La Jornada sábado 18 de marzo de 2000

Marta Tawil Kuri
Siria e Israel: el difícil camino de la paz

Una situación de ''ni guerra ni paz'' entre Siria e Israel continúa imperando debido a la existencia de dos visiones de paz irreconciliables. Damasco concibe la paz como un medio de contener a Israel dentro de sus fronteras y disminuir su influencia en la región a proporciones modestas y menos agresivas. Para Israel, la paz constituye un fin en sí mismo, que deberá traducirse en una normalización total de las relaciones, que garantice al mismo tiempo al Estado hebreo las condiciones óptimas de su seguridad.

La recuperación de las alturas del Golán proporcionaría a Siria la oportunidad de ampliar sus líneas de defensa indispensables para su seguridad, por lo que es un objetivo vital y prioritario desde un punto de vista militar y estratégico. También lo es por razones económicas (principalmente relacionadas con el abastecimiento de agua de Siria), demográficas (la presencia de población israelí) y, por supuesto, políticas y psicológicas. Por ello, resulta poco probable que Damasco acepte menos de un retiro total israelí del Golán.

Las concesiones que Siria pueda hacer en caso de que se acuerde dicho retiro dependerán en buena medida de consideraciones de orden interno. Si bien Siria ya aceptó en algún momento la creación de una zona desmilitarizada y el compromiso de un retiro paulatino, puede transigir menos fácilmente acerca de las restricciones que el gobierno israelí desea imponer al ejército sirio, tales como la reducción de sus efectivos a la mitad o el despliegue del ejército lejos de la zona fronteriza con Israel.

En la negociación política con Israel, el sur de Líbano constituye un espacio complementario, pero inseparable, del Golán. Por ello, uno de los retos que enfrenta el proceso de paz entre sirios e israelíes consiste en unir las dos áreas en un acuerdo general que satisfaga la demanda siria de recuperar sus derechos sobre el Golán y la demanda de Israel de desmilitarizar las amplias áreas del territorio sirio adyacente a él. Siria se reserva en Líbano una carta de negociación muy preciada: la de mantener bajo control al movimiento del Hizballah. Esta carta escapa, al menos por ahora, al gobierno libanés, ya que éste se encuentra en la imposibilidad de aceptar por separado la propuesta de Israel de aplicar la resolución 425 del Consejo de Seguridad, que exige el retiro israelí del sur de Líbano a cambio de garantías de seguridad para su territorio. Claro está, el control del movimiento del Hizballah requiere mucha cautela por parte de Siria, en la medida en que se relaciona con una estrategia a escala regional que involucra su relación con Irán.

Para el presidente sirio Hafiz al-Asad, Israel no deja de ser un rival y esto exige que los términos de la paz sirvan para disminuir o minimizar las ventajas que puede obtener de una nueva relación con Estados Unidos, mientras que no espera ningún beneficio de la normalización de sus relaciones con Israel. Convencer a Estados Unidos de dar a Siria un lugar privilegiado en su estrategia regional forma parte de esa misma lógica siria según la cual Israel seguirá siendo un rival en tiempos de paz y ello requiere la movilización de todos los medios disponibles y de todas las alianzas posibles para contener su influencia.

El régimen sirio sabe que no le conviene iniciar un ataque en contra de Israel por el Golán, debido a riesgos regionales e internos evidentes. La perpetuación de este escenario de statu quo llevará a Asad a manipular cada vez más su capacidad de entorpecer y complicar la situación regional, haciendo pagar a Israel un precio cada vez más alto en el sur de Líbano; congelando todo proceso de normalización entre árabes e israelíes, y fortaleciendo su apoyo a los movimientos que se oponen a los acuerdos de Oslo; jugando con las tensiones entre Tel Aviv y Washington, y capitalizando al máximo las cartas iraní e iraquí.

Todo tiende a indicar que si la paz con Israel es una elección estratégica probable, esta última se concibe en Siria como una etapa para la cual es necesario prepararse cuidadosamente, llevando a cabo mutaciones internas y externas indispensables y evaluando todas las consecuencias posibles. Claro está que la prueba de la paz constituye un reto mayor para el régimen en el futuro próximo, sobre todo si coincide con una segunda prueba: la de la sucesión de Hafiz al-Asad.