León Bendesky
Euforia en la Unión Europea
Lejos de mi intención está menguar el entusiasmo oficial por la firma del TLC México y la Unión Europea. Pero la verdad es que la atención primordial del Consejo Europeo, reunido la semana pasada en Lisboa, estaba en otros asuntos. Y no es, claro está, que el libre comercio no les importe, pero ese tema es subsidiario al que representa reducir la brecha que tiene con la economía de EU.
Muy movido ha salido Tony Blair como impulsor de las reformas económicas y sociales en Europa. Ahora ya no impulsa la Tercera Vía, que parece que se agotó bastante rápido como proyecto de una "izquierda" renovada dentro del laborismo inglés, y que incluso quería invadir el continente. Hoy es promotor de la "Nueva Economía" a la gringa, y tiende para ello alianzas con fuerzas políticas muy diversas, como Aznar y D'Alema. Hoy todos se reconocen. Eso podría indicar la confusión en los proyectos económicos, no tanto desde el punto de vista de las grandes empresas y bancos que toman posiciones en el mercado para aumentar la rentabilidad de las inversiones, sino en el campo político que corresponde a los gobiernos y, sobre todo, en el terreno social en el que no es claro cómo será la inclusión de los distintos grupos en la nueva euforia tecnológica.
Esto es parte, también, de la confusión que se ahonda entre los países que se resisten a dejar de existir, y que ninguno de los medianos líderes europeos se atreve a proponer abiertamente que desaparezcan en el mundo de la Internet, y los proyectos globales que ellos mismos impulsan. Esa Europa, la que desde Lisboa encabezan un Blair que saca la autoconfianza por los poros, y un Aznar repuesto como líder de derecha en una unión mayoritariamente socialdemócrata, desborda hoy la euforia de la nueva economía, pero tiene incrustada una Austria que le resulta incómoda y a sus puertas están las ruinas de Kosovo y un poco más allá, una Rusia desbaratada que reprime con la fuerza de sus mejores tiempos a Chechenia.
Ha calado muy hondo entre los líderes europeos la reciente experiencia en EU de crecimiento económico sin inflación. Esta se trata de explicar como resultado de la creación de una nueva economía, que sustenta su dinámica en el aumento de la productividad generada por las nuevas tecnologías, y entre las cuales ocupa un lugar central la "revolución" de la Internet. Ahora quieren reproducir ese fenómeno, no sólo para pegarse al nuevo american dream, sino para hacer uno propio con una fuerte reducción del desempleo y la reformulación de las políticas sociales.
El Consejo Europeo reunido en Lisboa (me pregunto qué diría Pessoa de todo esto) planteó la creación de una sociedad de la información que abrirá el comercio electrónico y la competencia en las redes de telefonía para reducir el costo de la Internet. Con ello se quiere generar un espacio de investigación a partir de una transeuropea de alta velocidad para las comunidades electrónicas entre los principales centros científicos. Se propuso aumentar los niveles de capacitación de los jóvenes que sólo terminan la educación secundaria y alentar la reducción del desempleo pasando de una ocupación actual de 61 por ciento hasta 70 por ciento la población activa en el año 2010. Sólo el gobierno francés puso límites a las demandas liberalizadoras hispano-británicas, negándose a promover por ahora la apertura de los sectores de la energía y el transporte, además de haber discrepancias con respecto a las repercusiones de las propuestas aceptadas sobre las políticas sociales en los distintos países. No sabemos si esta reacción de Giscard y Jospin fue por convencimiento propio o por efecto de las resistencias de diversos grupos sociales franceses con respecto a lo que todavía queda del estado de bienestar.
Una cuestión que nadie responde ni en Estados Unidos ni en la optimista y eufórica Europa unida es si la actual revolución tecnológica de la microelectrónica y los servicios en el ciberespacio alcanza para dos cosas. Una para mantener elevado el nivel de empleo (aunque queda pendiente ver la clase de empleos que se generan y los ingresos que producen) y, la otra, si la dinámica actual se va a sostener por el lado financiero en el que el auge bursátil habrá, sin duda, de tener un límite. En todo caso los vientos que vienen de los países desarrollados se basan en una especie de nueva fe económica a la que se rinden desde la derecha y desde la izquierda. Políticos y economistas, grandes magnates privados e ideólogos del capitalismo han sugerido por mucho tiempo que el fin último de este sistema es crear riqueza y aumentar el nivel de bienestar de la población. Hoy va quedando claro lo que entienden por la nueva riqueza y más claro lo que se entiende por el bienestar social, pero en todo caso le están dando otro vuelta a la tuerca.