MARTES 21 DE MARZO DE 2000

Ť LA 35 MUESTRA INTERNACIONAL DE CINE

 

Papá Luna

 

Ť Carlos Bonfil Ť

Papá Luna, tercer largometraje del realizador Baktiar Kudojnazarov (Hermanos, 1991), de Tadjiquistán, ex provincia soviética en Asia central, presenta filiaciones muy evidentes con el cine del yugoslavo Emir Kusturica (en particular con Sueños de Arizona, 1993) y también, aunque en menor grado, con las realizaciones fantástico-poéticas del georgiano Serguei Paradjanov (Caballos de fuego, 1965). Desde su primera propuesta argumental, la cinta se instala abiertamente en el desenfado y la desmesura: un toro cae del cielo sobre una pequeño barco de pesca y acaba con casi toda la tripulación. Un hombre viudo, padre de una joven adolescente y de un joven con discapacidad mental, busca afanosamente al hombre que abusó de su hija dejándola preñada. Una compañía de comediantes recorre la provincia representando el Otelo de Shakespeare en suntuosos decorados orientales con bailarinas ensayando al fondo coreografías delirantes. El público se mofa de los actores, participa desde la galería en la propia trama, y finalmente invade el escenario para imponer allí, con golpes e improperios, las emociones auténticas.

El niño por nacer narra parte de la trama. Es hijo de un actor, o de la propia naturaleza, de la noche misma en que se consumó el abuso, de la luna que presidió a la pérdida de la inocencia. El título Papá Luna sugiere esta última posibilidad misteriosa, pero sobre todo la bastardía infamante del niño y el estigma que acompaña a la futura madre en todo su recorrido en busca del padre verdadero.

Esa búsqueda, en la que participan muy pendencieramente padre y hermano, se convierte en un jocoso road movie con apariencia de western.

En la provincia tadjiquistaní el tiempo no parece transcurrir, las tradiciones son vigorosas e implacables; hay una atmósfera de tensión y un extraño bullicio en comarcas por lo demás desérticas, y la presencia de vehículos de guerra indica la cercanía de algún conflicto, o el melancólico trayecto de soldados en retirada. En una escena divertida, la futura madre revela a su progenitor su condición de embarazada, no sin antes tomar la precaución de atarle los pies y las manos.

A diferencia de El hijo adoptivo película kirguís, de Aktan Abdykalikov, presentada en el pasado Foro de la Cineteca, Papá Luna no insiste en el tema de la identidad, o en el de una supuesta orfandad colectiva, producto del desmembramiento de la Unión Soviética. La película de Kudojnazarov es una enorme caja de resonancias que recoge el barullo de la diversidad étnica y el choque entre una tradición milenaria y el hedonismo festivo de los personajes, en particular, el de la joven Mamlakat, la cual sin proponérselo conquista un padre para su hijo, como en una comedia italiana, o como en el cine mismo de Kusturica (Underground), donde las calamidades de la Historia se vuelven materia esencial para una farsa grandiosa. Papá Luna no ofrece sin embargo visiones apocalípticas ni tampoco un humor corrosivo. Registra con delicadeza y melancolía los cambios en la naturaleza, en los paisajes, y en las pasiones humanas, y sostiene al final un enorme optimismo, por fortuna alejado de cualquier retórica oficial y del sentimentalismo.