduzca, si resultara justo, a un reconocimiento correspondiente de la culpa y contribuya a un camino real de reconciliación. Un proceso semejante puede incidir de manera significativa sobre el presente, precisamente porque las culpas pasadas dejan sentir todavía a menudo el peso de sus consecuencias y permanecen como otras tantas tentaciones hoy en día".
ƑCómo recibirán los sectores más tradicionalistas de la Iglesia esta actitud realmente cristiana, profética y evangélica? ƑLa sabrán proseguir en sus vidas para una verdadera conversión?