La Jornada lunes 27 de marzo de 2000

Elba Esther Gordillo
Política y antipolítica

Dejó de ser lo que era: la política ya no se entiende, ya no se practica, ya no se construye ni define con los mismos fines ni bajo las mismas reglas que antes. Estas y aquéllos han cambiado al ritmo de las sociedades actuales. Hace tiempo que lo político empezó a ser algo cada vez más amplio y ubicuo, pero la política se volvió cada vez más un asunto de profesionales, de los políticos.

El origen de la palabra perdió fuerza sobre el significado: el politikós, es decir, todo aquello que concernía a la ciudad, a lo civil, a lo público, a lo social, a la polis, adoptó formas y contenidos contrarios, en varios sentidos, a esta definición original de la política como una tarea de y para los ciudadanos.

La política, no obstante, sigue siendo poder, pero sus fines, alcances e intereses han cambiado. En su Política -que es considerado el primer tratado sobre "las cosas de la ciudad"-, Aristóteles afirma que "el fin de la política no es el vivir sino el vivir bien". La actividad política cobra así una dimensión que aún no pierde ni debe hacerlo: aparece como un instrumento -arte o ciencia- al servicio de la sociedad, para alcanzar, siguiendo de nuevo a Aristóteles, "la vida buena para la polis".

Sin embargo, con excesiva frecuencia la política aparece no como un instrumento para la vida buena de la polis, sino para la permanencia y reproducción de intereses que, en ocasiones, tienen muy poco que ver con ese propósito.

En el mundo de las sociedades informadas, la política se ve reducida muchas veces a la disputa por el poder, por conquistar posiciones y cargos. Algunos confunden el poder con los símbolos del poder, y entonces la lucha no tiene que ver con proyectos y sueños, sino con la consecución o preservación de canonjías y privilegios.

Sigue siendo poder, pero no es el mismo, como advierte un atento observador, Alain Touraine: "El poder solía estar en manos de los príncipes, las oligarquías y las elites dirigentes; se definía como la capacidad de imponer la voluntad propia sobre los otros para modificar su conducta. Esta imagen ya no se adecua a nuestra realidad. El poder está en todas partes y en ninguna, en la producción en serie, en los flujos financieros, en los modos de vida, en el hospital, en la escuela, en la televisión, en las imágenes, en los mensajes, en las tecnologías".

Dispersos pero acotados, en todas partes y en ninguna, en muchas manos pero no necesariamente en las mejores, el poder y la política se convierten muchas veces en un asunto de capillas, domésticos y, en esa medida, de plazos cortos y miras bajas.

Hoy que en México se disputa como nunca el poder, conviene recordar que la política no es sólo eso: lucha, competencia por espacios de poder; que la política no es un monopolio de los partidos ni el privilegios de unos cuantos profesionales de la política, que no se compite por espacios de poder, sino por esferas de responsabilidad.

Antes como ahora, a la política la siguen calificando sus fines, sus contribuciones para el vivir bien de la sociedad, su capacidad para involucrar a los habitantes de la polis y mejorar su vida.

En uno u otro sentidos, como disputa de poder o como interés por la polis, la política debe seguir siendo el instrumento privilegiado para zanjar diferencias y enmendar desigualdades, para recomponer el tejido social y no para dividir a la sociedad.

En uno u otro sentidos, entre los profesionales de la política, e incluso entre los propios partidos, quienes más se acerquen al sentido original de la política -como un medio para la acción social y no como un fin interesado-, quienes cultiven la política como la oportunidad de servir a la sociedad y de comprometerse con el bienestar de la mayoría, tendrán los mejores argumentos y las mayores posibilidades en esa otra esfera de la política: la competencia por la responsabilidad de contribuir al bienestar de la sociedad.