MIERCOLES 22 DE MARZO DE 2000

Ť LA MUESTRA

Oneguin, el rechazo

Oneguin no es un bestseller de Pushkin, como lo anuncia con entusiasmo y candor la publicidad de la cinta homónima de Martha Fiennes, sino una novela en verso escrita en 1833 por el también autor del drama histórico Boris Godunov. Presentar así la cinta es, para una distribuidora, el tipo de ardid mercadotécnico que en el pasado sirvió para hacer atractivos otros indiscutibles ''éxitos del mercado literario" como las obras de Jane Austen o de Henry James, añadiendo de paso el sugerente adjetivo de ''íntimo" al título original de Retrato de una dama.

Oneguin, el rechazo (Onegin), ambientada en 1820, en San Petersburgo, es el retrato de Evgueni Vasilievich Oneguin (Ralph Fiennes), un noble ruso, hosco y taciturno, dandy escéptico, harto de la vida mundana, quien luego de recibir en herencia varias propiedades rurales y ''quinientas almas", se instala en el campo, sólo para descubrir allí, muy tardíamente, la pasión amorosa. La caracterización de Fiennes es acertada y sin duda el atractivo central de la película. Figura de héroe romántico, a lo Chateaubriand, a lo Lord Byron, Fiennes presenta también los rasgos de un general napoleónico y realiza un interesante recorrido de la altivez y el desdén a los excesos del sometimiento pasional. Oneguin, el terrateniente melancólico, habla de alquilar sus tierras a los siervos para que ellos las hagan productivas y con ese liberalismo a ultranza (el mismo que mostró Pushkin en su propia rebeldía de clase) subvierte las tradiciones feudales y de paso seduce a Tatiana Larina (Liv Tyler), una ''gaviota" chejoviana a quien luego rechaza. Es interesante el estudio de la pasión no correspondida y la manera en que Tatiana desafía las costumbres de la época avanzando ella misma la seducción amorosa, como una nueva Scarlett O'Hara (en una escena de baile cruza incluso el salón vestida ella sola de rojo, en franca provocación social) en pos de un inaccesible Rett Butler, pero ese resquebrajamiento de la moral social no tiene mayores impactos. La directora Martha Fiennes se vuelca de lleno en el esteticismo de una ambientación acartonada y sin sorpresas (los paisajes románticos de rigor, las perspectivas de San Petersburgo bajo la nieve, los atardeceres que son reflejo del crepúsculo amoroso del propio Oneguin), y de una fotografía que contribuye a acentuar todavía más la morosidad de la narración con su recurso inútil a la cámara lenta.

La fuerza transfiguradora del amor, una educación sentimental tardía, el egoísmo masculino hecho añicos por la grandeza de los sentimientos, todo este inventario de lugares comunes de la literatura romántica, Martha Fiennes lo distribuye complacientemente a lo largo de escenas interminables. ''Anhelo ser salvado de mí mismo", exclama un Oneguin prematuramente derrotado, mientras la tía de Tatiana, la princesa Aline (Irene Worth) advierte con solemne sabiduría: ''El amor es un lujo que una mujer de tu condición no puede darse" (parodia ociosa de la última frase de Mujeres, de George Cukor). Y entre reposterías visuales y declaraciones ampulosas, Oneguin, el rechazo va desperdiciando un buen tema y actuaciones decorosas. ƑRecuerda usted el cine de Nikita Mijalkov (Partitura inconclusa para piano mecánico)? ƑRecuerda usted Remando al viento, fallida fantasía romántica del español Gonzalo Suárez (con Hugh Grant como Lord Byron)? El Oneguin, de Martha Fiennes, está mucho más cerca del segundo que del primero.

Ť Carlos Bonfil Ť