Arnoldo Kraus
Biología y el Dios Estado
Los ritmos circadianos de los pájaros los hicieron piar el 2 de abril a la hora del Dios naturaleza. El mismo día, los relojes biológicos de los seres humanos secretaron cortisol y otras hormonas en las primeras horas del alba, como fue en marzo y en los meses cuando la luz llega temprano. Como ha sido en este país durante años, durante décadas, durante siempre.
El Dios Estado, en cambio, amaneció una hora más tarde --si bien eso ya no es novedad. Aunque, en esta ocasión, su letargo fue intencional: obligó a todos sus gobernados a adelantar las manecillas de su reloj. Como en tantas ocasiones, el Estado ordenó, no preguntó. No hay duda, el nuestro es un Dios Estado.
Nos exigen que paguemos verificaciones a los automóviles para cuidar aires que ellos envenenaron. Querían imponer la donación automática de órganos sin consultar a la sociedad. Intentaron incrementar las cuotas en la UNAM. Han hecho que la población asuma los pagos para solventar sus hurtos, llámese Fobaproa, IPAB o las siglas venideras. Han forzado a sus connacionales, por su incapacidad para crear empleos, a emigrar a Estados Unidos y con ello evitar que las familias más pobres tomen las calles --quizá esta medida sea intencional. Han utilizado el dinero de la ciudadanía para costear campañas políticas millonarias.
En muchos aspectos han impuesto su voluntad violando códigos éticos, lacerando las fibras que construyen la democracia, olvidando que muchas cuestiones deberían ser consultadas y no forzadas. Esto, a pesar de que se exige a la ciudadanía --en eso sí somos socios-- a pagar impuestos. Impuestos tan altos como en muchos países del Primer Mundo, con la diferencia de que en éstos, "sí trabajan".
El horario de verano es otra, no la última, de las arbitrariedades del Dios Estado. La discusión del "pequeñísimo" horario de verano incluye dos vertientes: los supuestos beneficios y el terrible autoritarismo gubernamental. La primera irrita, pero no enferma. La segunda irrita, enferma y refleja la debilidad y las cojeras de un gobierno inmaduro que no se atreve a someter a escrutinio sus modificaciones a la ley.
Nuestro horario de verano es "pequeñísimo" cuando se compara con los países nórdicos, como Canadá, en donde los cambios se palpan fácilmente, pues la luz del día persiste hasta las 22:00 horas. Es "poquitero" porque se sabe que después de cuatro años de haberse aplicado, el único beneficiado es el gobierno y no los hogares. Es egoísta pues se sabe que es, en muchos sentidos, una forma de sometimiento, ya que la modificación permite trabajar en mejor sincronía con las grandes transnacionales, bancos, mercados bursátiles y otras macroempresas extranjeras. Y es confuso, pues cuando se escuchan los argumentos de algunos ministros, las supuestas ventajas difieren entre un discurso y otro.
La imposición del Dios Estado, tan amante en los últimos años de las encuestas que demuestran, según ellos, no sólo que nada malo sucede, sino que la marcha de la nación es (casi) inmejorable, tendrá que confrontar la consulta organizada por el Gobierno del DF. Este ejercicio superó los resultados obtenidos en consultas previas --como la del Fobaproa, la zapatista, la ciudadana para la reforma política integral del DF--, ya que obtuvo un millón 200 mil votos. De éstos, 75 por ciento consideró que el horario de verano debe suspenderse. En una ciudad inscrita en un país en donde la desconfianza, el hartazgo y la desesperanza son el común denominador, el número de sufragios captados no es poco.
Los votos en contra del horario impuesto, amén de reflejar el rechazo al Dios Gobierno, incluyen también el desdén y el desprecio a la propaganda oficial, la cual asevera que entre los beneficios destacan la baja en el consumo de electricidad, evitar la quema de 8 millones de barriles de petróleo, evitar la emisión de 7.3 millones de toneladas de contaminantes a la atmósfera. Incluyen otros tan absurdos como el mejor aprovechamiento de la luz del sol por la tardes --puede ser igualmente por la mañana--, menores situaciones de riesgo y accidentes asociados a la oscuridad --la oscuridad matutina impuesta no es menos riesgosa que la nocturna y, por supuesto, mucho menos peligrosa que las tinieblas gubernamentales. El hecho es que, aunque sean ciertos los datos previos, la población ha dejado de creer en el gobierno. Basta mirar el bolsillo de las mayorías.
Las imposiciones del Dios Estado son tan ilimitadas como impensadas. Son tan impuestas como cuestionadas. Nuestros jerarcas no han oído hablar del beneficio de la duda --compartir sus ideas con la población--, pues temen al juicio de la verdad. A menos que pronto nos aseveren que modificar los ritmos circadianos --relojes biológicos de los seres vivos-- sea benéfico.