La Jornada miércoles 5 de abril de 2000

José Steinsleger
Las voces de Cristina

Todos tenemos una lengua, todos hablamos. Pero no todos podemos expresarnos con claridad. Nadie se salva de esta inseguridad. Y menos quienes escribimos o hablamos en los medios con la sensación, muchas veces, de hacerlo en un globo aerostático.

El habla no es la expresión. El habla es tan sólo una simple y ardua posibilidad, un instrumento para ver si después de largo entrenamiento podemos labrar un lenguaje propio y expresarnos como lo hace Cristina Pacheco.

Implícitamente, los programas de televisión de Cristina nos dicen que quienes desprecian a la humanidad esconden demasiadas razones para despreciarse a sí mismos. Y como escritora tampoco va con tratamientos espirituales a lo Krishnamurti, que sólo llegan a entretenernos, o a maquillar y confirmar las viejas mentiras que prestan oídos sordos a las viejas verdades.

Nutrida de muchas voces, conocedora de los múltiples recodos por los que circula la sangre de México, el lenguaje hablado y escrito de Cristina consiste en vivir las cosas vivas para estar viva de veras. Incluso su fantasía tampoco se nutre de flores de papel, sino de flores de verdad.

Enemiga sin declararlo de los enemigos jurados del porvenir, las columnas domingueras Mar de historias o el programa Aquí nos tocó vivir nos hablan y nos muestran a personas para quienes lo novedoso es difícilmente lo nuevo. Y ahí, en los íntimos paisajes en los que la mayor parte de los mexicanos se debaten en cuadros de ruinas y de desolación, Cristina Pacheco logra expresarse con naturalidad.

Sí, se necesita de un largo entrenamiento. Se necesita saber manejar los silencios y se necesita saber conducir. En el oficio, muchos lo intentan. Pero si no acaban locos o imbéciles creen poder salir airosos del ruido y del embrutecimiento mediático. ƑCómo hace ella para resistir y sobrevivir a eso?

Me es imposible leer todas las columnas o ver todos sus programas, pero me basta con dos o tres al mes para saber que el mundo puede ser inaugurado día tras día y que la benevolencia hacia la debilidad es lujo de la fuerza verdadera.

Ese saber hasta dónde y cuándo conviene dejar que la espontaneidad del entrevistado obre como levadura de la entrevista; ese manejo de los silencios de quienes ya no tienen cómo seguir; esa forma de tocar y mirar al otro haciéndole sentir las posibilidades de las que están sembrados; en fin, todo eso que es maestría conquistada del auténtico "periodismo constructivo".

No encuentro en Cristina Pacheco la experiencia de quienes revisten su saber con defensas y corazas. Encuentro la certidumbre de que una zanahoria viva vale más que una celebridad muerta.