* Horas antes de su muerte la tristeza había dejado su rostro

Elena Gallegos * Por primera vez en semanas el semblante de Luis Donaldo Colosio lucía relajado. Apenas 24 horas antes, Manuel Camacho Solís ų''šsiempre Manuel!''ų había anunciado que no tenía aspiración presidencial alguna. Colosio volaba de La Paz a Tijuana. Era el mediodía del 23 de marzo de 1994.

Frente a él, su jefe de prensa Ramiro Pineda le hacía un rápido recuento de las últimas noticias. Cuando algo le interesaba, él mismo leía los faxes con las carátulas y las planas de los diarios, transmitidos desde la ciudad de México.

En uno de los vespertinos se destacaba la muerte de Giulietta Massina. Colosio se reveló ese día como conocedor del cine de Fellini ųa quien habían enterrado unos meses antesų, y confesó cómo lo estremecían las apariciones de la Massina en pantalla. Sí, había visto Ginger and Fred, pero su favorita era Las noches de Cabiria. Y por ahí fue la conversación.

Nada que ver ųrecuerda ahora Pinedaų con todas aquellas versiones que se dispararon en el sentido de que en aquel, suúltimo vuelo, Colosio previó su destino al leer una poesía que sobre el final de la vida supuestamente le había enviado una conocida priísta de Monterrey.

Quien hubiera imaginado que unos días después y a raíz de su asesinato, saltarían a la escena nacional un puñado de oscuros personajes ųpolicías, madrinas, guaruras y matones, unos medio sordos, otros casi ciegos, algunos más diabéticos y todos šolvidadizos!, si nos remitimos a las averiguacionesų que tuvieron en sus manos, esa tarde en Lomas Taurinas, la encomienda de protegerlo. Más que un cuerpo de seguridad, aquella corte pareció haber surgido de la imaginación de Fellini.

Pero ese mediodía del 23 de marzo ųhoras antes de Lomas Taurinas, Aburto y el horrorų, Colosio estaba en forma. Había desaparecido ya la mueca de tristeza que le ensombreció el rostro desde aquel 10 de enero, cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari tomó la decisión de designar a Camacho, sin sueldo y sin cargo en la estructura oficial, comisionado para la Paz en Chiapas.

 

Blanco de todas las intrigas

 

A partir de esa fecha y sin tregua, el candidato priísta fue blanco de todas las intrigas, incluidas las que produjo su propio equipo. El primer círculo colosista ųGuillermo Hopkins, Alfonso Durazo, José Luis Soberanes y Samuel Palma, entre otrosų abonó en las ambigüedades de un presidente presionado por lo que significaba el estallamiento de la guerra en Chiapas, el EZLN y el subcomandante Marcos.

Salinas maniobraba para detener el rápido desmoronamiento de la imagen que de él y del país se aferró en proyectar.

Porque durante el salinismo, el clima de exacerbado optimismo de la cúpula permeó: mientras Salinas se codeaba con George Bush y Margaret Thatcher, miles y miles de mexicanos estrenaban casas, departamentos, flamantes autos, sobregiraban sus tarjetas de crédito y descubrían la emoción de navegar por Internet.

Era un espejismo. Los grandes titulares de un periódico alemán conmovían a los mexicanos y descomponían al primer círculo del presidente: "šMéxico termina el siglo como lo empezó: con una revolución!". La pobreza, la persistencia de las prácticas antidemocráticas y la agudización de las contradicciones que configuraban el panorama nacional le daban la vuelta al mundo. Y ese rostro de México distaba mucho de la realidad difundida por el régimen.

Con el regreso de Camacho, los colosistas sintieron su proyecto amenazado y contribuyeron también a esparcir la versión de que el alejamiento entre presidente y candidato era insalvable. Y en esos agitados primeros días de enero del 94 no hicieron sino repetir: "Camacho Solís ųdesde la regencia operó políticamente muchos asuntos que le encargaba el habitante de Los Pinosų fue habilitado para un eventual relevo, en los términos de la ley, en la candidatura del PRI a la Presidencia".

La inexperiencia política de muchos de ellos ųalgunos lo han reconocido con el tiempoų los llevó a destruir los puentes de comunicación con la Presidencia, a alimentar insidias y humillar y marginar al coordinador de la campaña, Ernesto Zedillo. "No se le consideraba en la definición de estrategias ni en la toma de decisiones organizativas", admiten destacados miembros del staff de Colosio.

Hubo momentos en que no se hablaba sino de la inminente sustitución del candidato. šPobre Colosio no va a terminar bien!, se auguraba en cafés y en columnas periodísticas. El "šno se hagan bolas!", utilizado por Salinas para acallar esos rumores y apuntalar a su elegido, terminó por hacer más bolas a los priístas. El descontrol y los odios iban en aumento.

Entre reflectores, aventuradas especulaciones y atrayendo para sí los mejores espacios en la prensa ųel conflicto en Chiapas mantenía en vilo al paísų, Camacho iba y venía de San Cristóbal de las Casas. Jugaba con la situación. No confirmaba pero tampoco desmentía los insistentes pronósticos sobre su posible candidatura.

Por esas fechas, en las oficinas del doctor Zedillo se daban a conocer los resultados de un estudio de medios: "...dado el impacto en la opinión pública, el licenciado Camacho, quien hace campaña sin pagar los costos ni correr los riesgos, tiene todavía abierta la posibilidad de pretender ser candidato a la Presidencia".

 

El discurso del 6 de marzo

 

En tales circunstancias se dio el discurso del 6 de marzo ųen el curso de las investigaciones del crimen especialistas en diversas materias lo han analizado hasta el cansancioų, que no tardó en interpretarse como señal inequívoca del rompimiento de Colosio con el presidente Salinas.

Aunque solía ser una regla no escrita del sistema que el candidato se deslindara de su antecesor ųbasta recordar el minuto de silencio que guardó Luis Echeverría en la Universidad Nicolaíta por los caídos en el 68ų, se afirmaba que, en este caso, era más que un formulismo. En esas circunstancias también, una semana más tarde, Colosio hizo una agria crítica a uno de los programas estelares del ex regente: el Hoy no circula.

Enfrascados de plano en la grilla y el chisme, la promesa del salinismo de hacer "política, más política, mucha política" había quedado sólo en eso. Se enrareció tanto el ambiente que en los grupos de poder se empezó a temer lo peor. "šLo van a enfermar!" se soltaba sin recato. La situación se volvía insostenible.

No obstante que, en el rencor, muchos colosistas se opusieron a la reunión, fue hasta la noche del 16 de marzo cuando Colosio y Camacho conversaron por primera vez luego de sus divergencias. Con el pretexto de una cena, un buen vaso de Chateau Margoux y Mahler como música de fondo, en el piso 11 de Gelatti 99, el condominio de Luis Martínez Fernández del Campo ųentonces delegado político en Azcapotzalco y quien tejió el encuentroų, se efectuó el único acercamiento entre ambos.

Todavía son dos y encontradas las versiones de lo que ahí ocurrió: Colosio ofreció a Camacho un escaño en el Senado o una posición en el gabinete. Este rechazó ambas ofertas y los dos acordaron una alianza estratégica para llevar al país a la transición democrática, propalaron los camachistas.

Pero los colosistas difundieron otra: sobrado, soberbio, Camacho hizo esperar media hora al candidato. La reunión fue ríspida por lo que al día siguiente Luis Donaldo les dijo a sus colaboradores: "šManuel no tiene remedio!" En octubre de 95 el mismo presidente Ernesto Zedillo aseguró que el domingo 20 de marzo, Colosio se refirió a Camacho en esos términos.

Efectivamente, Camacho llegó retrasado a la cita debido a que el presidente Salinas le pidió que antes pasara por su despacho. En Los Pinos se ordenó a un oficial del Estado Mayor Presidencial que avisara al candidato que el comisionado llegaría un poco tarde. Martínez Fernández del Campo ųel anfitriónų cuenta que la charla fue prolongada. Estuvieron solos todo el tiempo. Al final los tres brindaron.

Pasaron muchas cosas y mucho tiempo, dada la celeridad con la que se descomponía el ambiente ųla irritación y la desconfianza fueron entonces las divisasų, antes de que Camacho hiciera pública su posición: no tenía intención alguna de lanzar su candidatura.

Una vez que lo hizo, Colosio vio la posibilidad de enderezar la campaña, opacada siempre por las espectaculares apariciones ųlo mismo en la catedral de San Cristóbal que en concurridas ruedas de prensaų de quien era motivo principal de sus tribulaciones.

Así llegó el 23 de marzo y el vuelo a Tijuana con Giulietta Massina en el recuerdo. Ahí se encontró Colosio con Lomas Taurinas y con su inesperado final. A las 17 horas con 12 minutos de ese día, hace seis años, dos impactos de bala le quitaron la vida, luego de un accidentado mitin en la pobrísima colonia Lomas Taurinas de esa ciudad fronteriza. Instantes después de las detonaciones, Mario Aburto Martínez fue detenido.

 

La lucha por el relevo

 

Y mientras el cadáver del candidato era trasladado de Tijuana a la ciudad de México, donde sus correligionarios le rindieron homenaje, y luego a Magdalena de Kino, donde fue sepultado, los priístas se enfrascaron en una sorda lucha por el relevo. Salinas agotó los recursos para tratar de habilitar como candidato a quien era entonces su hombre más cercano, el secretario de Hacienda Pedro Aspe. Imposible. No había modo de reformar la Constitución. Su aliado de siempre, el PAN, no quiso entrar con él a su última batalla.

Los dinosaurios estaban encarrerados y, en la tenebra, buscaban darle un golpe de mano al presidente: arrebatarle la posibilidad de designar, por segunda ocasión, a un sucesor. Perfilaban para ello al líder del PRI, Fernando Ortiz Arana. Salinas los llamó al orden.

El lunes 28 de marzo le pidió al dirigente anunciara a temprana hora que él no contendería. Ese mismo día, en una reunión en Los Pinos a la que asistieron todos los gobernadores, así como la cúpula del partido, y apoyándose en la grabación del momento en el que, cuatro meses antes, Colosio diera a conocer que Zedillo coordinaría su campaña, Manlio Fabio Beltrones anunció el nuevo alumbramiento. La historia lo registra ya como el videodedazo.

Las primeras pesquisas para esclarecer los sucesos de Lomas Taurinas fueron un caos. No se explican aún el desaseo y los graves errores cometidos: no se preservó la escena del crimen; los peritajes iniciales tuvieron que corregirse o por la falta de rigor con que se hicieron o porque no encajaban con la teoría de los investigadores; las trayectorias de las balas ųde derecha a izquierda en la cabeza y de izquierda a derecha en el abdomenų alentaron la hipótesis de que no había sido uno sino dos los tiradores.

Desde el comienzo la investigación quedó cubierta por un manto de sospecha. Procuradores y fiscales han desfilado sin que hasta la fecha ųpese a las promesas que se han hecho desde el más alto nivelų se logre determinar con certeza si el asesino confeso y sentenciado, Mario Aburto, actuó solo o como parte de una conspiración.

A la postre se vería que el asesinato de Luis Donaldo Colosio era sólo el principio. Los millones que se disponían a ser ricos de pronto se vieron envueltos en la vorágine del escándalo, las disputas en la cúspide, los errores en el manejo económico que llevaron al naufragio sus proyectos de futuro, y la edición de varios de los más grotescos episodios de la historia de la última década del siglo XX. Entre ellos: la multiplicación de los Aburto y el affaire Chapa Bezanilla-La Paca.