LUNES 10 DE ABRIL DE 2000

Ť Participaron 100 mil personas en la algarabía


El teatro tomó las calles de Bogotá con un desfile

Renato Ravelo, enviado, Santafé de Bogotá, 9 de abril Ť Un dragón y un árbol caminan entre la muchedumbre, cercana al medio millón, que marcha festiva por la calle, hacia la plaza de toros y una plancha similar al Zócalo, normalmente vacía o llena de miedo. Esta vez está tomada por civiles que al grito de ''šviva Colombia!'' estallan de emoción, mientras centenares de globos vuelan rumbo al poniente, en busca de otro día, necios, en una vistosa y frágil apuesta por la paz.

El dragón es llevado por una de las 25 comparsas que desfilan desde 1987, cada dos años, para darle a conocer a la ciudad que el Festival Iberoamericano de Teatro ha llegado. No siempre, cuentan, ha resultado, como en 1991, cuando una bomba estalló.

El árbol en su frondosidad andante llega tarde luego de dos horas de desfile por una decena y media de cuadras, que componen el recorrido por la Séptima, que termina en la Plaza Bolívar, donde un escenario convoca. Alrededor de 100 mil personas recién han iniciado una algarabía con los 180 niños y niñas que, por primera vez en su vida, han dejado su población en Boranoa, en la costa atlántica del país, para venir al desfile con sus tambores, sus trompetas, su baile costeño, que en la sensualidad púber produce un sentimiento más bien parecido a la ternura.

Desde las cuatro de la tarde se había iniciado el festejo. Los presagios de lluvia no terminaban de consumarse, pero el sol insistía en no dejar de iluminar los rostros pintados de los participantes: había diablos, muertes, enmascarados con armas de madera, atlantes pintados de plata, criaturas nocturnas y de guerra, zancudos con banderas y otros solamente con unos cerebros impostados, entre lo grotesco y lo cómico.

Cuentan que la comparsa mayor es la de los niños, pero que la más singular es la de las Cuadrillas de San Martín, compuesta por unos 50 caballos, que tiene moros y cristianos. A los caballos es menester alimentarlos con forraje traído desde la sabana, porque resulta que se enferman con el pasto de Bogotá. Así sucede luego con la urbes que terminan por pavimentar virtualmente sus áreas verdes. Por cierto que a los caballos también hay que cobijarlos y darles agua calientita.

"Esto no es un juego", dice un pelón que camina en sentido contrario a la marcha festiva. Su actitud provocadora es secundada por otros pelones agresivos que visten excesivamente elegantes. Es la gente de teatro callejero que por dos semanas tendrá licencia artística para ir despertando conciencias.

A la cabeza del desfile una yunta con dos bueyes avanza en curvas, y el azadón que jalan no perfora el suelo sino pinta de rojo la calle con glifos indígenas.

Una joven morena reparte propaganda de la Alianza Social Indígena, que justamente exige la salida de una corporación del territorio U'wa. Llama a los bogotanos a solidarizarse con la "defensa de nuestros recursos naturales y por el derecho a la vida y la cultura de las comunidades ancestrales".

A la altura de séptima con la Jiménez alguien recuerda que fue la esquina donde mataron en 1948 a Jorge Eliécer Gaitán, quien de alguna manera fue un precedente histórico de Luis Donaldo Colosio, en tanto líder con aspiraciones sociales, aunque la impronta del colombiano en el imaginario colectivo es mayor. La parte más vieja del contingente festivo al pasar recuerda y comenta entre sí; la más joven permanece como un continuo de curiosidad por ver el carro alegórico que trae a un joven solamente vestido por su corbata y portafolios.

"Colombia, no mates a tus hijos, dignifícalos", reza una pancarta ya sobre la plaza, cuando la fiesta se divide. En el escenario un pequeña con chongo y bastón mueve sus bracitos muy en su papel de bailadora, mientras el árbol se acerca como el camuflaje de una naturaleza ya casi vencida y un Tío Sam se pasea impune al fondo, y más allá parece que se hace una fogata.

El reloj de la iglesia marca 20 minutos para las seis quién sabe desde hace cuantos años. Una foto espectacular de Gaitán contrapesa el escenario, frente al Palacio de Justicia, a punto de cumplirse este domingo un aniversario de su muerte, y los vendedores ambulantes ofrecen Aquí estoy y aquí me quedo, el libro autobiográfico de Ernesto Samper.

Fanny Mikey y Ramiro Osorio dan la bienvenida a la multitud que por estar ahí dejó con bajas ventas el concierto de Joe Arroyo y Elvis Crespo con todo y su "suaaveeemente".

Totó la Momposina canta, la gente baila, grita, celebra a su manera, sin tomársela del todo por cierta, la recuperación temporal de esa calle y esa plaza de su ciudad.