VIERNES 24 DE MARZO DE 2000

* LA MUESTRA

Crónica de un desayuno

 

Adaptación muy libre de una obra teatral de Jesús González Dávila, de la cual sólo retoma el primero de sus dos actos, Crónica de un desayuno, tercer largometraje de Benjamín Cann (De muerte natural, 1987/94), explora el tema de la familia como núcleo social generador de frustraciones y angustias, y lo hace con un tono escéptico y pesimista, un lenguaje estridente y personajes casi siempre al borde la exasperación. En el contexto de una producción fílmica nacional, donde la comedia goza de enorme popularidad por su estilo y contenido light (Sexo, pudor y lágrimas, Cilantro y perejil, Todo el poder), por su obsesión de divertir y ser entretenida, y por sus mensajes edificantes sobre la pareja y la familia, la cinta de Cann aparece como una provocación o un exceso ųentre la ocurrencia genial, el bluff y la impostura.

El origen teatral de la cinta es evidente. Todo transcurre en un mismo lugar, una esquina de la colonia Narvarte, con la acción oscilando entre dos departamentos (así funcionaba en Polanco Sexo, pudor y...) Como en la cinta de Serrano, el regreso de un hombre durante largo tiempo ausente (allá Demián Bichir; aquí, José Alonso) es el detonador del malestar existencial que paulatinamente se apodera de todos los personajes. Aquí no domina el buen gusto, ni los decorados high tech ni los rostros y los cuerpos bonitos, sino justamente la negación violenta de todo ese universo de frivolidad y consumo. Cuando Marcos (Bruno Bichir), el hijo, se espulga un pie sucio para llevarse a la boca la mugre, la agresión visual es mayor en la medida en que violenta el lenguaje fílmico dominante y la aspiración colectiva a un confort social identificado con nociones del buen gusto.

Crónica... sacude muchas de esas certidumbres morales y artísticas. Su propuesta más original y más vigorosa es la de concentrar en un espacio reducido, y en una sola mañana, algo de la cacofonía, el caos y la frustración cotidiana de quienes viven en la ciudad de México. La sordidez en las relaciones familiares ha sido asunto muy explorado en el cine de Hermosillo y Ripstein, por lo que Cann no añade nada novedoso al respecto. Lo interesante es el reflejo citadino en la neurosis de cada personaje, en el desasosiego de vivir al día, en un hogar de clase media, sin esperanza de promoción social.

La cinta de Cann es excesiva y por momentos inconsistente. La escena inicial de castración de un travesti es burda y poco creíble en sus detalles. El propósito de despojar de todo glamour a actores y actrices (un reparto notable) se vuelve manía de afearlos y engordarlos y hacerlos tan grotescos como en una comedia de Ettore Scola (Sucios, feos y malos, 1976), o en Gummo (Korine, 1997), sin que un manejo más sostenido de la comicidad le facilite al espectador el poder convivir por dos horas con seres semejantes. Se suceden así las obsesiones por los boleros, la caricatura de María Rojo como María Victoria, el gag reiterado de un bisoñé suelto o la búsqueda en los basureros de un falo cercenado. La espera de la próxima desmesura se vuelve reflejo condicionado y, al poco tiempo, ya no importa tanto de qué habla la cinta sino qué nuevo exceso depara la escena siguiente. Hay así un efecto de saturación y el rechazo de muchos espectadores. Crónica..., filme irritante, es sin duda búsqueda de una expresión artística original, pero pudo y merecía ser mucho más que eso.

 

* Carlos Bonfil *