Ugo Pipitone
Diario italiano
Acabo de enterarme de que la búsqueda de la nieta de Juan Gelman terminó felizmente. Leída la noticia en el periódico, tuve un momento de incredulidad, como cuando me enteré del apresamiento de Pinochet en Londres. Parece increíble que puedan ocurrir cosas así. Actos inesperados que hacen pensar que alguna justicia sea posible en este mundo.
Pero hay algo más que me llama la atención en esta tragedia humana conosureña en que la vida persiste tercamente en medio de tanto sufrimiento y tantas atrocidades: la dignidad del poeta uruguayo, quien se reservó el derecho de conservar secreta la identidad de su nieta para que su existencia no fuera trastornada por periódicos o canales de televisión hambrientos de sensacionalismo. Una lección de mesura y decencia de parte de alguien que rehusa convertir sus tragedias íntimas en objeto de interés transitorio del circo mediático.
Mas, tal vez sea necesario que explique las razones de mi asombro. Vivo provisionalmente en Italia y el signo más visible del país en estos inicios de siglo es exactamente lo contrario de la actitud de Gelman: superficialidad, consumismo frívolo, deseos de protagonismo vacuo de charlatanes estacionales, sensacionalismo mediático, litigiosidad y marrullería política de baja calaña. Un cuadro francamente desolador que obliga a un gran esfuerzo para recordar a cada rato que Italia no es sólo ese triste carnaval cívico que escenifica en el presente.
En un país con casi 12 por ciento de desempleados, circulan 33 millones de teléfonos celulares: el último status symbol de una sociedad fascinada por las apariencias. La proporción más alta del planeta. En un país donde un encumbrado oficial de los carabineros acaba de sugerir la necesidad del golpe de Estado, el principal partido de oposición organiza un crucero de lujo para llevar a todas las costas italianas la imagen maquillada de su máximo líder que, por cierto, es dueño de las mayores redes de televisión privada y, de paso, es también el hombre más rico de la península. En un país que requiere serias y urgentes políticas reformadoras para enfrentar problemas de desempleo y miseria, para reparar daños seculares de incuria administrativa y donde la corrupción política persiste en los pliegues de las instituciones, el actual gobierno de centroizquierda se encuentra más ocupado en conservar la unidad de sus diferentes partidos coligados que en proponer al país políticas de amplio espectro.
Resultado: desinterés en la política de parte de amplios sectores de la población, hedonismo difundido, desaliento colectivo y un preocupante crescendo de cretinismo televisivo y de sensacionalismo periodístico.
Tal vez en Estados Unidos o en Islandia haya similares problemas de deterioro del espíritu cívico, pero qué espectáculo tan triste ofrece la Italia de hoy a sus ciudadanos. De un lado, una derecha que en nombre de la moderación centrista se alía con la ultraderecha y con los ex secesionistas que siguen transpirando racismo y un inagotable repertorio de imbecilidades étnicas. Una derecha neopopulista que cabalga el tigre del rechazo de los impuestos en nombre de un individualismo salvaje convertido en panacea universal. Del otro, una centroizquierda que en nombre de sus diferentes personalidades tradicionales renuncia a un gran proyecto unitario arriesgando cada día la caída del gobierno. Y en medio de todo esto, un creciente protagonismo de personalidades cuyas ambiciones y características humorales vuelven la política italiana una interminable guerra por bandas con pocas reglas y una asombrosa profusión de cinismo y de trucos de magos de feria.
El domingo 16 de abril se realizarán las elecciones regionales. Una cita importante para tocar el pulso de las preferencias de un electorado cada vez más errático. Ya veremos.