DOMINGO 19 DE MARZO DE 2000

* LA MUESTRA

Solas

Solas, primer largometraje del andaluz Benito Zambrano, es una visión desencantada y agridulce de la vida cotidiana de dos mujeres, madre e hija: María (Ana Fernández), treinta años, carácter hosco, ansiosa de estabilidad emocional pero incapaz de encontrarla, y su madre (María Galiana), recién llegada del pueblo natal, desorientada en Sevilla, con el marido anciano en el hospital, obligada a compartir por un tiempo la intimidad de su hija, casi una desconocida.

Zambrano no presenta aquí una variante más de una relación filial conflictiva y tortuosa (Cara a cara, de Bergman; Tacones lejanos, de Almodóvar), ni rivalidades femeninas o reproches de abandono. Su cinta explora un terreno más delicado: el de la frustración personal y la difícil afirmación femenina frente al poder patriarcal. La madre es víctima silenciosa de un perfecto cretino prepotente; la hija, objeto sexual de un hombre que al verla embarazada la denigra y desprecia. "Para ser madre se necesita ser una mujer entera; y tú, como alcohólica, sólo lo eres a medias".

El arranque narrativo es lento, y pronto se entiende que el ritmo es justo para la construcción de los dos personajes centrales. La meticulosa observación de la rutina doméstica, el ritual del tejido en la madre ocupada en matar el tiempo, la amistad que construye con un vecino anciano (estupendo Carlos Alvarez), toda esa morosidad se ve ocasionalmente interrumpida por las explosiones de violencia emocional de María, la hija dipsómana, trabajadora de limpieza harta de sobrevivir mediocremente, llena de un rencor social apenas disimulado. Ana Fernández interpreta con fuerza este personaje excesivo. En el retrato inquietante hay ecos del cine de Aki Kaurismaki o de Ken Loach, y una referencia muy clara a las disparidades sociales y a la crisis del desempleo en la España del triunfalismo económico.

Esta visión desencantada tiene como contraste el relato de la relación sentimental entre la madre y el vecino jubilado, un descubrimiento tardío de la emoción afectiva y la ternura. Este episodio es sin duda el más delicado, donde más se presentan los riesgos de la cursilería y el melodrama. Lo que domina sin embargo es un tono melancólico y la certeza de no poder cambiar de modo alguno los destinos personales, y esto confiere al relato una gravedad no exenta de lirismo. Hay también momentos humorísticos, como la escena del baño del viejo enfermo, o sus ocurrencias de galán otoñal dividido entre el pudor inevitable y la voluntad de arrojo. Desafortunadamente, hacia el desenlace, la cinta destierra el escepticismo y recurre a soluciones mucho más convencionales, al punto de transformarse en fábula muy azucarada de la vejez y su influencia balsámica sobre los jóvenes. Al ímpetu de los ancianos y su vitalidad recobrada (en el estilo de Por si no te vuelvo a ver o de la argentina Sol de otoño), sucede un optimismo generalizado que lima asperezas y desvanece conflictos para mejor delinear la redención del personaje de María. Pese a estos cambios de tono e intensidad dramática, la cinta de Zambrano es un primer trabajo sobresaliente, la promesa de un estilo personal muy vigoroso.