Néstor de Buen
Por los rumbos de la facultad
Este jueves en la mañana me di una vuelta por la Facultad de Derecho. El motivo: cobrar los modestos honorarios de un par de exámenes de doctorado para pasar después a la División de Estudios de Posgrado a firmar otros recibos también pendientes. Porque en la etapa del exilio extramuros, entre otras cosas, presentaron examen varios alumnos que habían concluido sus tesis y que se graduaron en el Instituto Nacional de Ciencias Penales, que nos dio casa y casi sustento durante los meses de la huelga. Y debo decir, con enorme satisfacción, que esas tesis y otras que se han presentado ya en casa, son de primera categoría y confirman la gran calidad de los nuevos laboralistas mexicanos. Quizá no tan nuevos, pero ahora, más adornados.
No sin cierta emoción, entré a la facultad con el despiste normal de quien no la frecuenta aun sin huelga. Ya no doy clases en licenciatura. Pero lo cierto es que me acordé con añoranza de los buenos tiempos en que lo hacía con mucho entusiasmo, a falta de otras cualidades.
Fue grato encontrarme con antiguos alumnos, hoy maestros muy distinguidos y colegas, que pintan tantas canas o un poquito más que yo. Algunos en el clásico corrillo de chismes después de la clase, que me trataron con un afecto que me llegó al alma.
Aproveché el viaje para tratar de saludar a nuestro flamante director Fernando Serrano Migallón. No lo encontré, y lo siento. Es mi amigo desde hace muchos años. Su padre y el mío coincidieron, si no recuerdo mal, como presidente Don Demófilo, y como magistrado don Francisco, en la sala de lo civil del Tribunal Supremo de España. El exilio los unió de nuevo en México por poco tiempo, ya que mi padre fue invitado para dictar alguna cátedra en la Universidad de Panamá, en la que llegó a ser decano (director) de la Facultad de Derecho y director fundador del Instituto de Derecho Comparado.
Regresó mi padre a México, muy enfermo, a fines de 1944, y falleció en junio de 1945, cuando aún no cumplía 55 años.
A Fernando debo haberlo conocido ya en la facultad como alumno distinguido. Después nos hemos encontrado esporádicamente y he seguido de cerca sus pasos de muy serio investigador y autor de obras diversas y muy interesantes, casi siempre con matices políticos. Escribió también sobre derechos de autor, de lo que hizo una especialidad que lo llevó a la Dirección General del Instituto de Derechos de Autor, y a ser el autor más que principal del proyecto de nueva Ley Federal de Derechos de Autor. Antes abogado general de la UNAM y, entre otras cosas, profesor titular por oposición de Ciencia Política y profesor titular de derecho constitucional en la Facultad de Derecho. En El Colegio de México explica administración pública y relaciones internacionales, y forma parte del Sistema Nacional de Investigadores.
Hemos mantenido una relación permanente porque la Academia Mexicana de Legislación y Jurisprudencia le ha encargado la coordinación de una serie de libros publicados por Porrúa, en honor de los más distinguidos juristas de nuestros tiempos, y Fernando, que es un latoso, me ha traído a mal traer atendiendo sus exigencias de colaboraciones, que he podido hacer sacando tiempo y humor de no sé donde. Pero, al fin y al cabo, han sido muy merecidos homenajes.
Efímero abogado general, de nuevo, ahora con el rector De la Fuente, Fernando reinició el camino de la candidatura a la dirección de la facultad, ya intentado antes y, según entiendo, la Junta de Gobierno lo nombró por unanimidad. Hizo bien, que tiene títulos de sobra.
Supongo que la tarea no será fácil. Hay evidentes oposiciones de todo tipo, como es natural. Y a pesar de que tuvo a su cargo promover la libertad de muchos de los huelguistas, hoy se le hace aparecer, injustamente, como un represor.
Fernando Serrano será un excelente director. A sus méritos de jurista fino hay que agregar su gran experiencia dentro de la UNAM, su magnífico currículum como servidor público y su trato fácil, cordial y amistoso, pero sin concesiones.
Hay en Fernando un compromiso que no es pequeño. Representaría la generación mexicana de los grandes catedráticos españoles que en nuestra Escuela Nacional de Jurisprudencia, después y ahora Facultad de Derecho, hicieron una tarea inolvidable. Sus nombres, grabados a la entrada de la escuela, son hoy leyenda. Y Fernando sabrá hacer honor a esa tradición, pero con su sensibilidad mexicana y su olfato político. Que no son poca cosa.
Ojalá que tenga la oportunidad, que buscará denodadamente, de demostrar que puede ser uno más de los grandes directores de la facultad.