JUEVES 30 DE MARZO DE 2000
Ť LA MUESTRA
Ocho mujeres y medio
Ocho mujeres y media. Ocho y medio y las mujeres. La referencia a la cinta de Fellini es inmediata. Ocho mujeres y medio, de Peter Greenaway, es una disección de la fantasía sexual masculina. En el caso de Fellini, su película es eminentemente autobiográfica; el realizador, a través de su alter ego Guido (Marcello Mastroianni), expone su propio delirio de seductor, su incapacidad de entrega amorosa y su búsqueda de un prototipo femenino de sensualidad abrumadora. Greenaway, muy alejado de ese candor meridional, de esa franqueza emotiva, elige un papel de voyeur, estableciendo una distancia entre las fantasías de sus personajes -siempre muy elaboradas y fastidiosamente librescas-, y su propia mirada de entomólogo, su petulancia de observador de insectos.
Hay sin duda una clara continuidad con sus realizaciones anteriores, pero también rupturas significativas; la más evidente: la ausencia de una música hasta hoy característica -ningún Wim Mertens, ningún Michael Nyman-, un desprendimiento ya perceptible en sus últimas cintas, y aquí total. Hay una nueva forma de filmar con planos más abiertos y la ubicación de la trama en dos ciudades culturalmente opuestas (Kyoto y Ginebra), a la manera de Wenders en Hasta el fin del mundo, todo con recursos visuales que son ya clichés patentados: iluminación de albercas y bañeras con el agua danzando en los rostros de los personajes (Drowning by numbers), juegos cromáticos en las habitaciones (El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante), o la cama en medio del escenario como espacio de exploración ritual entre dos o tres individuos (Una zeta y dos ceros). Al catálogo de autorreferencias, Greenaway añade, godardianamente, todo un directorio de alusiones a pintores, escultores, novelistas y poetas: un who's who del esteta ilustrado, sin mayor propósito dramático. Las nuevas mujeres en la galería de Greenaway carecen de la sensualidad felliniana; su rigidez y carácter emblemático las vuelve figuras de cera en su museografía personal, por lo que al parodiar la escena de la revuelta femenina en Ocho y medio, asistimos en realidad a un encuentro entre el harén y la morgue. Tristeza de la carne, melancolía del seductor, deleite del dandy británico.
Los personajes centrales, el padre (John Standing) y su hijo (Matthew Delamere), quien lo seduce físicamente y lo inicia en la conquista amorosa, son personajes formidables. El cinismo y desenfado juvenil son modelos de conducta para un anciano fascinado con la reactivación de su propia lujuria. Pero, Ƒquién instruye a quién?, Ƒcómo se invierten los roles?, Ƒquién sucumbe más rápidamente al hastío? Los temas se acumulan en desorden: la transferencia del deseo masculino, la fatalidad genética (tamaño del pene, pulsión erótica), y el narcisismo como origen de la frustración y del aburrimiento. El culto a la forma, el rebuscamiento, la reiteración, la complacencia estética, todo esto puede ya exasperar en el cine Greenaway, como una obsesión demasiado familiar y harto predecible. Alguna vez se comparó a sus cintas con esas pequeñas embarcaciones encerradas en una botella: hermosas e inútiles, reproducibles en serie. Lo perturbador, sin embargo, sigue siendo su visión de la melancolía que sucede a los placeres masculinos -a la ebriedad del poder-, con un antiguo eco de la revancha femenina multiplicado hoy ocho veces y media.
Ť Carlos Bonfil Ť