La Jornada miércoles 22 de marzo de 2000

Arnoldo Kraus
El dolor como reflexión

EL SER HUMANO NO PODRIA ser sin dolor. No podría saber lo que es sin palpar, sin oler, sin ver sus heridas. Uno es, en muchos sentidos, herida. No sólo por ser el dolor portavoz de la existencia del cuerpo, sino porque es abrevadero de inconsciencias y olvidos.

El dolor es una función compleja, difícil de encuadrar, imposible definir. El concepto médico no sirve al filósofo. La idea del filósofo no basta al poeta, y éste, y sus letras, pueden no consolar al enfermo. Y el sufriente, no siempre encuentra las palabras que hagan inteligible sus sentires. Complejo tinglado: unos parecen no entender a los otros.

El dolor plantea dilemas sobre la existencia y le resta la invisibilidad a los cuerpos habitados por los sanos. Se sabe más de uno cuando enfermo que cuando sano. Y se entiende mejor el valor de la vista, el oído o el caminar, cuando se claudica. Quizá por eso. René Leriche definía la salud como ''la vida en el silencio de los órganos''. Quizá por lo mismo, hay quienes afirman que la demasiada salud es enemiga de la reflexión.

La inconsciencia de lo corporal, en efecto, es una forma de salud por la que transcurren los días de quienes desconocen la palabra -y el mundo- enfermedad. En eso, en la no vivencia de la experiencia del dolor, aunque sea ajeno, el algos semeja la muerte: nadie puede evadirlo, pero se prefiere evitar. Pero, al igual que con el fin, sería deseable confrontarlo, pensarlo, penetrarlo, pues ni la serendipia, ni el silencio dan sentido al dolor.

Su molestia, su presencia, sus incomodidades, son una forma de protección contra las vicisitudes y hostilidades tanto del mundo externo como del interno. Cuando amaina, es una especie de cutícula que inventa con mayor brillo el ''acto de vivir''. Cuando está, es una puerta abierta o cerrada, o cerrada o abierta, cuya llave es uno. El dolor es una invitación, aunque compleja, a la vida.

Recuerda el algos que se está vivo pero no por siempre: los límites de la vida pueden manipularse, por algún tiempo, bajo algunas reglas y al margen de muchos deseos cumplidos o incumplidos. Pero, todo acaba: la inmortalidad sólo existe en libros y mitologías.

El dolor puede ser diván, autoanálisis y camino de muchos interiores. Puede ser el inicio o las simientes que fertilicen el existir y el regreso a la esencia de la persona que tantas veces pasa desapercibido. No en balde Thomas Mann hablaba de una ''sociología del sufrimiento''. ƑQué es la sociología del sufrimiento sino una reivindicación del ser? ƑQué es la sociología del sufrimiento sino el caminar por la vida sabiendo que el dolor construye más que la alegría? ƑQué vida sería la vida sin dolor?

Y lo inverso también es cierto: el ''sufrimiento compartido'' es una suerte de entramado sociológico que construye infinidad de reflexiones y que siembra preguntas médicas que devienen curación.

Hay dolores sociales y los hay del ser. Los primeros son más contagiosos, los segundos retuercen los huesos. El sufrimiento como rincón individual no es otra cosa más que el espacio que le permite a uno saberse vivo. El dolor como destino social es vínculo humano.