JUEVES 30 DE MARZO DE 2000

Ť The Hilliard Ensamble, cuatro voces a capella en el templo de La Profesa


Melómanos degustaron la exquisitez hasta el éxtasis

Pablo Espinosa Ť Música de recogimiento. Cuatro voces a capella se elevan en volutas de crisálidas. Flotan, fluido linfático, hasta convertirse en un continuum hipnótico, un oasis que viaja por el torrente sanguíneo del escucha y lo envía tan lejos, tan cerca, en un viaje sideral dentro de sí mismo, en estado de exaltación interior concentrado en su júbilo implosivo.

Es la noche del martes 28 y en el interior del templo de La Profesa, acontece una ceremonia inmarcesible.

Bajo el arquerío de ese cetáceo de piedra y oro, dotado de iconos olorosos a mirra y satín, de ángeles de alma de madera, retocamientos áureos en las puntas de sus alas, altares donde la opacidad de los objetos sacros se alimenta del brillo que emerge de los metales concentrado, aparecen cuatro personajes que han hecho historia en un lapso tan breve como intenso: he aquí, señoras y señores, a uno de los puntos exultantes de la vida musical contemporánea y de la era antigua, juntos en una sola impronta: The Hilliard Ensamble.

La ocasión congrega a un público eminentemente melómano, privilegiado. Baste decir que una buena parte de la obra de Arvo Part, así como las más íntimas intensidades de la música vocal antigua, la belleza del Ars Nova y el Ars Antiqua, tienen en el Hilliard Ensamble sus intérpretes más fidedignos, de excelencia técnica y comunicación anímica conmovedora hasta las lágrimas, hasta el éxtasis.

Diálogo entre lo terrenal y lo divino

La voz del contratenor David James, entretejida con las de los tenores John Potter y Roger Covey-Crump, coronadas con las vocales del barítono Gordon Jones son apreciadas por la melomanía más exquisita.

La exquisitez, precisamente, inundó los espacios del cetáceo religioso. El programa estuvo conformado en su totalidad con partituras de maese Guillaume Dufay (circa 1400-1474). Música sacra.

Esto es que el contratenor eleva sus agudos y el tejido canoro que se forma con el resto del cuarteto transporta en una luz de liquidámbar que forma lagos y vertientes de sonido en cauce concéntrico alrededor de la nave mayor, donde está instalado este cuarteto canoro inglés de belleza musical exuberante: Anima mea liquefacta est.

En cuanto las entonaciones fuera de este mundo concentradas en la partitura Flos florum se escuchan, el estado de éxtasis es tan profundo que nadie de entre el público siente la ausencia del sax de piel y entrañas de Jan Garbareck, músico noruego que grabó con el Hilliard Ensamble el que es el disco más célebre de estos maestrísimos antiflemáticos: Officium (ECM) y en el que Ave maris stella, la última pieza del programa en La Profesa, es uno de los episodios capitales de aquella referencia discográfica. En vivo y en el espacio para el que fueron concebidas las obras que escuchamos, las voces en un templo, dotan al escucha de dosis de placer equivalentes a su capacidad de circunvoluciones cerebrales.

No es posible escuchar a la ligera música de intensidades tales. Quien lo hiciese lo reduciría, erróneamente, al ''canto gregoriano", lugar común que no obstante sirva como referente para explicar por dónde anda el asunto. Don Memito Dufay es de quien mayores referencias documentales se tienen en la literatura musical anterior al siglo XVI. La arquitectura exterior e interior de sus partituras, además del sentido natural de la música sacra, que busca entablar diálogo entre lo terreno y lo divino, de lograr estados de elevación espiritual próximos a la iluminación, dotan al escucha de un estado anímico epifánico. De tal calibre fue el concierto, como parte del Festival del Centro Histórico, en el templo de La Profesa.

Al término del viaje, queda una sensación de vértigo levísimo, una sonrisa satisfecha en paz interior, cuasi poscoital, una agradable sensación de cuerpo exhausto, una vez que ha regresado el alma al cuerpo.