JUEVES 23 DE MARZO DE 2000

El caudillo Fox

 

* Adolfo Sánchez Rebolledo *

Es notable cómo han venido evolucionando el discurso y las maneras del candidato Vicente Fox desde el intento fallido de presentarse como el más fiel defensor de la legalidad en sus comienzos hasta la postura actual, en la cual prevalece la relativización de sus compromisos con los resultados electorales y, en consecuencia, un creciente desapego por las formas democráticas. Es tal la transformación, que los giros po-pulacheros del ranchero y gerente refresquero se convierten en simples palabrotas, calificativos y aun gestos que sustituyen a las expresiones políticas.

Al vislumbrar el triunfo, Fox se entrega a la pasión caudillista que lo transforma en lo que siempre quiso ser pero temía decirlo: el hombre providencial que viene a salvarnos. Jugando con los números de las encuestas, intenta operaciones que serían elementales en un contexto menos complaciente. ƑCómo es posible que alguien crea todavía que él quiere, con absoluta modestia, ir a una alianza de hecho con otros aspirantes por puro patriotismo, para "sacar al PRI de Los Pinos", cuando en verdad su oferta es, en verdad, un ultimátum: conmigo o contra mí.

Fox quiere construir una nueva mayoría que disuelva al pluralismo alcanzado por la sociedad mexicana bajo la forma de un caudillismo redentor vestido con lenguaje modernizador y desplantes populistas. Pero en el fondo se trata de un viejo proyecto sustentado en el atraso secular y en las carencias de la sociedad mexicana cuyo objetivo consiste en "rectificar" la historia, restaurando la interlocución de y con las minorías con los grandes poderes en el marco irreversible de la globalización. El candidato de la Alianza por el Cambio pretende que los demás candidatos renuncien a sus campañas para sumarse al ganador, o sea él, sin que importen un comino las diferencias entre ellos y, lo que es aun más importante, el for-talecimiento del régimen pluripartidista en vez de un vergonzante bipartidismo "a la americana".

Para Fox no cuentan los demás partidos; tampoco sus programas, y el hecho irrebatible de que éstos representan, finalmente, intereses, ideas, visiones distintas del mundo y de la vida, muy a pesar de la llamada muerte de las ideo-logías o de cierto centrismo que considera concluida la evolución histórica. En su propuesta prevalece el esquematismo que reduce todos los complejos problemas de la transición democrática a la sustitución del PRI, sin renunciar, por cierto, a las ventajas del antiguo presidencialismo.

En esta campaña, el candidato verdiazul ha probado las virtudes de la mercadotecnia aplicada a los procesos políticos con éxito indiscutible: los aciertos de sus pu-blicistas se reconocen como signos de madurez, aunque no se dice que una campaña así es posible cuando de antemano se renuncia a formular un planteamiento propio, un proyecto diferenciador. Pero eso hace justamente Fox. Un día se dice de centroizquierda y se queda tan tranquilo, pues para él las palabras carecen de significado. Le basta con que éstas "suenen" en medio de las batahola electoral. Otro día se presenta con el estandarte de la guadalupana y después compara a la Iglesia católica con el mismísimo PRI. Dice a sus auditorios lo que desean oír. En fin, el candidato Fox ya no está preocupado por defender las instituciones y la cultura de la legalidad democrática, sino su imagen de vencedor, al precio que sea. A los empresarios de la Coparmex les dijo, con todas sus letras, que no reconocería un triunfo de Francisco Labastida si éste no lo superaba con diez puntos, en una declaración que debió ser rechazada enérgicamente por la autoridad electoral y los demás candidatos.

Durante su reciente visita a Estados Unidos, Fox nos ha regalado una más de sus ocurrencias peligrosas, al asegurar que mantuvo conversaciones "secretas" con altos mandos militares inconformes con la actitud de sus jefes. Se trata, una vez más, del mismo juego, consistente en presentarse por la vía de los hechos como el próximo presidente de México, en la lógica del caudillismo, no de la competencia democrática.

Las elecciones de julio pueden traernos muchas novedades políticas. La primera de ellas sería la alternancia en el poder, pero este cambio histórico no tendría un efecto benéfico si el acento sigue puesto en las personalidades más que en los partidos; en las imágenes mercadotécnicas más que en las instituciones y en las pro-puestas de gobierno. Todavía estamos a tiempo de evitar que el cretinismo electoral nos invada para siempre, convirtiéndose en la tapadera por excelencia de nuestros males más profundos. ƑDe que sirve la alternancia si ésta reconstruye por otras vías el caudillismo que niega la democracia? ƑDe qué nos serviría en México, país desigual y diverso, la cortina de humo del bipartidismo con que muchos sueñan?

En las próximas semanas los candidatos tendrán que ponerse de acuerdo para iniciar la ronda de debates, y ya se escuchan las voces excluyentes de la prepotencia. Fox quiere que al final sólo debatan él y Labastida, prefigurando así una realidad que es inaceptable en el contexto de la nueva pluralidad mexicana. Ojalá y prevalezca el sentido de responsabilidad y las campañas adopten de una vez el tono que la ciudadanía merece. *