VENTANAS Ť Eduardo Galeano
La justicia
Desde las perdidas comunidades de El Gran Tunal, Pedro Jasso Bravo y El Chaparro marcharon a la ciudad de México. Pedro iba más a pie que montado, montaba de a ratos nomás, por no atormentar la cansada espalda del Chaparro: ya estaban, los dos, pasaditos de años, y era largo el viaje. Pero así, poco a poco, caminando los días, llegaron, por fin, a la gran plaza del Zócalo.
Y se plantaron a las puertas del Palacio Nacional, donde vive el poder. Y allí se quedaron, esperando audiencia. Venían a exigir justicia. Allá, en El Gran Tunal, la justicia está más lejos que la luna, porque la luna, al menos, se ve. Los indios de las comunidades, oficialmente extintos, no figuran ni en las estadísticas. Han sido acorralados en tierras de pedrerío y polvareda, que les dan de comer un menú fijo de piedra y polvo.
El presidente de la nación se negó a recibirlos, pero no hubo manera de echarlos: los delegados de El Gran Tunal volvían a la plaza, cada vez que los sacaban. Ni modo: ni a palos, ni por las buenas. El Chaparro ponía cara de burro y Pedro ponía cara de no te gastes, que ya llevamos cinco siglos en esto.
Terminó el año 1997, empezó el 98: a los ochenta y siete años de su edad, Pedro tuvo que aceptar la primera inyección de su vida, casi muerto de tanto respirar veneno; pero siguió acampado, como si nada, mientras el Chaparro hacía oídos sordos a las calumnias de la prensa, que lo llamaba "medio de transporte".
Los dos residieron frente al Palacio Nacional durante un año, dos meses y quince días. Por fin, emprendieron el regreso. El poder seguía sordo, pero algo había conseguido: no era todo, ni era mucho, pero algo era. Habían conseguido que el hijo de Pedro, Margarito, saliera de la cárcel, y que marcharan presos, aunque más no fuera por un rato, algunos vampiros de indios. Y habían conseguido que los huachichiles se salieran de la categoría de fantasmas.
Y se volvieron los dos. Apenas llegaron a El Gran Tunal, El Chaparro murió. Quizá le habían arruinado los pulmones los sucios aires de la ciudad más contaminada del mundo; o quizá se dejó morir, humillado, porque en el viaje comprobó que el poder era un señor más burro que él. En todo caso, de esto sí que no cabe duda: El Chaparro ha pasado a ser el único asno que comparte una nube, allá en el alto cielo, con el caballo blanco de Emiliano Zapata.