Rolando Cordera Campos
El viento y Juárez
Preocupante discurso el pronunciado el pasado día 21 por el procurador general de la República. Lamentables algunos de los párrafos que Jorge Madrazo le asestó a la opinión pública y a la borrosa memoria del Benemérito. Poco afortunadas la designación y el desempeño de la misión, en suma.
Madrazo ha tenido que bailar más de una vez con la más fea: en la Comisión Nacional de Derechos Humanos, bajo fuego cruzado; en Chiapas, después de la renuncia de Manuel Camacho; ahora, al frente de una procuración de justicia minada, ya no tanto por la corrupción como por la colusión desvergonzada entre policías y criminales, en medio de una erosión de mandos y figuras que arrancó de los tristes años de Lozano y Chapa y no ha tenido fin ni descanso, con el general Gutiérrez Rebollo en medio, como símbolo terrible de una connivencia que no respeta estrellas ni trayectorias. Ese es el agobiante entorno dentro del cual el procurador ha buscado sobrevivir y, más que nada, ponerse a la altura del enorme reto que el gobierno le puso enfrente sin tal vez meditarlo demasiado.
Rápido y raudo, el juicio no se hizo esperar. Columnis-tas y políticos nos hicieron saber que el Presidente respaldaba al procurador, que su designación resumía el reconocimiento a su labor, que, en fin, Madrazo no se iba, no por lo menos ahora y como consecuencia de los acontecimientos que siguieron al suicidio de uno de sus principales y añejos colaboradores. Al formato desusado del discurso, en el que se mezclan justificaciones sin lugar con admisiones nada escondidas de la (auto) pena de muerte, correspondió el más puro y viejo, gastado, coro de comentarios políticos y mediáticos. Pura confusión, pues.
Sirven de poco a Madrazo y a su futuro (y a su presente) esas absurdas disculpas con que buscan favorecerlo quienes interpretan muy a la antigua el hecho de que el Presidente lo haya designado orador en el acto recordatorio del nacimiento de Juárez. Con todo y designación, el procurador todavía tiene frente a sí un sinuoso calvario que va, debe ir, de la Secodam al Senado y de paso por la Procuraduría misma, que tiene que haber puesto en actividad, supongo que por ley, sus propios dispositivos de investigación interna, dada la gravedad de los hechos que el suicidio del oficial mayor de la dependencia puso a flote.
Con presidentazo y sin él, el ex titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos tiene que encarar procesos varios de indagación del estado que guarda el despacho a su cargo, más ahora que el nombramiento del procurador pasa por otro poder, depositado, si se perdona la irreverencia constitucional, en el Senado de la República. No hay, ni debería haber, fast track en este caso. No se trata de absolver o condenar a nadie en caliente, sino de empezar, si es que todavía se puede, la rehabilitación de un órgano estatal que no puede ni debe esperar a que la sucesión presidencial se resuelva.
Desde miradores menos abiertos y ciertamente siniestros, se ha iniciado una no tan soterrada cacería de brujas no sólo contra Madrazo, sino contra quienes han sido sus compañeros de trabajo o profesión, colaboradores o jefes. Se señala a ''un equipo'' como el que tiene que rendir cuentas de lo que sacó a flote el extinto oficial mayor de la PGR, se les empieza a juzgar y condenar y, lo peor, se habla desvergonzadamente de ''peculiares'' preferencias o de plano se recorre el camino de la homofobia, como vía segura y sostenible del juicio sumario al que se convoca.
De todo eso y más está sembrado el sendero oscuro de una justicia que, como la nuestra, no pudo levantar el vuelo a pesar de los recursos empeñados y de los enormes riesgos en que se incurrió para ponerla a salvo, después de los demoledores episodios que antecedieron a este gobierno. Pero sólo acudiendo al Senado y al propio Poder Judicial, sólo arriesgando desde el Ejecutivo en una investigación sometida al peor de los acosos internos y externos, es como se podrá encarar una tormenta mayor.
Que los discursos y las efemérides se entierren a sí mismos. Lo que está en juego es Juárez, en efecto, el que defendió lo que no había porque en ello creía: justicia y soberanía. Soplan los vientos y éstos sí que lo pueden tirar.