José Agustín Ortiz Pinchetti
La derrota del PRI, Ƒun shock cultural?
No será fácil ganarle al PRI. El primer requisito es imaginar su derrota. Un reflejo de la madurez de la conciencia política es el hecho de que hay millones de mexicanos que desean la derrota del sistema priísta y ya son capaces de imaginarla. Eso se debe al profundo hartazgo que produce un gobierno con 71 años, la ineptitud de las últimas tres gestiones en materia económica y una acumulación de agravios que han quedado impunes. Pero también a un hecho cultural: un cambio silencioso, el paso de una comunidad de súbditos a una sociedad de ciudadanos.
No podemos descartar el poder de la maquinaria priísta. Obedece a inercias, pero está todavía muy bien articulada y tiene a su favor todos los recursos del Estado, además de la fidelidad de millones al viejo régimen. Esa postura conservadora de buena parte de la población parece tener raíz en la cultura colonial, y probablemente -si escarbamos más hondo- en la idea prehispánica del poder mágico. Muchos mexicanos se sienten desvalidos ante el poder, pues lo consideran soberbio, ambivalente entre la brutalidad y el paternalismo; sobreprotege a los elegidos (entre los cuales todos deseamos ser incluidos) y otorga dádivas a la masa que no puede exigir. Y cuando lo ejercemos lo hacemos con avidez, sin rendir cuentas, esmerándonos en las formas y revistiendo todo con carácter misterioso y majestuoso.
Pero esos valores no sólo están presentes en la política, operan en la pareja, la educación familiar y escolar, la Iglesia, las empresas y son reproducidos e impuestos por los medios informativos.
Los rasgos primitivos están resistiendo cada vez peor el impulso de una cultura. Es un proceso que avanza sin prisa ni pausa. El poder arcaico puede contenerlo, frenarlo, diferirlo, pero no extinguirlo. Y así se han movido las preferencias electorales y la sociedad se ha abierto a una actitud crítica, impensable hace 20 años. La existencia de esos dos segmentos, uno muy conservador y otro progresista y moderno, va a probar sus poderes y límites en las próximas elecciones.
Pero supongamos que perdiera el PRI. Los priístas de hueso colorado y muchos que no lo son vivirían una sensación de orfandad, pero nadie saldría a las calles a defender el sistema. De fracasar el gobierno democrático que surgiera de los comicios del 2000, es probable que una iniciativa caudillista pudiera tener inmenso éxito en la época pospriísta. Pero si el primer gobierno verdaderamente republicano se consolida y maneja bien los asuntos económicos, al poco tiempo la nostalgia por el PRI-gobierno se iría borrando. Tal sucedió en España, con el franquismo.
La reacción peligrosa podría venir de los grupos de interés. Con el paso del tiempo se han convertido de beneficiarios del sistema en sus controladores. Se han vuelto grupos de presión para tener voz y voto en los asuntos del Estado. Es probable que la política macroeconómica que ha acentuado la desigualdad se haya impuesto gracias a la influencia ideológica de Estados Unidos y, por supuesto, a su poderío. Pero la nueva economía está dando rendimientos cada vez mayores a la nomenklatura mexicana. Esa vertiente interna no puede pasar desapercibida. Las cosas se han complicado porque entre esos poderes informarles ha aparecido uno y nuevo expansivo: la red del narcotráfico. Y por supuesto sus aliados financieros, que reciclan los recursos de ese comercio ilícito.
No costará mucho imaginar qué sucederá cuando esos intereses se vean amenazados. La actitud reaccionaria de esos grupos no deriva de la posición ambivalente y contradictoria con la que los mexicanos contemplan, sufren y usan el poder. Esa oligarquía no tiene nada de sumisa. Si en mayo y junio la preferencia electoral por Labastida y el PRI declinara de modo evidente e irrefrenable, alguno de los políticos o negociantes de magnitud estarían dispuestos a arriesgar cientos de millones de dólares y asumir riesgos graves para impedir la alternancia. Ningún candidato de oposición podría garantizarles lo que ya tienen. Sus acciones pueden ser audaces y eficaces. Pueden incluir desde una enorme operación de compra y coacción de voto, hasta un fraude electoral o la provocación para anular los comicios. Pueden apelar al terrorismo, alentar un golpe de Estado o una presión militar. Pueden conspirar un magnicidio y alterar el curso de la vida civil. Responden a sus propios intereses y a la necesidad de permanecer en la impunidad. A nadie le gusta salir del paraíso.
No se puede desechar una crisis social si el PRI pierde, pero si gana con poco margen y sus triunfos no son creíbles también se presentaría una crisis mayor y, dada la situación social que vive el país, quizás una ruptura.
No pretendo plantear un escenario catastrofista; aún estamos a tiempo no sólo de imaginar una derrota civilizada y pacífica del PRI, sino medios para que el resultado de las elecciones del 2 de julio, gane quien gane, conduzcan a México a una nueva forma de estabilidad política.