LUNES 27 DE MARZO DE 2000

Ť Homenaje a Gershwin y Lecuona, dos clásicos


Con el saxofón de D'Rivera, volvió el jazz a Bellas Artes

Pablo Espinosa Ť Con la puesta en vida de una música saxual, es decir, nacida del sax de Paquito D'Rivera, en homenaje a dos clásicos del siglo XX, George Gershwin y Ernesto Lecuona, autores a su vez de obras sensualérrimas, cataratas de sonido en piel morena, el jazz volvió al Palacio de las Bellas, bellísimas artes.

Hacía, ay, tantísimos ayeres que el jazz no aposentaba sus asentaderas portentosas en ese edificio de marmomerengue, que el retorno no podía ser más emotivo, disfrutable. Privilegio. Fue merced al signo del Festival del Centro Histórico, cuyo ángel es la excelsitud, que esa música libérrima puso a ondular caderas, menear los portamentos interiores, exteriores, pronunciar protuberancias con su dulce andar de hamaca.

La mejor orquesta del país, la Filarmónica de la Ciudad, ocupó el que es considerado máximo foro cultural de México, dirigida esta vez por el cubano Gonzalo Romeu, quien comenzó la candente velada con una versión sorprendentemente cool de un partitura ardiente por naturaleza: Un americano en París, de don Jorgito Gershwin, acusando algunas desinfladuras, ciertos resbalones en el balance entre las secciones de metales y de cuerdas, costuras visibles en los instrumentos de alientos-madera.

La batuta de Romeu se ajulietó no obstante en cuanto sonaron los primerísimos compases de la siguiente obra en el programa, que incorporó a la escena seis músicos de niveles interpretativos casi cósmicos: la cantante puertorriqueña Brenda Feliciano, una leyenda ella misma; Paquito D'Rivera con su sax y su quinteto de Jazz. El título que Romeu y Paquito pusieron a esa obrita es sólo un referente: "De Porgy and Bess y otras músicas", porque lo que sonó fue la expresión más acabada de la cachondería.

Inicia Paquito con un poquito de espasmo placentero que penetró, una vez que la preparación lúdica del acto amoroso estaba cumplida, hasta lo más hondo de la más profunda piel: en clarinete, el tema introductorio de la Rhapsody in blues (nombre correcto y no el gazmoño Rapsodia en Azul) para entrepiernarlo enseguidita con temas cubanísimos. He ahí, mortales, la delicia de la síncopa, henos aquí en el éxtasis de la mejor metáfora de la cópula, que es el acto musical por excelencia.

La segunda parte de este concierto, titulado Gershwin-Lecunoa, fue una suma de clímax. Brenda Feliciano, con el apoyo del tenor Alejandro Coreño, emprendieron dos escenas de María la O, ese monumento mulato que en las enciclopedias es tachada de zarzuela pero que en la realidad se enclava en las delicias de ese apartado musicológico profanamente clasificado como Sabrosuras. Qué otra cosa sino música sexual es la danza, contradanza, la cadera vibrante, el cuerpo enhiesto de la música clásica cubana.

rivera-de-paquito-2-jpg Ah, pero faltaba la parte más caliente del concierto, el punto donde los gemidos de placer se convierten en rugido de león: un poquito de Paquito, un muchito de placer en sax, en sex con bajo vientre tomando forma de contrabajo eléctrico, horizontal. Lecuonerías, tiene a bien llamarle Paquito a este muchito de placer: improvisaciones jazzísticas a los temas que nos mueven los más bajos y elevados instintos, los temas de Lecuona tan familiares y tan íntimos, tan untados en caricias a la piel. šAh, dioses yorubas, cuantísimo placer!

Una música que avanza con vaivén de hamaca. Caderas femeninas en rotundo estrépito de piel entre la brisa cálida de la lira y el bongó. Al redoble del timbal responde el llamado del latido de la sangre en cada síncopa, cada requiebro de danza interior. Suena el sax de Paquito D'Rivera, pulsa el clarinete y ese simpático amenizador de chistoretes se convierte, por obra y gracia del sonido, en atemporal, hiératico encantador de serpientes, artesano escultor de la libido.

Luego de esa obra clásica del siglo que aún vivimos, es decir, el siglo XX en la numeración globalifóbica, y que tiene nombre de mujer: Siboney, en voz de Branda Feliciano, en voz del sax D'Rivera, en voz agigantada por el Coro Pro Música desde María la O, la pieza de regalo fue una de las más Bellísimas Artes: una composición que, bromeaba un poquito Paquito, "la compuse con la ayuda de un músico que es brasileño aunque muchos dicen que es alemán: Joao Sebastiao Bach. Algunos le dicen, Joanzinho, o Yoanziño". Sonó lo que sólo es posible creer que suena cuando uno está con los ojos en blanco, acaba de rugir como león, y suena una música de piel morena arrejuntada a la del güero Bach: una fuga, un aria, un contrapunto, las delicias de la música de Bach, que nació el día que nacieron todas las flores, entrepiernada con el poderío sexual de la música morena.

šAh, que ha vuelto el jazz, dulce alegría de los hombres!