Vilma Fuentes
Roland Topor
En mayo de 1975, Alberto Gironella me llevó al taller de litografías de Peter Bramsen, en la calle Vieille du Temple, sucesor del antiguo taller donde trabajaron los impresionistas en la calle de Cherche-Midi.
Acaso a sabiendas, Alberto me dio uno de los más preciosos regalos que he recibido. Ese día me presentó con Pierre Alechinsky, Juan Soriano, Carmen Parra y Roland Topor.
Bramsen, ocupado con el timón de su navío, me miró de reojo y aceptó mi presencia en un lugar donde no hay cupo para los nervios de las vanidades que pueden hacer zozobrar un barco.
Gironella debía firmar las litografÍas que iban a ilustrar la edición especial de Terra Nostra, entonces la última novela de Carlos Fuentes. Soriano, quien dibujaba un burro bajo las hojas de un árbol que se escaseaban y se multiplicaban según las estaciones, abandonó el asno a su sombra para mirar y admirar las litografías de Alberto.
Ya estábamos hablando de México -''tan raro entre mexicanos en el extranjero''-, cuando el estallido de una risa contagiosa como un virus, burlón, provocador, de dicha y desesperanza, apagó nuestras voces.
Un hombre que no era un gnomo ni un enano, pero que quién sabe por qué evocaba a ambos, con los ojos saltones, congestionados por la risa, la boca, sin pudor ni moral, abierta en una carcajada, con un puro pegado al labio inferior, del cual colgaba sin caer gracias a un pase más diabólico que mágico, seguía riéndose sin contar el tiempo, tal vez detenido por esa misma hilaridad.
Cada uno de sus amigos -no voy a hablar en pasado cuando la amistad sigue viva a pesar de la ausencia- podía reconocer, antes de ver su persona, la risa de Roland Topor que resonaba como los badajos de un campanario en domingo de Resurrección, con sus ecos obsesionantes que tardan en apagársele a uno en la cabeza.
Topor y yo simpatizamos de inmediato y seguimos viéndonos a menudo a lo largo de 23 años. Me ofreció tres regalos: LíEpikon, quizá el más bello de sus álbumes de litografías, donde transgrede el erotismo y algunas perversiones en un desplante de ironía que pone en evidencia lo absurdo de la pornografía. En otra ocasión, me hizo servir una botella de cognac centenaria. Y dijo de mí el elogio que más me ha enorgullecido viniendo de él: ''Contigo puedo reírme toda la noche de ti y de mí. Y el sentido del humor, Ƒno empieza por hacer reír de uno mismo?''
A pesar de su humor insolente, a veces macabro, de la ironía sin esperanzas con que contemplaba la vida y de la soledad en llamas de su inteligencia, Roland Topor me advirtió del peligro que él veía en el funambulismo entre lo visible y lo invisible cuando le presenté a Belphé y a Azimut, los duendes traviesos que aparecieron a mi lado sin pedir permiso.
Sin embargo, una noche de verano en un restorán, cuando otro amigo me preguntó por los duendes y yo le dije que estaba jugando a las canicas en el suelo, Topor se lanzó bajo la mesa, amenazante y muerto de risa, para perseguirlos a gatas.
Esa misma noche, más tranquilo después de jugar a las escondidillas con los duendes, me ofreció hacer un dibujo de Belphé. Busqué un papel en mi bolsa y sólo hallé mi pasaporte. Roland arrancó una hoja y en unos instantes me entregó el retrato de Belphé. No pude ocultar mi estupor: Topor había dibujado al invisible duende tal como yo lo imaginaba. ƑNo es uno de los milagros de la pintura representar lo invisible?
La última vez que vi a Roland Topor fue en marzo de 1998, durante una fiesta cerca de un circo. Otro amigo se recuperaba de una hemorragia cerebral. Me explicó que algunos signos se la habían anunciado, pero no hizo caso cuando sentía el adormecimiento de los dedos de las manos y no lograba moverlos con la agilidad normal.
Le conté el indicio a Roland, quien movió con rapidez sus dedos, tocando unas yemas con otras, riéndose a carcajadas de la muerte.
Roland Topor entró en estado de coma, a causa de una hemorragia cerebral, dos o tres días después. Su presencia, como la de Alberto Gironella el año pasado, dejó de limitarse a su cuerpo, a un lugar y a un tiempo dos semanas más tarde, hace dos años, en abril.
ƑAbril no es el mes más cruel?