La Jornada domingo 2 de abril de 2000

Antonio Gershenson
El horario y la gente

Es cierto que el cambio de horario permite ahorrar energía. También lo es que ahorra muy poquita energía. De ahí que resulte un poco absurdo que se recurra de nuevo al fantasma de los apagones, como cuando la fracasada iniciativa de reforma constitucional encaminada a vender a cachitos la industria eléctrica nacionalizada. Por cierto que esa iniciativa no se aprobó, y no hemos tenido ni más ni menos apagones que en momentos anteriores.

El ahorro vendría de que, al adelantarse el reloj una hora, supuestamente para el verano (se habla de horario de verano), el sol se mete una hora más tarde y tenemos que usar menos luz eléctrica. En realidad, ese horario no dura sólo el verano, que serían tres meses, sino del primer fin de semana de abril al último de octubre, o sea, más de seis meses. Y precisamente, en los meses que no son de verano es cuando el horario de verano causa más molestias, porque muchos niños tienen que irse a la escuela a oscuras, mucha gente debe salir al trabajo a oscuras, se debe prender la luz una hora antes en la mañana, etcétera. Los que no tienen esos problemas son los que se levantan tarde.

En las fábricas, en lo general, no hay ahorro. Se trabaja el mismo número de horas, la luz artificial es un porcentaje bajo del consumo total, y muchas veces es necesaria de día y de noche, y la industria consume las dos terceras partes de la electricidad del país. Tampoco se ahorra en el bombeo de aguas negras o potables, cuyo funcionamiento nada tiene que ver con la luz del sol, ni en el alumbrado público, cuyas fotoceldas prenden y apagan la luz igual que si no se cambia el horario.

El ahorro proviene básicamente del consumo doméstico. Pero también ahí hay muchas desigualdades. En ciudades que están más al norte puede tenerse luz de sol hasta las 8:00 u 8:30 de la noche y, en general, el día de verano es más largo y el de invierno más corto que en ciudades del sur o centro-sur de México.

En Baja California ya había horario de verano desde que éste se decretara a escala nacional, por la cercanía de la frontera y el intenso movimiento de un país al otro, gente trabajando del otro lado de la frontera o yendo de compras, gente del otro lado pasando hacia acá, en fin. Pero también por estar tan al norte. Además, la cuenta de electricidad en verano es muy alta por el aire acondicionado, y es cuando hay algún ahorro por el horario de verano.

En cambio, en el otro extremo, en Chiapas, no se le ve la utilidad al asunto, no sólo porque está más al sur, sino porque 20 por ciento de los consumidores gasta menos del mínimo que se factura, y por lo mismo paga cuota fija, independientemente de su consumo real de electricidad. Otro grupo beneficiado es el de quienes viajan seguido a Estados Unidos, donde el cambio de horario es casi general.

La estimación más generosa en cuanto al monto del ahorro es la del gobierno, y es de uno por ciento. Debido a esa diferencia no puede haber apagones, pues si el sistema eléctrico nacional tuviera un margen de reserva de uno por ciento, estaríamos fritos con o sin cambio de horario.

La decisión sobre el horario de verano, no sólo si se implanta o se mantiene, o dónde se establece y dónde no, dadas las diferencias regionales, sino su duración de tres, cuatro o más de seis meses, no debe, entonces, ser producto de decisiones de escritorio de pocos funcionarios.

Además, si quienes deciden van mucho a Estados Unidos, se levantan tarde y son del norte, o van hacia él con frecuencia, será más difícil que vean el asunto con más objetividad.

En esa decisión se deben considerar la opinión y las necesidades de la gente, las conveniencias técnicas, las otras alternativas de ahorro de energía y otros elementos. Y la decisión debe ser producto de una amplia participación, de una discusión razonada y de la construcción de un consenso.