Olga Harmony
Plenaria de Teatro Escolar en los Estados
El Programa de Teatro Escolar en los Estados tiene poca difusión a pesar de su enorme importancia. Los que lo conocemos tenemos el temor -bien fundado en un país en que cada sexenio se inventa el nombre de las cosas- de que pudiera desaparecer, lo que sería una verdadera lástima por varias razones. La primera, es que se trata de un proyecto a mediano plazo, a pesar de que ya se pueden estimar sus logros al culminar su quinta versión (la sexta y última de la administración presente se dedicará a celebrar un centenario más de Calderón de la Barca). La segunda, que los escolares de diferentes estados pueden acercarse a un teatro profesional y con producciones muy dignas. La tercera, que es un marco de reflexión y aprendizaje para los teatristas de provincia gracias a las asesorías que se imparten y a los foros de discusión y análisis al término, a veces a medio camino, de las representaciones que se dieron y que se repiten en el pleno. No siempre los resultados tienen un alto nivel de calidad y en algunos casos, a lo largo de estos años, han sido francamente malos, pero la bondad del proyecto, siempre sujeto a revisión se impone sobre las dificultades y los descalabros.
He tenido la ventaja de ser invitada desde el primer pleno de este programa que despierta entusiasmo entre quienes lo conocemos y lo hemos podido seguir. El año pasado la asesoría recayó en su totalidad en los integrantes de Casa del Teatro encabezados por Luis de Tavira; en otros años se sumó algún asesor ajeno, pero el mecanismo es muy parecido. Se reúnen los participantes con los asesores durante varios días en algún lugar aislado (esta vez fue en las instalaciones que Casa del Teatro tiene en San Cayetano) para plantear el trazo del texto elegido en el repertorio que se les ofrece y hacer un análisis de mesa. Entiendo que en este primer paso se intenta homologar las ideas de los teatristas acerca de su quehacer como punto de partida para las diferentes escenificaciones. Los asesores apoyan el trabajo durante los ensayos, y finalmente se presentan ante su público natural, que son los escolares. Paralelo a este teatro dedicado a púberes y adolescentes se empezó a implementar un programa dirigido a infantes, bajo la asesoría de Perla Szuchmacher y Larry Silberman cuyos resultados no me son conocidos.
El esfuerzo conjunto del INBA, el IMSS -cuya infraestructura teatral en todo el país lo permite- la SEP y los institutos locales ha logrado que cada vez se expanda más este programa que, repito y es opinión de todos, no debe desaparecer en los años venideros, por todas las razones apuntadas y porque empiezan a aparecer, así sea de manera muy incipiente, los escenógrafos e iluminadores a todo lo largo y ancho del país, lo que celebramos quienes conocemos la precariedad de mucho teatro que se hace en provincia.
Del 22 al 24 de marzo tuvo lugar la plenaria de lo hecho el año pasado, segunda vez que se realiza en Aguascalientes. Pudimos presenciar cinco trabajos de otros tantos estados muy lejanos en la geografía. Del estado huésped vimos una muy fina e inteligente versión de Bajo tierra, de David Olguín, dirigida por Sandra Félix y con escenografía de Philippe Amand en la segunda incursión que estos teatristas del DF realizan para el Teatro Escolar hidrocálido, con actores locales. Fue una de las más afortunadas escenificaciones que vimos, con el logro adicional de que la obra de Olguín trata de José Guadalupe Posada, orgullo de esos lares.
De Colima, la directora Janet Pinela presentó Clotilde en su casa, de Jorge Ibargüengoitia, lo que quizá no fue una elección muy feliz porque el texto del dramaturgo guanajuatense es extremadamente difícil y la directora no logró las sutilezas y ambigüedades que hicieron en su tiempo de Ibargüengoitia un autor poco apreciado. Una estorbosa escenografía de Luis Manuel Aguilar poco ayudó en el intento, aunque hay que señalar que en éste, como en todos los casos, la aparición de escenógrafo encargado es un paso adelante, por defectos que se le encuentren a los resultados. La misma ausencia de sutilezas se pudo encontrar en otro texto del mismo autor, éste escenificado por un grupo de Oaxaca -bien conocido por los trabajos de Marco Antonio Petriz- bajo la dirección de Pedro Lemus, aunque con este grupo el resultado fue mucho más airoso y hubo detalles de profesionalismo que no viene al caso narrar en esta apretada síntesis.
El teatrista jalisciense Fausto Ramírez, al frente de un grupo que va en definido ascenso, montó Ambar, de Hugo Hiriart, en dramaturgia de Luis Mario Moncada. Si bien su escenificación rehúye el horror del mal que es uno de los ingredientes del texto original, las soluciones que da Ramírez a partir de la barbería en que se inicia la historia, la multiplicidad de papeles que dan los actores y lo lúdico de lo que presenciamos nos arrojó otro espectáculo muy disfrutable. Por último, poco puedo decir del montaje que hizo Alberto Sorián, con su grupo de Sinaloa de Escrito en el cuerpo de la noche, de Emilio Carballido, excepto la presencia de una muy buena actriz que encarna a la abuela y cuyo nombre no consigno porque no se nos ofreció programa.