La Jornada martes 28 de marzo de 2000

Teresa del Conde
Anécdotas e iconografía
(Primera parte)

Con motivo de La mirada fuerte, exposición con obras de ocho pintores de Londres que se exhibirá a partir del 4 de abril en el MAM, hice un viaje que tuvo un doble objetivo: trabajar con Andrew Dempsey, comisario de la muestra, para afinar detalles y luego asistir a un congreso en Valencia que reunió a varios especialistas ibéricos y latinoamericanos en torno de las ''estrategias" de cara al próximo milenio.

Para curarme en salud antes de abordar las estrategias, tanto británicas como valencianas, lo primero que hice la mañana posterior a mi llegada fue darme el gusto de visitar una colección ubicada en una de aquellas encantadoras placitas londinenses del siglo XVIII: Manchester Square. Allí se encuentra la Hertford House, que remodelada museográficamente, contiene y exhibe la Wallace Collection. Como colección privada abierta al público rivaliza quizá únicamente con la colección del castillo de Chantilly en las afueras de París.

Primero miré las armaduras, que siempre me provocan una flojera inaudita, pero como la primera que vi ahora me recordó al artista mexicano Thomas Glassford, decidí ver todas. Sir Richard Wallace las adquirió en su totalidad después de la guerra franco-prusiana. Aparte de que -de por sí- era muy rico, tuvo la suerte de heredar una enorme fortuna de procedencia francesa: la del conde de Hertford, de modo que se hizo de la famosa colección de otro conde, el de Nieuwerkweek y además compró la de sir Samuel Meyrik, quien fue el mejor especialista en armas de su tiempo.

Es bien posible que sir Richard no conociera mucho de armas, pero se dice que las adquirió como ejemplos de ''artes aplicadas"; hay escopetas, fusiles y pistolas de toda índole, aparte de las armaduras. Creo que en muchos casos estas últimas sí podrían corresponderse con las artes aplicadas porque se encuentran exquisitamente labradas y muchas hacen las delicias de los iconografistas, pues tienen sus gárgolas apotrópicas que sirven de defensa, igual que la cabeza de la górgona es el emblema de Pallas Atenea, por la misma razón: todo aquel que la veía, se convertía en piedra. Hay escenas mitológicas y guerreras forjadas en las armaduras y entre los artífices más notables abocados a este tipo de trabajos estuvo el milanés Lucio Piccinino, que vivió en las postrimerías del siglo XVI, acusando influencia de Leonardo y de Miguel Angel.

Una de estas enjundiosas armaduras perteneció nada menos que a Alfonso II, duque de Ferrara. Dios Padre preside en el casco, mientras que el dios Marte se encuentra entronizado al centro. No hay que ver en ello una contradicción, porque si Dios Padre es en verdad todopoderoso, lo natural es que sea un guerrero tan notable, o más, que el dios griego de la guerra, marido de Afrodita, porque en el amor se rompen lanzas. Creo que Sir Richard tal vez necesitaba de esos mecanismos de defensa, me dije al ver estas cosas.

A la salida de las salas de armas me atrapó la mirada un cuadrito aislado de contexto; es de Bonington, paisajista inglés entrenado en Francia que por mala suerte murió a los 27 años, en 1828. Observando, confirmé que el impresionismo nació muchos años antes de lo que suponemos, por tanto, no es en sentido estricto un movimiento avant-garde, cosa que puede constatarse no sólo por medio de Bonington, sino de otros ingleses contemporáneos suyos. La diferencia es que sólo hicieron paisaje, en tanto que los impresionistas a partir de 1864 fueron además de paisajistas, los pintores de la vida moderna.

Después me dediqué a ver las pinturas que han sido objeto de la nueva museografía y que constituyen -propiamente hablando- el núcleo de la colección Wallace. Varios de los mejores J.B. Greuze (1725-1805) están allí. El fue un pintor muy admirado por Diderot, pero lo que llama la atención es el número quizá excesivo de pinturas que dedico al tema de la ruptura del himen, es decir, de la pérdida de la virginidad, que equiparó a la pérdida de la inocencia, cosa que desde el punto de vista sicológico es una equivocación muy grande. Entre todas esas pinturas destaca la del espejo roto, una delicia de cuadro. Cierta muchacha de manos entrecruzadas y semblante apesadumbrado ve su imagen resquebrajada, reflejándose en el espejo que se ha caído de su budoir. Un perrito feroz (tomando en cuenta su talla) está presto a lanzarse, no a ella, sino al espejo, porque según nos dice esa pintura, una vez con la grieta libre o el agujero destapado, cualquiera puede entrar. Por eso la muchacha está triste.

En un cuadro de Boucher (1703-1770), que está cerca del anterior, Júpiter se ha disfrazado de la diosa Diana, que como todo el mundo sabe, es virgen. El eligió ese disfraz travestista para acercarse a la ninfa Calixto, que por lo visto era lesbiana, pues no estaba mal dispuesta con la diosa de la media luna. Los angelitos disparando sus dardos lo dicen todo.