La Jornada miércoles 12 de abril de 2000

Arnoldo Kraus
ƑSerá el Proyecto Genoma otro Proteo?

Sería irrisorio e incluso de mal gusto considerar que el conocimiento debería tener límites. Parecería también inadecuado pensar que exista conocimiento inútil. Y podría considerarse atemporal, sobre todo en medicina, suponer que el saber pudiese no sólo ser inservible e inaplicable, sino perjudicial. La sola hipótesis de cuestionar los límites de la inteligencia y la validez de algunos descubrimientos puede parecer grosera. Después de todo, la civilización es lo que es porque debe ser muy infrecuente que las grandes mentes se cuestionen si pueden ser nocivas algunas aristas del entendimiento. Hiroshima o los "experimentos" de la medicina nazi son tan sólo algunos testimonios del empobrecimiento humano derivados del saber como poder. ƑPodrá, en el futuro, el Proyecto Genoma Humano, representar esa dicotomía?

El genoma, suscintamente, se refiere al contenido genético --hereditario-- que se localiza en los cromosomas de las células. En otras palabras, en el genoma se encuentran los elementos más finos de la arquitectura del ser humano provenientes de la información obtenida tanto de la madre como del padre. El Proyecto Genoma Humano, auspiciado primordialmente por Estados Unidos y Gran Bretaña y en el que participan otros países, tiene como propósito comprender, "hasta el último detalle", el genoma humano. Paralelo al Proyecto Genoma Humano, de carácter gubernamental y con fines de investigación y servicio a la humanidad, existen dos grandes empresas privadas, PE Celera Genomics y Human Genome Sciences, cuyos fines, amén de la investigación, son financieros. En la carrera para disecar todo el material genético del ser humano surgen dos inquietudes: una médica-filosófica, que es la más importante, y otra de índole económica.

Entender la constitución genética del ser humano supone una nueva área de la razón, pues el conocimiento molecular podría abrir las puertas para entender mejor no sólo el origen de las enfermedades internas del ser humano, sino su funcionamiento en condiciones de no enfermedad.

El estudio de las alteraciones genómicas de algunas patologías que poco tienen que ver con el ambiente, determinará, quizá, quiénes están predispuestos a padecerlas, a qué edades, cuál es el riesgo de desarrollarlas, si serán o no mortales, etcétera. Así, por ejemplo, la enfermedad de Alzheimer, la corea de Huntington o algunos cánceres, podrán predecirse incluso in utero. La utilidad de esa información plantea una serie de preguntas bioéticas inmensas, pues, sin duda, pasarán muchas décadas antes de que la arquitectura del genoma sea realmente útil para los pacientes --que es lo más importante-- y no sólo para la ciencia. ƑDe qué servirá saber que a los 50 años comenzarán los primeros síntomas de la esclerosis múltiple? ƑEs útil enterarse que las primeras alteraciones celulares de determinados tumores malignos se manifestarán a los 30 años?

El rubro bioético puede enmarcarse bajo una gran pregunta: Ƒqué hacer con la información que se obtenga? Dentro de esta constelación de inquietudes es alarmante pensar, por ejemplo, que el tejido genético de los individuos no se guarde celosamente y que compañías aseguradoras o de empleo tengan acceso a esos datos y así cobren primas extras, no otorguen seguros o no empleen personas que tengan la posibilidad de desarrollar determinada enfermedad. El mal uso de esos datos evidentemente excluiría a muchas personas "del correr de la vida".

En el mismo contexto es muy probable que cuando algunos males puedan ser manipulados, los beneficiados serán quienes más posibilidades económicas tengan. Podría, por ahora, decirse también que predecir no implicará prevenir, y que diagnosticar no implicará tratar. En este juego del saber, el "demasiado conocimiento" podría ser perjudicial. Agrego otro escenario de tipo moral: Ƒqué conducta deberá tomar una persona joven, cuyo mapa genético le augure enfermedad de Alzheimer cuando adulto?

El escenario financiero también ha empezado a mostrar datos de descomposición. Los grupos mencionados se acusan de plagio, de utilizar el conocimiento exclusivamente con propósitos económicos, de procesar la información científica con métodos inadecuados y se debate acerca de cuándo serán el tiempo y los requisitos idóneos para patentar los genes. De hecho, los mercados bursátiles son fiel espejo de esa carrera, pues el valor de sus acciones se incrementa en forma paralela a cada descubrimiento.

Los dilemas que planteará el conocimiento del genoma humano apenas se inician. Lo que no debería aplazarse son las discusiones que entretejen los embrollos éticos con los filosóficos y los planteamientos médicos con los derechos de los pacientes.

Qué tiempos (1955) los de Jonas Salk, el descubridor de la primera vacuna contra la poliomielitis. Cuando un periodista le preguntó: "Ƒa quién pertenece la patente de la vacuna?", él respondió: "a la gente. No existe la patente". Y agregó: "Ƒpodría usted patentar el sol?".