La Jornada domingo 26 de marzo de 2000

Guillermo Almeyra
La artritis ideológica

Hay cosas que son muy duras para morir. Por ejemplo, la estatolatría que comparten desde siempre las tendencias socialdemócratas o de origen en la Tercera Internacional y, por supuesto, los herederos republicanos y liberal democráticos o radicales del jacobinismo francés. Otra es la idea de que la gente se mueve racionalmente, y según cálculos de interés social o personal, noción que trae aparejada otra, según la cual la proximidad o lejanía política depende de la coincidencia general, con lo que una persona o una organización declara ser o dice querer en sus documentos programáticos.

Ahora bien, si se tiene por buena la proclamación de fe democrática habría que firmarles un cheque en blanco a la Casa Blanca y a la gran mayoría de los gobiernos y, si se cree en la palabra de los que se proclaman socialistas e incluso revolucionarios, se impondrían alianzas contra natura con todos los diversos tipos de stalinistas, por no hablar de los socialdemócratas. Si en ciertos momentos históricos-como la lucha contra el fascismo- la idea de "familias" de tendencias históricas podía tener algún asidero y dar base a la propuesta del Frente Unico Proletario entre partidos que, de una u otra forma, aún dependían del movimiento obrero, hoy esa idea de la "unión de la izquierda" contra la "derecha" es pura ideología, ya que tanto los socialdemócratas como los herederos del stalinismo han repudiado sus orígenes y sus viejas bases clasistas para presentarse como "partidos de todo el pueblo" (o, en palabras pobres, partidos acomodaticios con el sistema y abiertos a todos).

Hay que aclarar pues, en primer lugar, que no hay una izquierda (término de por sí ambiguo, destinado a marcar inicialmente el ala radical de la Convención republicana en Francia partidaria de un cambio de régimen político pero no de sistema social). Si se quiere, el centro con inquietudes sociales es "izquierda" en relación con los cavernícolas, pero eso no basta: esa es una definición por el Otro, una caracterización negativa. Hay, por el contrario, varias y diferentes "izquierdas" que van desde la social no institucional hasta las tendencias radicales y socialistas que canalizan las luchas sin embargo hacia el Parlamento, y hasta las tendencias liberaldemocráticas defensoras del sistema, como los de la "Tercera vía". Por lo tanto una parte de la llamada "izquierda" pertenece en realidad a la "derecha con corbata" por su conservadurismo, su carencia de ética, su abandono de los principios, su pragmatismo y el reaccionarismo de sus posiciones (prisión para los mendigos en Inglaterra, financiamiento a la escuela religiosa en Italia, por ejemplo, o fomento del asesinato de Estado de los GAL, en España).

Su oposición a la derecha de los Neardenthales, la del garrote, es en realidad una lucha interna entre tendencias defensoras del sistema, todas ellas opuestas a quienes buscan una alternativa al mismo. Por consiguiente, la evolución rápida hacia la derecha de esos partidos de la Tercera Vía no se puede ocultar con el taparrabos de algunas declaraciones "sociales" que no pueden justificar la alianza de quienes se dicen alternativos al capital con los que sirven a éste con todas sus fuerzas.

En nombre de la unidad de la izquierda no es posible sumar, por ejemplo, en un bloque único, aunque sea electoral, a Izquierda Unida con el PSOE. Primero, porque la unión con la derecha contra la extrema derecha es suicida para quienes se oponen a ellas; segundo, porque el electorado que protesta contra los efectos de la política capitalista abandonará a quienes se unen con las que la promueven y aplican desde hace décadas y se refugiará en la abstención, favoreciendo así a la extrema derecha. Tercero, porque la suma de los opuestos es una resta y no se pasa mejor un río atándose a un cadáver que hunde a quien quiere nadar.

La evolución derechista de los D'Alema, Veltroni, Felipillos y Cía., plantea pues un problema a quienes desean refundar la izquierda y se dan cuenta que solos pesan poco y que necesitan aliados. Las alianzas exigen, más que nunca, "golpear juntos" por determinados puntos pero "marchar separados" manteniendo la independencia y la crítica constante.

No puede haber "unidad en la diversidad", sino acuerdos parciales entre opuestos, por cuestiones importantes y con plena transparencia. Porque quien quiere ser alternativo al capitalismo no se contenta con ganar posiciones electorales sino que busca organizar, cambiar las conciencias y las relaciones de fuerza independientemente de las posiciones institucionales que en esa brega puedan lograr.