MARTES 28 DE MARZO DE 2000

Ť LA MUESTRA

Orfeo

La obra teatral del compositor brasileño Vinicius de Moraes, Orfeo da Conceicao, traslado del mito griego a los barrios miserables (favelas) de Río de Janeiro, tiene en los años cincuenta un éxito enorme e inspira la coproducción franco-brasileña Orfeo negro, de Marcel Camus, que en 1959 conquista la Palma de Oro de Cannes desbancando a la cinta de Truffaut, Los cuatrocientos golpes. Se premia entonces el colorido carioca, la visión turística del carnaval y los excesos melodramáticos de un conductor de tranvías, cantante de bossa nova, que con su voz hace que ''se levante el sol". Diez años antes, Jean Cocteau había presentado su Orfeo, poética ubicación del mito en un París existencialista.

Hoy, el veterano brasileño Carlos Diegues (Xica da Silva, Bye Bye Brasil, Tieta de Agreste) retoma el tema, reniega de la visión pintoresca del antecedente francés y ofrece en Orfeo una actualización del mito con una referencia inevitable: el tráfico de drogas en las partes altas de Río, en el laberinto de los morros (cerros circundantes) que es también el mundo que captura Walter Salles (Estación central) en su fantasía social de fin de milenio, Medianoche (o El primer día).

Orfeo negro contribuye a finales de los años cincuenta, con su música de Antonio Carlos Jobim, a la internacionalización del ritmo bossa nova; Carlos Diegues presenta, por su lado, una selección musical a cargo de Caetano Veloso, quien aparece brevemente en la cinta, y temas clásicos del propio De Moraes. El efecto es el de una antología nostálgica (cuatro décadas después del apogeo del género), o como lo señala un crítico francés en el diario Libération, en lugar de una nueva versión de la cinta de Camus, asistimos a un remix de sus temas musicales. Una constante: el carnaval sigue siendo el paréntesis festivo en la continuidad de una miseria endémica, sólo que ahora ya no es respiro o desahogo frente a una dictadura militar, sino un símbolo más de la desigualdad social en el neoliberalismo.

Carlos Diegues insiste en el tono de un melodrama social, una suerte de Romeo y Julieta en la favela en vísperas de carnaval. Orfeo (Toni Garrido) es allí líder respetado, compositor intocable y animador de su propia escuela de samba. Su encuentro con Eurídice (Patricia Franca) está naturalmente marcado por la fatalidad. Hay conflictos fratricidas y refriegas entre policías y narcos con fondo de samba. Hay un descenso a los infiernos que son aquí los basureros del barrio, con imágenes rabiosamente kistch (Eurídice clavada en lo alto de un árbol con los velos de su vestido al aire, o su aparición celestial en arrobos plásticos que hacen palidecer al Subiela más desenfrenado). En las escenas del desenlace, Diegues ensaya una ritualización sorprendente, un Brecht tropicalizado, como el que presentó Chico Buarque en su Opera do malandro, adaptación de La ópera de tres centavos, ambientada en el Río de Janeiro de los años cuarenta.

El Orfeo de Diegues es abrumador en su embeleso romántico por la ciudad carioca, en sus vistas aéreas y sus incursiones en la favela, y muy elemental en su esquema de thriller con policías fascinados por la temeridad de los narcos, cómplices afectivos, hermanos de miseria. La historia de amor loco no es aquí la de Orfeo por Eurídice, sino la de Diegues por Río. Y si a decir verdad, en buena parte es muy compartible, al final deja exhausto, como una visita guiada por su carnaval.

Ť Carlos Bonfil Ť