La Jornada domingo 19 de marzo de 2000

Angeles González Gamio
Mansión redimida

El mayorazgo, esa institución virreinal que garantizaba la herencia del primogénito, era un reconocimiento que se daba a familias de grandes recursos, que habían prestado servicios a la Corona, generalmente... dinero. Su adjudicación era muy cotizada porque solía ser preámbulo del otorgamiento de un título nobiliario.

El mayorazgo de Guerrero fue concedido por el rey Felipe II a don Juan Guerrero de Luna. El señor era propietario -entre muchos otros bienes- de dos vastos predios, uno enfrente del otro, ni más ni menos que en la calle de Moneda, en donde se encontraban la universidad, el arzobispado, la imprenta y la casa de moneda; años más tarde allí se establecería el primer museo y la academia de las tres nobles artes, todas esas instituciones pioneras en el continente americano.

Las casonas almenadas que edificó don Juan en el siglo XVI fueron sustituidas por sus descendientes en el XVIII, encargándole la obra ni más ni menos que al extraordinario arquitecto Francisco Guerrero y Torres. Muy inspirado y seguramente muy bien pagado, diseñó dos casonas maravillosas, recubiertas de bien cortado tezontle, decorando marcos de puertas y ventanas, nichos y esquinas, con piedra chiluca finamente labrada en bello contraste; ambas tenían huerto y jardín. Las casonas, casi siamesas, tienen sus diferencias, que más que disminuir agudizan la armonía.

Situadas en la esquina con la actual calle de Correo Mayor, antes del Indio Triste, esos vergeles traseros dieron paso a construcciones que se adjuntaron a las casas principales. El último poseedor del mayorazgo, don Félix Guerrero, vendió la propiedad del Indio Triste numero 12, hacia el año de 1838. Los nuevos dueños, don Cayetano y don Francisco Rubio, pusieron un negocio y 20 años más tarde la vendieron a don Miguel Cervantes Estanillo, quien tuvo el buen gusto de encargarle a uno de los mejores arquitectos de su tiempo, Lorenzo de la Hidalga, la remodelación de la residencia. Este realizó un diseño elegante y sobrio, cuyos elementos sobresalientes son las esbeltas pilastras, la regia escalera, el amplio patio y como única frivolidad unas finas guirnaldas de piedra decorando la parte superior de los arcos renacentistas del primer piso, unas flores alrededor de una ventana en el segundo y un hermoso lambrín de estuco con bello diseño ondulante. Todo está estudiado para que desde varios ángulos se pueda apreciar la soberbia cúpula del templo de Santa Teresa, que "cuida" las espaldas de la mansión.

Esta joya arquitectónica padeció la misma desgracia de su vecinas del Centro Histórico: intervenciones diversas, la última para convertirla en departamentos y locales comerciales, agregándole un piso y, a partir de los años cuarenta, cuando se emitió el decreto de congelación de rentas, irse tornando en depauperada vecindad.

En ese estado se encontraba cuando en 1982 la adquirió la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas, adjudicándosela al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), que tuvo el buen tino de restaurarla para alojar a su Coordinación Nacional de Monumentos Históricos, que no podía estar en mejor lugar.

El arquitecto Salvador Aceves, cabeza de la coordinación, es el más feliz de estar en ese lugar, tras varios años de esperar a que la restauración llegase a un punto en que fuese posible instalarse y continuar con la delicada labor que implica una obra de tal naturaleza. Como arquitecto sensible y talentoso, amante de su profesión, hace un reconocimiento a su colega decimonónico Lorenzo de la Hidalga por su capacidad técnica y creatividad poco común. Resulta verdaderamente admirable lo avanzado de algunas de sus técnicas, como el haber colocado una columna de hierro forjado en el interior de las pilastras para hacerlas sumamente esbeltas y a la vez resistentes. Otro aspecto que maravilla es la cimentación, tan sólida y bien hecha que, en palabras del arquitecto Aceves, "tiene una verticalidad inusual", a pesar del subsuelo, los años y el uso vil a que estuvo sujeta; de los sismos se ha muerto de la risa, no le han causado el menor daño, sus muros son muy poderosos.

En la restauración salieron pinturas bellísimas, estucos, escayola y un plafond exquisitamente pintado; sobra decir que todo fue rehecho por las mejores manos. Finalmente, se acaba de recuperar el último de los locales comerciales, con lo que la fachada volverá a quedar como era, pues hay fotografías de antes de su mutilación. Otra buena noticia es que aquí estará también la Fototeca de Culhuacán, con laboratorio y sala de consulta y el archivo histórico de la coordinación.

Hay mucho más que decir de esta magnífica casona, pero se acaba el espacio, así es que vayámonos a comer. Muy cerca se encuentra la Hostería de Santo Domingo, con su sabrosa comida mexicana tradicional, que siempre tiene platillos de temporada y los domingos la pechuga en nata. šSabrosísima!

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