La Jornada lunes 27 de marzo de 2000

José Cueli
šQué vulgaridad!

Un torero puede no ser artista. Todos sabemos que de esta categoría son la mayoría ellos. Pero séanlo o no lo sean, siempre encontraremos en aquellos que se visten de luces un acervo de palpitaciones y apuntes de vida. Ellos nos hacen vivir momentos por los que pasamos inadvertidamente, o nunca tuvimos oportunidad de vivirlos. Algunas veces, las manos no nos los revelan, si no los recuerdan. Tal es el caso de Manolo Sánchez, el artista que pudo y no quiso. Entonces la emoción que brota del recuerdo de sus faenas de novillero se acrecienta en nosotros. La pequeña emoción del detalle sugería la gran emoción del panorama.

Ocurre esto cuando el toreo que contemplábamos en Manolo Sánchez ya no tenía valor estético. Mucho menos calor vital -esta es la obra del artista- sólo la sugerencia de su pasado torero que producía la emoción contenida en la actualidad en el torero, quien al ya no promoverla y apagar la emoción, en cambio reaviva el recuerdo. Su carrera inconclusa tenía palpitaciones de drama. Una visión clara y transparente de fracaso.

Manolo Sánchez fue un torero alegre y hoy es trágico. Tenía las más diversas formas, en sutil nexo espiritual de serenidad y placidez, en detalles que se insinuaban suavemente. La tarde de ayer, en cambio, lució grotesco, desde su figura hasta su quehacer.

Rápidamente, desde el paseíllo, junto con sus alternantes, se instalaron en el relajo de la Plaza México y se acomodaron a "jugar al toro con los de San Francisco de Asís, a los que no tenían con que ponerles la emoción que les faltaba. Sólo danzaban vulgarmente a su alrededor, al tiempo que respiraban la atmósfera cervecera y de puro corriente. Todo ello con la impaciencia que les permitieron los pacientes querubines que les tocaron en suerte.

La noche se volvió muy negra en el futuro de los toreros -Del Olivar, Sánchez, El Biafra- que no la han hecho. A pesar de ser Manolo Sánchez uno de los toreros con mas chispa que ha surgido en los últimos años. Vagas fantasías los engrandecían en la misma forma que los aires hinchaban a los inmóviles, católicos toritos franciscanos. Los toreros se contemplaban atónitos mientras los bondadosos toritos pasaban en rivalidad de hocicos bajos y relámpagos negros. En suma, tedio y vulgaridad.