DOMINGO 26 DE MARZO DE 2000
Ť Sólo cantó 75 minutos y omitió de su repertorio las rolas conocidas
Morrissey deja insatisfechos a sus seguidores
Jorge Caballero Ť Ante un público en el que predominaban los treintañeros, la noche del viernes el cantante inglés Morrissey ofreció, por espacio de una hora y quince minutos, un concierto en el Auditorio Nacional. El consenso al final del concierto fue... mmm... de insatisfacción, porque no interpretó sus más sonados éxitos en nuestro país y por el corto tiempo de su recital.
A las nueve de la noche las luces robóticas dan paso a dos guitarristas, un bajista y un bataco, vestidos de mariachis. Luego, el ídolo/icono/emblema, Morrissey, cubierto de cuero negro, sale con un "hola". La alfombra de manos del mosh pit se extiende hasta el último asiento del inmueble para darle la bienvenida. El auditorio está que arde. Morrissey baila de puntitas con movimientos dulces; se mueve/menea/gira; el micrófono alámbrico le sirve de pareja. Se envuelve/desenvuelve, se pliega/despliega, se postra en el piso... El concierto empieza potentísimo.
La pantalla muestra la imagen más inglesa que hay en el mundo: el futbol, con el escudo de West Ham Boys Club. El británico dice: "hola amigos". Todos están de pie. Un fan se cuela al escenario, pero no puede tocar al ídolo, escena que se repitió durante los 75 minutos y sólo una chava logró plantarle un besito.
Ahora es Steve McQueen quien está en la pantalla apuntándole a Morrissey con una pistola. El se cubre. Las canciones caramelo del compositor se convierten en goce sonoro. Las manos del mosh pit quieren alcanzar al músico, quien corresponde tocando las manos de unos pocos afortunados y hasta se da el lujo de dar dos autógrafos. "Gracias, estoy aquí y tú estás aquí"; dice Morrissey. Desaparece.
Reaparece con una camisa de rayas verticales. Dos rolas. La ciudad lo asfixia. Entona unas rolas que apagaron el ánimo de 9 mil personas. Los mil que estaban frente al escenario siguieron con el ambiente. Desaparece otra vez. Ahora aparece con una camiseta azul. Dice: ''polución, polución, cigarros, cigarros". Se despoja de su camiseta, se limpia el sudor, la pasa por su torso, sus genitales y la lanza.
Kirk Douglas atestigua en la pantalla. Sale con otra camiseta exactamente igual a la que arrojó. Ahora Morrissey serpentea en el escenario. Se para, lanza la camiseta y saca otra réplica, dice "no me gusta el chile". Es asexual, hay que recordarlo. Se va.