Vilma Fuentes
Salón del Libro en París
Casi un cuarto de millón de personas visitaron este año el 20 Salón del Libro en París. Por su importancia, el segundo acto en Europa en la materia, después de la Feria de Frankfurt, el de Francia es mayoritariamente nacional, lo que no excluye la representación de otros países. Sin representación oficial ni editorial, me causó verdadero gusto ver en las mesas de Gallimard la presencia de México gracias a Carlos Montemayor con Guerre au Paradis y a Alejandro Rossi con Pluie de janvier. Gracias también al stand de la revista París-México, animado por el entusiasmo de su director Nicolás Jiménez Roldán, quien comienza una nueva aventura con la aparición de los primeros números de su Revista Latina.
La literatura portuguesa fue la invitada de honor este año. De ahí la importancia que tuvo la presencia de las ediciones de la Différence, donde desde su fundación hace 25 años, su creador y director Joachim Vital ha hecho conocer en este país a los más grandes escritores de Portugal: Fernando Pessoa, reconocido en Francia apenas en los años ochenta, Eça de Queiroz, Marie Judith de Carvalho y, ahora, la incomparable poeta, cuentista y novelista Sophia de Mello Breyner.
Recorrer los pasillos del Salón del Libro es un verdadero maratón y no basta la semana que dura para darse una ligera idea, ya no se diga de la industria editorial, sino simplemente de la producción literaria. Y, sin embargo, el número de escritores en potencia aumenta día tras día: Ƒno llegan entre tres mil y seis mil manuscritos a las numerosas editoriales cada año? El más pequeño editor ve llegar a sus oficinas un mínimo de dos mil manuscritos que se acumulan en su exiguo espacio
A este propósito, me tocó ser testigo involuntario de una escena de la vida editorial parisiense.
Empujada por los fotógrafos y camarógrafos que se ven obligados a caminar de espaldas para tomar de frente a uno de los tantos políticos que buscan en el Salón menos los libros que los posibles electores, me refugié en el vasto stand de una de las grandes editoriales. El director, P., viejo amigo, me invitó a sentarme con él unos momentos. Pero apenas comenzada la plática, una de las vendedoras se acercó seguida por un hombre de edad, el cual deseaba hacer algunas preguntas al editor. El hombre en cuestión cargaba con dificultad un gran maletín evidentemente repleto, pues apenas podía cerrarlo.
Sin duda un bibliotecario, pensé. Su curiosidad por los más diversos libros debe haber hecho pensar lo mismo a P., quien acompañó al hombre de mesa en mesa para mostrarle novedades literarias, novelas policiacas, libros de cocina, traducciones, la colección de poesía, volúmenes de cuentos... P., me diría más tarde que estaba seguro de una buena venta dado el entusiasmo del hombre del maletín, quien solicitó sentarse un instante para estudiar el catálogo de la editorial.
-Así que usted publica novela, cuento, policiacos, libros prácticos,de arte, en fin una gama tan amplia como rica. Es usted la persona que me conviene -dijo el hombre al inclinarse para abrir su maletín de donde extrajo varios manuscritos.
-Aquí traigo una novela de amor, una policiaca, dos volúmenes de poemas, una guía turística. Como usted edita, yo escribo. De todo.
-Desconcertado, P., trató de explicarle de la manera más amable que los editores exponen en el Salón del libro para vender su producción, y que los manuscritos no se reciben ahí.
-Envíelos a la editorial, tiene usted la dirección en el catálogo -concluyó P., levantándose para despedir al importuno visitante-. El comité de lectura podrá tomar una decisión una vez leídos sus manuscritos.
-Mire, no voy a obligarlo a leer ahora toda mi obra. Un párrafo basta para descubrir el verdadero genio. Sé que está usted ocupado. Pero, en menos de cinco minutos puede formarse una idea de la calidad de mi escritura. Vengo preparado -dijo al sacar dos hojas de una bolsa lateral del maletín-, traigo un muestrario, algunos párrafos acompañados de la más severa autocrítica y, a pesar de la cual, se recomienda la publicación inmediata.
No le quedó a P., más que tomar las dos hojas y fingir que leía, reteniendo una carcajada que el temblor de mi cuerpo le contagiaba.
-Mire, no dudo de la calidad de su obra después de leer estas muestras. Por desgracia, mi programa de publicaciones para los dos próximos años ya está hecho. Pero tengo una idea, vaya usted de mi parte a ver a C, un excelente editor que puede publicarlo de inmediato. Insista usted, no se retire hasta obtener una respuesta positiva. Es la editorial más adecuada para usted. Y no deje de recomendarse de mi parte.
El hombre guardó sus manuscritos, cerró el maletín y, con una sonrisa de agradecimiento, se dirigió al stand del apreciado rival y buen amigo de P.
Este tipo de recomendación forma parte de los regalos que se ofrecen entre ellos, no sin humor, los editores. Y acaso no sólo en París.