SABADO 18 DE MARZO DE 2000
* Siete escultores *
* Alberto Blanco *
Este domingo al mediodía en el camellón de Reforma-Gandhi será inaugurada la singular exposición Escultura, primavera 2000, que como dimos a conocer con anticipación en este espacio, forma parte de los festejos auspiciados por el Gobierno del Distrito Federal por la llegada de la estación más brillante del año. Para elongar tal primicia, entregamos ahora a nuestros lectores el primero de los nueve episodios del texto que formará parte del catálogo de dicha muestra. Su autor, el poeta Alberto Blanco, es reconocido por la relevancia de su pensamiento crítico en las artes visuales contemporáneas.
La escultura es esa rama de las artes visuales que está dedicada especialmente a la creación de formas expresivas en tres dimensiones.
Leonard R. Rogers
Introducción
Para intentar hablar de la escultura en el año 2000 debemos entender, primero que nada, que estamos hablando de un arte que, hoy por hoy, se encuentra involucrado en un proceso de continuo cambio y crecimiento. La escultura extiende de día en día tanto los límites de sus actividades, como, por supuesto, los de los objetos que produce. Quiero, pues, comenzar este ensayo dedicado a las obras recientes de siete escultores contemporáneos mexicanos o avecindados en México, diciendo que la escultura no es ya, en nuestro tiempo, un término que pueda considerarse fijo y perfectamente delimitado; un término que pueda aplicarse sin mayores problemas a una categoría circunscrita de objetos y/o de actividades. Y es que, al hablar o escribir acerca de la escultura a principios del siglo XXI, debemos tener en cuenta que este término tiene ahora un significado muchísimo más amplio y, a la vez, más complejo que el que tenía, ya no digamos a principios del siglo XX, sino que el que tenía hace apenas unas cuantas décadas.
Llamado a disfrutar la vida
Sin embargo, a pesar de todos los cambios e inovaciones que la escultura ha vivido, experimentado y padecido a lo largo del siglo XX, siguen existiendo una serie de características que nos permiten continuar hablando de un arte llamado escultura que no deja de estar relacionado con sus ilustres antecedentes. Por otra parte, no está de más señalar que existen algunas otras características asociadas por largo tiempo con la escultura, que han sido abandonadas ųsalvo raras excepcionesų casi por completo en la práctica de la escultura actual. Tal es, por ejemplo, el caso de la práctica de la escultura como un arte de imitación. La presente exposición así nos lo demuestra.
A menos que extendamos demasiado los límites de eso que se entiende por ''imitación", es difícil hallar entre las diversas piezas que constituyen esta exposición obras que puedan considerarse en un sentido estricto figurativas, representativas o ''imitativas". Así, uno de los más claros y evidentes rasgos asociados casi siempre, y desde hace mucho tiempo, al arte de la escultura ha dejado de ser, a partir del siglo XX, ya no digamos fundamental, sino siquiera significativo, al momento de intentar definir la escultura: la representación.
Esto no significa, desde luego, que las esculturas que ahora se presentan no exhiban una serie de características y cualidades que nos permitan verlas y aceptarlas como obras de arte que pertenecen, por derecho propio, a una nobilísima tradición. El hecho de que todas, o casi todas las piezas que forman esta muestra no sean figurativas, imitativas, funcionales ni representativas, no les resta calidad ni un ápice de valor estético. Responden, cada una de ellas, en su peculiar estilo y de acuerdo con la visión de cada artista, a las difíciles ųy en muchos sentidos caóticasų condiciones de nuestro tiempo.
Todas y cada una de las piezas de Fernando González Gortázar, Marina Láscaris, Jesús Mayagoitia, Kiyoto Ota, Paul Nevin, Ricardo Regazzoni y Jorge Yázpik, son ųo pueden ser vistas comoų respuestas a los desafíos que nos plantea una época en donde todas las certezas sociales se derrumban. Cada una de estas esculturas, con su sólida presencia, su variedad de formas y sus diversas maneras de asumir y entender el oficio, la técnica y la tradición de la escultura, es un llamado a disfrutar la vida. Cada una de estas obras es una apuesta tridimensional en favor de las múltiples posibilidades de convivencia entre los seres humanos, así como de supervivencia en compañía de todos los demás seres con los que compartimos la Tierra.
Y aunque no es nada fácil predecir cuál será el desarrollo de la escultura en el siglo que comienza, de algo sí podemos estar seguros: el arte de la escultura continuará siendo ųparafraseando el texto que Leonard R. Rogers escribió para la Enciclopedia Británicaų hasta una nueva orden o hasta un definitivo desorden, esa rama de las artes visuales dedicada específicamente a la creación en los más diversos materiales de formas expresivas en tres dimensiones que nos conmuevan, nos hablen, nos digan... que nos signifiquen.