Néstor de Buen
Equidad y género
Ha aparecido en el espacio como una corriente inesperada. Casi violenta, con exigencias de ser impuesta por encima de cualquier cosa, incluyendo cadáveres arrepentidos de sujetos mal informados que quisieron mantener los históricos privilegios del hombre en el siglo XIX y que hoy, en los finales del siglo XX, están fuera de moda en homenaje a la equidad y al género.
Las mujeres tienen la palabra. Claro está que eso de equidad no es muy entendible porque, en el fondo, significa ventajas por no decir privilegios. Sobre todo si se piensa con Aristóteles que equidad es la justicia del caso concreto, expresión bastante desafortunada porque justicia es igualdad que se manifiesta en la generalidad de la ley y la del caso concreto es condición de la sentencia que se sale de la regla general para adecuarla a las condiciones del sujeto. Con lo que la equidad es, por naturaleza, injusta y discriminatoria. Lo del género simplemente no me gusta porque sirve también para el masculino.
A las mujeres no les hace falta que las protejan. En primer término porque desde el punto de vista legal: derechos civil y del trabajo, están más protegidas que los hombres. Y en todo caso dominan los principios de igualdad de trato que en el derecho laboral se manifiestan en los salarios y otras condiciones de trabajo y en el derecho civil, en el ejercicio conjunto de la patria potestad con obligaciones mutuas alimentarias. Sin olvidar que en el mundo laboral, la protección excesiva a la mujer le perjudica. Nadie les da chamba. Hay ejemplos históricos.
En nuestra política la presencia femenina es cada vez más notable, sin protecciones de ninguna clase. En el PRI son relevantes los nombres de Elba Esther Gordillo, Dulce María Sauri, María de los Angeles Moreno y Beatriz Paredes, el grupo ya veterano (no en edad, por cierto) y, como joven con presencia importante, Maricruz Montelongo, organizadora eficaz del reciente Foro Internacional "Mujeres 2000", que demostró una notable capacidad de convocatoria. En el PRD destacan las dos Amalias, bellas e importantes: doña Amalia Solórzano y Amalia García, y junto a ellas la deslumbrante Rosario Robles, la sabia Ifigenia Navarrete y la emotiva Dolores Padierna, entre muchas otras. En el PAN, en cambio, hay un mundo de varones sin concesiones de género. Margarita Zavala Gómez del Campo, mi querida sobrina política (y política sobrina), parecería haber sacrificado su actuación, notable en la Asamblea del DF, en beneficio de su esposo, Felipe Calderón, en retiro voluntario supongo que temporal. Hay, me parece, una sola senadora del PAN y desconozco cuántas diputadas, pero no se notan. En estos tiempos es un craso error.
No creo en esa moda que el PRD ha pretendido establecer de que haya puestos en números equivalentes para mujeres y hombres. En política y en tantas cosas valen los méritos, no los géneros. Es responsabilidad absoluta que todos tengan las mismas oportunidades pero que gane la mejor o el mejor.
Era absurdo que antes de Ruiz Cortines las mujeres no pudieran ser ciudadanas. La primera diputada, si mi memoria no me falla, fue la guerrerense Macrina Rabadán. Pero hoy, la presencia femenina en puestos de alta responsabilidad ejecutiva, como es el caso de la muy inteligente Julia Carabias y de la viajera Rosario Green (Ƒquién cuidará la casa de Tlatelolco en sus permanentes ausencias?), también es frecuente. Y allá en la historia recuerdo los nombres de Amalia de Castillo Ledón y María Lavalle Urbina y ayer y hoy de Griselda Alvarez, política y poetisa destacada.
Es posible que haya discriminaciones de hecho. En gran parte debidas a situaciones biológicas ajenas a la equidad y en parte importante también a la vocación femenina por el cuidado del hogar, actividad no remunerada y eso sí es injusto. Pero Ƒpor qué objetar exámenes médicos previos al ingreso de una trabajadora que permitirán saber si hay un embarazo que dados los términos de la legislación laboral y de seguridad social obligarán al patrón, de no ordenar el examen, a pagar doce semanas de salario sin servicio alguno? Cambien la ley, que todo lo pague el Seguro Social y ya no habrá exámenes.
La mejor defensa de la igualdad, aunque parezca absurdo y, en el fondo, antipático, la hizo la famosa píldora anticonceptiva que por sí misma modificó las reglas de juego, violentó el desempleo por la competencia y le dio a las mujeres una independencia admirable. A partir de allí su mejor preparación, su mayor sensibilidad, su sentido innato del buen hacer les ha permitido escalar los puestos más relevantes en la economía, en la política, en la academia, en el arte y la literatura, en el periodismo y en el ejercicio profesional y, por supuesto, en la dirección fundamental del hogar. Y que las mujeres son superiores, Ƒquién lo duda?