Y DESPUES DEL PETROLEO, ƑQUE?
El problema central, desde el punto de vista de la industria petrolera, es qué hacer con los recursos petroleros y qué política energética de sustitución se prepara para cuando las reservas probadas y probables se agoten.
En efecto, resulta absurdo extraer mayores cantidades de petróleo, agotando rápidamente las reservas, causando graves daños ambientales (que no se calculan en el precio de venta del producto ni en la contabilidad de Pemex) y, para colmo, deprimiendo los precios de la principal mercadería de exportación, sólo para responder a las exigencias y amenazas del principal comprador del crudo mexicano: Estados Unidos, que de ese modo no sólo controla la industria, sino también la soberanía nacional.
Si hace cinco años las reservas probadas y probables, según cifras oficiales, ofrecían un horizonte de explotación de 60 años, y ahora, en cambio, sólo habría 40 años más antes de que el petróleo se acabe, este hecho impresionante sólo puede tener dos explicaciones: o efectivamente las tecnologías entonces aplicadas para calcular las reservas eran imprecisas y llevaban a conclusiones optimistas (y, en tal caso, Ƒquién puede asegurar que las actuales no sean también engañosas?) o, por el contrario, en esos cinco años desapareció el equivalente a dos décadas de reservas debido a una extracción acelerada, dictada por la necesidad de conseguir divisas que pudiesen servir para tapar los grandes huecos causados por una política macroeconómica absolutamente desfavorable para el país.
Hay que agregar a eso que México se ha convertido en un gran exportador de crudo y en importador de gasolina y petroquímicos, pues se ha dejado de promover la industria nacional petroquímica y de transformación de hidrocarburos ųque crea técnicos, tecnologías, puestos de trabajo, valor agregadoų y ha trasladado el negocio real a las compañías privadas en el extranjero, en vez de explotarlo en el país y subvencionar el desarrollo, sostener el campo y el empleo, combatir la falta de agua, etcétera.
El petróleo, así, no es ya palanca para el desarrollo nacional, sino simple bastón para sostener las finanzas del Estado, pero sin visión de futuro. La renta petrolera, derivada de la fortuna de disponer de yacimientos fósiles que otros países no tienen, debería servir precisamente para preparar nuevas fuentes de energía alternativas para la fecha relativamente cercana en que el petróleo comenzará a acabarse y a resultar, por lo tanto, carísimo.
Vender grandes cantidades de crudo barato equivale en realidad a subvencionar a las refinadoras (que nos dan cara la gasolina y se quedan con los empleos resultantes de la transformación del hidrocarburo), subsidiar el consumo de los países ricos, abaratando sus producciones agrícolas e industriales competitivas con las nuestras, agravar el efecto invernadero en todo el planeta y, por consiguiente, la falta de agua que justamente preocupa al presidente Zedillo.
No se puede olvidar que el valor real del petróleo debería incluir un costo ambiental y de sustitución. El futuro se prepara siempre en el presente. La nacionalización del petróleo por Lázaro Cárdenas permitió, en efecto, construir un México más moderno y mejorar el nivel de vida de sus habitantes.
Sin una industria petrolera y petroquímica pública y pujante que financie al mismo tiempo el desarrollo nacional y su propia sustitución, cuando llegue el momento, México podría reforzar la visión de un futuro de miseria.
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