LUNES 10 DE ABRIL DE 2000
Ť Son la fuerza criminal que hoy enfrenta la PGJDF en el caso Stanley
De 1995 a 1997 consolidaron los Amezcua su imperio en la ciudad
Ť Al amparo de autoridades policiacas establecieron aquí uno de los centros principales de distribución de drogas Ť Una de las líneas de investigación conduce al medio del espectáculo
Elia Baltazar Ť Durante el periodo de 1995 a 1997, incluso antes, se inició y consolidó el dominio de los hermanos Jesús, Luis y Adán Amezcua Contreras en el Distrito Federal, donde establecieron uno de los principales mercados de distribución de drogas sintéticas del país, al amparo de la corrupción de las autoridades policiacas.
Suyo es el reino de las metanfetaminas. Suyo el poder económico que los colocó, en su mejor momento, entre las diez organizaciones criminales más importantes del país, bajo la rúbrica del cártel de Colima, que expandió su poder hasta el territorio estadunidense, y se convirtió en uno de los más buscados por las autoridades de aquel país.
Primeros fabricantes de la efedrina, sustancia que dio origen a drogas muy cotizadas actualmente como el éxtasis, la anfetamina y la metanfetamina, los hermanos Amezcua son el poder criminal que hoy enfrenta la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal en el caso Stanley.
Su influencia se extiende sobre el territorio de las tres principales ciudades del país: Monterrey, Guadalajara y el Distrito Federal, pero también alcanza las zona de Tijuana, Pacífico y el sureste.
En Estados Unidos incluso desafiaron el control de las mafias asiáticas y se hicieron de la distribución de drogas sintéticas en las ciudades sureñas, lo que valió que la DEA abriera un expediente a los Amezcua.
Si bien su estancia en la cárcel frenó su actividad criminal y crecimiento económico, su mercado se ha mantenido gracias a la multiplicada labor de los brazos ejecutores del cártel de Colima, algunos de ellos familiares actualmente en fuga, que han sabido sostener el negocio pese a la ausencia de los jefes.
Aunque la Procuraduría General de la República ha decomisado al menos 115 propiedades de los Amezcua, las autoridades suponen que sus negocios --gasolineras, farmacias y bienes raíces, principalmente-- aún les reditúan importantes ganancias en millones de dólares, pues las autoridades calculan que lograron ingresos anuales por más de 500 millones de dólares, en el más conservador de los cálculos.
Estuvieron al margen de la guerra de los otros cárteles
En la entramada del narcotráfico de factura nacional, los hermanos Amezcua se distinguieron por su ingenio y capacidad para negociar con sus similares, lo que los mantuvo al margen de la guerra de los cárteles.
Originarios de Colima y pertenecientes a una familia de clase media baja, Jesús, Luis Ignacio y Adán Amezcua Contreras se dedicaron, primero, al traslado de pollos a la frontera, principalmente a Tijuana. Posteriormente, los dos primeros se fueron a San Diego y Los Angeles para probar suerte, y desde allí comenzar su actividad delictiva, a finales de los ochenta.
Organización criminal de características familiares y relativamente de reciente creación, según las autoridades, el cártel de Colima inauguró la ruta de la efedrina en México, y se hizo de un mercado que les significó oro puro, pues hasta entonces ningún otro había incursionado en él, más dedicados a la cocaína y la mariguana.
Otro factor contribuyó en el éxito del negocio emprendido por los Amezcua, pues se dieron cuenta que en México había los suficientes vacíos legales para introducir la efedrina sin mayores problemas, pues no había entonces un control exacto para su comercialización y uso. Y así comienzan a importarla desde Asia y Europa, mediante la creación de una empresa fantasma.
El producto arribaba al país por los puertos de altura, principalmente Veracruz, y para su traslado aprovecharon la ruta del Pacífico para hacerla llegar a Estados Unidos, cuyo consumo ya estaba lo suficientemente extendido.
No conformes con la importación y distribución de la efedrina, y ya familiarizados con la fabricación de la metanfetamina en todas sus modalidades, los Amezcua contrataron a un equipo de profesionales en su elaboración y los trajeron a México para comenzar en este territorio la producción.
No hubo así competencia para los Amezcua, quienes en poco tiempo expandieron su actividad, y tomaron Ciudad Guzmán, Jalisco, como centro de operación, pues su situación geográfica les aseguraba cierto margen de impunidad y les abría ruta directa de Guadalajara a Tijuana y de allí al mercado de Estados Unidos.
Su emporio se consolidó en los noventa
El emporio de los Amezcua se consolidó, muy pronto, en los primeros años de la década de los noventa, y creció paralelo a la demanda de drogas sintéticas en México, principalmente el éxtasis, cuyo consumo ha crecido 15 por ciento en el último año, según cálculos de las autoridades.
Desde que comenzaron sus operaciones, los Amezcua debieron pagar a los cárteles de Tijuana y Juárez el derecho de peaje por el uso de sus rutas. Nunca se enfrentaron con éstos, y en cambio gozaban de su protección, pues no significaban competencia para ellos.
Así llevaron la fiesta en paz con los hermanos Arellano Félix y Amado Carrillo, El señor de los cielos, quien los distinguió con su amistad, como lo hizo en su momento con Francisco Stanley, a quien incluso visitaba en sus oficinas, según consta en los expedientes de la PGJDF, que investiga su muerte.
Muy respetuosos de su lugar de nacimiento, los Amezcua nunca operaron en Colima, pues allí se asentaba su familia.
En su lugar hicieron de Guadalajara el paraíso de la metanfetamina y de sus principales negocios para el lavado de dinero, que ya posteriormente se extendió a Monterrey y más tarde a la ciudad de México.
Pero en Colima nada. Allí sólo propiedades para ellos y su familia, y negocios "legales" que contribuyeron a elevar los ingresos de muchas familias, que hoy los respetan y los miran como los "luchones" de la comarca.
Pasada la primera mitad de los noventa comenzó el acecho por parte de las autoridades de Estados Unidos, que presionaron a México para cerrar el cerco y reforzar la persecución contra los reyes de las metanfetaminas, según admiten investigadores del área del narcotráfico del país.
La responsabilidad y las decisiones en torno de la actividad de la organización criminal recayó siempre en los hermanos mayores, Jesús y Luis Ignacio, uno dedicado a la importación y el otro a la comercialización.
Adán, el menor, siempre estuvo un paso atrás, y fue quien corrió con peor suerte, pues poco tiempo después que entrara de lleno al negocio fue capturado por las autoridades estadunidenses y encarcelado. Más tarde logró su libertad, pero poco tiempo después fue secuestrado y después nuevamente encarcelado en el penal de Puente Grande, Jalisco.
No sucedió así con Jesús y Luis Ignacio, quienes dejaron tras de sí un amplia red de distribución de metanfetaminas en el país, durante sus constantes traslados de una ciudad a otra para huir de la justicia.
Así fue que llegaron al Distrito Federal en busca del anonimato para continuar su actividad y conseguir para sí el mercado potencial más grande de consumo de éxtasis y metanfetaminas, cuyo comercio y consumo ha implicado para las autoridades todo un reto.
Los volúmenes comercializados por los Amezcua se pueden calcular a partir de los decomisos de su producto que logró la PGR entre 1992 y 1997, cuando se decomisaron cinco toneladas de efedrina pura.
En el Distrito Federal, los Amezcua ejercieron el poder corruptor del narcotráfico y se hicieron de una protección que postergó su captura hasta 1998, cuando Jesús es detenido en Guadalajara y Luis Ignacio en la ciudad de México, en Paseo de la Reforma, al salir de un hotel acompañado de dos de sus abogados.
Así, desde hace más de dos años y medio que comenzó una profunda investigación sobre la actividad de los Amezcua se detectaron las grandes redes de distribución con que contaban, pues cada una de las bandas detenidas por la justicia remitían a la misma fuente: los Amezcua.
Incluso las autoridades aún trabajan en diversas líneas de investigación para desactivar el tráfico de metanfetaminas y éxtasis, una de las cuales, aseguran, llega al mundo del espectáculo, donde se consume con especial regularidad, advierten los investigadores.
Su reino se mantiene gracias a un equipo de colaboradores que han asegurado su permanencia y poder en el mercado, pese a su actual estancia en Almoloya, donde Luis Ignacio espera el fin del proceso por su presunta responsabilidad en la muerte de Francisco Stanley.