Bárbara Jacobs
Lo atávico aprueba
A continuación, por extraños caminos, la presencia de lo atávico. Aunque creo que no es muy digno contar cómo un editor rechazó tu manuscrito, y menos si ni tú ni el trabajo en cuestión son famosos, o todavía no lo son, puede ser válido hacerlo cuando, gracias a ese rechazo, se te revela el origen de la composición de la obra de la que hablas, si bien a posteriori, y no como pretendía Edgar Allan Poe que debía ser.
Lo cierto es que hace un año un editor español me pidió un libro nuevo. Apenas tuve listo algo en lo que trabajaba, se lo envié. Un par de meses más tarde, lo rechazó. Recibí la carta la mañana en la que volaría, en un viaje circunstancial, de México a Satiago de Chile, de modo que durante el vuelo tuve tiempo de releerla y sobre todo de analizarla desde diferentes ángulos. No voy a presumir sosteniendo que desde un principio estuve de acuerdo con los términos con que el editor se refería a mi trabajo, pero sí que, al finalmente advertir a qué grado coincidía con él, habría querido más bien agradecerle la crítica que impugnársela. Lo malo era que, mientras que para él los argumentos descalificaban mis páginas, para mí las acreditaban, y de un modo misterioso hasta las exaltaban.
Decía el editor que se trataba de un texto tan vanguardista que pondría al lector en serios aprietos, pues era difícil de seguir por lo fragmentario del estilo, de la técnica, del argumento; por las múltiples voces que se confundían; por el caso del punto de vista; cosas, todas, que a mí, repito, lo que me parecían era estimulantes. Tampoco será adecuado que yo lo diga, pero, Ƒno es mejor invitar al lector a pensar que a no pensar; no muestra el autor más respeto hacia el lector si lo asume como un ser pensante, que si lo descarta como un ser no pensante? Un autor no tiene sino el lector que merece tener.
No voy a negar que al ver mi trabajo terminado yo misma hubiera advertido que su estructura había resultado algo insólita, pero a mí me parecía natural. Intimamente, sin mayores consideraciones, podía sostener que el manuscrito, tal como había llegado a ser tras su proceso específico de formación, tenía lo que podía llamarse naturaleza propia, de manera que contaba con una consistencia armónica evidente, vibraba, tenía peso, volumen, calor; estaba completo y era total. Muy bien; pero, con estas apreciaciones, Ƒiba yo a persuadir al editor a rectificar su decisión? Estoy lejos de desconocer que si un autor siente que debe ir de lector en lector (šde editor en editor!) explicando en qué consiste su libro, es claro que éste ni para él mismo camina solo, como debe ser capaz de hacer toda obra que se respete.
Así, un tanto resignada ante cómo se iban dando las cosas, en el vuelo de regreso a México dejé de lado el asunto de mi propio manuscrito y me dediqué a leer un libro en cuya presentación, días más tarde, habría de participar. Pero mediante esta lectura sucedió que tuve la revelación del origen de la composición del trabajo que me acababa de ser rechazado. El libro que presentaría trataba de las construcciones islámicas, cuya estructura responde, ahora sí premeditadamente, como pediría Poe, a una serie de características precisas. En dichas construcciones, la comunicación visual no resulta evidente ni directa, sino atomizada; es fragmentaria y discontinua; se da a saltos; ofusca la vista y rechaza los ejes direccionales, lo cual crea un efecto de desconcierto y aturdimiento. Rehuyen el espacio continuo, el perspectivismo, la fuga.
Repito, en las construcciones islámicas esto es lo idiosincrásico. Ahora bien, Ƒsólo para mí salta a la vista cómo coincide, punto por punto, con lo que llevó al editor a rechazar mi trabajo? A mí me hubiera parecido natural, se explica, no tanto a través de la polémica de si el Occidente puede entender al Oriente y viceversa, como por la presencia de lo atávico pues, igual que a mí, al mundo y los personajes del manuscrito rechazado los define un origen oriental innegable y determinante, lo que podrá verse cuando el libro aparezca.
Por lo pronto no me queda más que referirme a la calidad de vanguardista que el editor concedió a mi manuscrito; digo que le concedió tal calidad, cuando tal vez lo acertado sería inferir que con ella lo acabó de vituperar. En este sentido, sólo se me ocurre tomar el remate como la venganza del español contra los ocho siglos de dominio árabe, pues, Ƒhay algo más radicalmente opuesto al atavismo que la vanguardia? ƑO que el arrojo a la tradición?
Pero interrumpo aquí estas líneas; en el Islam, sólo Dios carece de principio de fin. El resto, aunque prismático, es transitorio, y se acaba.