SABADO 18 DE MARZO DE 2000

* El día 22 se abrirá retrospectiva del artista en el Museo de Arte Moderno


Si es imposible hacer el amor todo el el día, mejor pinto: Sergio Hernández

* Incluye casi un centenar de obras de pintura y cerámica creadas entre 1982 y 1999

* Con Toledo, relación entrañable propiciada por la defensa común del patrimonio de Oaxaca

Merry Mac Masters * Para Sergio Hernández (Huajuapan de León, Oaxaca, 1957), hablar de una escuela oaxaqueña de pintura es un tema que ''empobrece en vez de enriquecer". Nombrar así a un grupo o a un tiempo, resta posibilidades de abrirse y permitir la confrontación, incluso, con los mismos contemporáneos de uno. Al respecto, el artista dice:

''La verdad es que me hice en la ciudad de México, a donde llegué a los nueve años. Crecí en los Sergio Hern‡ndez y Francisco Toledo, en una fotograf’a de Graciela Iturbide, incluida en el cat‡logo de la muestra barrios, me formé en San Carlos, en La Esmeralda, con un grupo de amigos y pintores como Roberto Parodi y Germán Venegas.

''Venegas y yo vivíamos en la colonia 20 de Noviembre e íbamos al taller infantil. Me formé con mi generación. No hablo de Oaxaca ni de la escuela oaxaqueña; mi formación ha sido otra y me cuesta mucho hablar porque no la conozco muy bien."

 

Espontáneos, los

nexos con Oaxaca

 

Los comentarios de Hernández ocurrieron en el Museo de Arte Moderno, donde el día 22, el artista abrirá una retrospectiva de 91 obras de pintura y cerámica realizadas entre 1982 y 1999, que ocupará dos salas del Museo Rufino Tamayo. Para esto, Jaime Moreno Villarreal, autor de un texto del catálogo, había contrastado el arte de Tamayo con el de Hernández.

A decir del crítico, a partir de la Segunda Guerra Mundial la pintura de Tamayo se caracteriza por su visión del universo como la de un hombre que alarga el brazo hacia las estrellas para trascender. Esta ''situación de umbral" de Tamayo, dijo, se contrasta con la de abismo de Hernández. En el caso de este último, ''ya no es la opción hacia lo ilimitado, cósmico, sino hacia la caída".

El inframundo en la obra de Hernández partiría precisamente de esta especie de ''defenestración del pintor ante la tela, es decir, se está volcando, cayendo".

Miguel Cervantes, curador de la exposición, expresó su gusto porque Moreno Villarreal haya trazado un paralelo entre Tamayo y Hernández, porque ''se habla con frecuencia de una pintura oaxaqueña". Sin embargo, hay que saber si dicha idea es ''algo real o una tradición que se inicia".

Hizo votos para que la presente muestra contribuya a una reflexión en este sentido, ya que ''en este siglo hay tres distinguidos artistas, Tamayo, Toledo y Hernández que han aportado algo muy importante a la cultura moderna del país. Habría que ver realmente esta relación y constatar si en estas singularidades se pudiera hablar ya del inicio de una tradición o el reconocimiento franco de una tradición oaxaqueña como un mundo aparte dentro de nuestro universo en México".

Hernández, a su vez, ve su relación con su realidad oaxaqueña como espontánea y natural. Y Moreno Villarreal habría señalado que la situación del inframundo y la caída en la obra del pintor se remite a algo muy presente en la tradición prehispánica que pervive, la enorme vinculación que tiene la familia y el hombre con sus muertos, específicamente, el hecho de que los enterramientos en Mesoamérica se realizaban debajo de las casas familiares. De modo tal que el hombre en vez de concebir que su futuro estaba en un cielo o en la integración al cosmos, sabía que su futuro trascendente estaba ya situado en una cámara debajo de su propia casa. De ahí que sus series sobre el apocalipsis y el Popol Vuh ''son mociones hacia el inframundo", como lo podrían ser también sus series sobre el circo, porque su abuelo se precipitó, en un circo de pueblo, de la cuerda floja y cayó en un tambo encendido con que se alumbraba, y murió calcinado.

El azar juega un papel principal en la obra de Hernández. Dentro de todo esto, ''quizá haya un intento por hablar de tatuajes personales, de mi infancia, de mi familia, de mi pueblo, de mi vivencia en los barrios; de anécdotas, por ejemplo, como los anafres en los prostíbulos. Las prostitutas ponen agua en unas cubetas en los anafres para hacerse el aseo después de hacer el amor. Eso como una imagen es muy fuerte. Después de 25, 28 años, afloran los anafres en los cuadros de una manera muy natural".

 

De frente, imposible escapar

 

Hernández volvió a Oaxaca en 1987, lo que coincidió con el regreso de Europa, de Francisco Toledo y otros pintores oaxaqueños. Sobre Toledo dijo: ''La primera vez que lo vi fue en París, por un amigo pintor, también oaxaqueño, Alberto Ramírez. Me acuerdo que nos invitó a un restaurante de chinos. Lo que quería era conocerlo, preguntarle muchas cosas. El era introvertido, muy callado. Lo vi en Oaxaca de nuevo cuando llegué allí. Lo que nos unió mucho es que formamos un patronato para la defensa del patrimonio con otros compañeros pintores, amigos y la sociedad civil. Eso nos ha dado una relación entrañable de amigos".

Sobre el contacto físico que le gusta guardar con su pintura, Hernández apuntó que de ser con la mano, es una relación inmediata. Continuó: ''Estar frente a frente con la tela es como estar frente a frente con la pareja. Es la única manera de acercarse. De lado, no, de lado se camina. El pincel es como caminar al lado de alguien. Pero, de frente hay un contacto muy directo que no me permite escaparme".

Se podría decir, preguntó una colega, Ƒeso es como hacer el amor con la obra? Y Hernández contestó riéndose:

''Prefiero hacer el amor con una mujer, que con la obra... 'Vaya, en el sentido metafórico'. 'ƑTan intenso? No, no, no, qué va. En realidad pinto porque... yo me la pasaría todo el día más bien haciendo el amor con una mujer, pero como no es posible, mejor me pongo a pintar.'"

Miguel Cervantes advirtió acerca de la dificultad de conocer a fondo la obra de Hernández, porque tiene muchos seguidores y su trabajo sale del estudio directo a las manos de coleccionistas privados.