RUSIA: ELECCIONES CUESTIONADAS
Ayer, en Rusia, conforme fluían los resultados de las elecciones presidenciales del día, la votación para el presidente en funciones, Vladimir Putin, iba pasando de un frágil 45 por ciento a un sólido 52.
Ese cambio en las tendencias, que en un contexto de normalidad democrática podría pasar como un mero incidente estadístico, en Rusia fue señalado como indicador de una adulteración de los sufragios por parte del gobierno.
El candidato comunista Guennadi Ziuganov, cuyo partido, según números oficiales, obtuvo casi 30 por ciento de los votos, habló de "zonas de falsificación total" y dijo, sobre el ritmo del recuento, que "se está haciendo todo lo posible para que Putin suba un punto cada hora".
El liberal Grigori Yavlinsky, también aspirante a la presidencia y quien quedaba en un remoto tercer lugar con menos de 6 por ciento de los votos, formuló denuncias similares.
La diferencia entre las tendencias iniciales y las finales del recuento electoral significan, para Putin y su partido, ahorrarse una segunda vuelta que habría implicado, si no peligro de perder el poder, sí un desgaste político que de ninguna manera le habría convenido al Kremlin, ansioso por capitalizar una circunstancia política propicia, pero necesariamente efímera, en la que el retiro del candidato Eugeni Primakov de la contienda y el sangriento triunfo militar en Chechenia dejaron a Putin sin adversario.
Una consideración imprescindible para evaluar lo ocurrido ayer en Rusia es que, a pesar de todos los formalismos electorales empeñados, difícilmente podría hablarse, en ese país, de un estado de derecho. Durante su estancia en el poder, Boris Yeltsin, mentor de Putin, estableció una vasta red de complicidades con grupos e intereses económicos irregulares y delictivos y se rodeó de representantes informales de corporaciones ilegales que, en buena medida, siguen presentes en el entorno de Vladimir Putin.
Desde entonces, el juego político ruso sufre distorsiones inocultables, hasta el punto de que, entre los motivos profundos de la guerra chechena, no es fácil distinguir dónde terminan las razones de integridad nacional y dónde empieza la guerra entre bandos mafiosos rivales. El grupo en el poder tiene intereses, pero no es evidente que posea un proyecto nacional. En ese escenario, la denunciada realización de un fraude electoral oficial resulta verosímil, porque para Putin y los suyos la ley no tiene demasiada importancia.
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