MIERCOLES 12 DE ABRIL DE 2000

Ť No descansarán en busca de los bebés robados


Lo más difícil, ver pasar libres a los represores de la dictadura

Ť Fundamental apoyo de las Abuelas de la Plaza de Mayo

Stella Calloni, enviada/III y última, Montevideo, 11 de abril Ť Tras su traslado a Uruguay desde Argentina, donde habían sido secuestrados, Sara Méndez y sus compañeros pasaron por varias casas operativas del ejército uruguayo, como el Servicio de Inteligencia de bulevar Artigas y Palmas, hasta que finalmente fueron llevados a una cárcel común. Nunca pudo lograr Sara una sola respuesta a la solicitud de informes sobre el destino de su bebé.

En los años 80 comenzó su peregrinaje en busca de Simón. Una vez en libertad cruzó a Buenos Aires, exponiéndose a una nueva prisión y allí buscó el refugio de las Abuelas de Plaza de Mayo, quienes en una improvisada oficina reunían datos y testimonios que entrecruzaban para ir acumulando los expedientes que hoy sirven para todos los juicios en marcha sobre los niños desaparecidos bajo la dictadura militar argentina.

Sara era la única madre en busca de un niño entre abuelas que buscaban a sus hijos desaparecidos y a sus nietos perdidos en la "noche y niebla" de esos tiempos. Ya entonces tenían datos de menores que vivían con familias de militares o policías, que los habían anotado como propios.

Cada abuela recorría todos los caminos posibles, seguía cada indicio. Una de ellas, que iba recogiendo cada dato y guardándolo escrito en minúsculos papeles, en cajitas que escondía en el jardín de su casa, creyó recordar algo sobre un niño pelirrojo. Pero el dato se había perdido.

En 1984, durante el gobierno de Raúl Alfonsín que sucedió a la dictadura militar, las víctimas que permanecieron en Automotores Orletti, de Buenos Aires, fueron citadas para reconocer este campo clandestino de detención, ya abandonado por los criminales. "Como 40 años antes en los campos de concentración nazi, la comitiva que ingresó al lugar fue encontrando las huellas de la matanza: centenares de prendas de vestir, zapatos, mantas, muebles, un verdadero museo del terrorismo de Estado.

"Pero faltaban dos hallazgos aún más tétricos: debajo de la escalera precaria que conducía al primer piso, había un frasco repleto de alianzas matrimoniales, seguramente olvidados por los asesinos. Y cuando bajaron al sótano, nadie pudo evitar la rabia y el asco: una de las paredes había servido como paredón y exhibía las marcas de las balas y la sangre de los fusilados como un mudo testimonio de la barbarie", relata el periodista Carlos Amorín sobre aquel momento que debió vivir Sara.

ƑCuántos tribunales, cuántas puertas golpeó esta mujer para dar testimonio del horror y buscar a su hijo? Desde hace casi 20 años, encontrando pistas que llevaban hacia la nada, a la decepción y la soledad, ella sigue empeñada en encontrar a Simón, que le fue arrancando cuando tenía 20 días.

Cuando colaboraba con las Abuelas, éstas encontraron a dos hijos de uruguayos secuestrados en Argentina: Amaral García y Mariana Zaffaroni Islas, quienes estaban viviendo con ex integrantes de los organismos de seguridad de la dictadura. Amaral fue secuestrado en Buenos Aires cuando tenía tres años, junto a sus padres, Floreal García y Mirtha Hernández, el 8 de noviembre de 1974. El 20 de diciembre los cadáveres de sus padres y otros tres uruguayos secuestrados también en Argentina aparecieron en Soca, localidad de Canelones, Uruguay.

Amaral, que había nacido en ese país en octubre de 1971, estuvo desaparecido hasta que fue encontrado por las Abuelas de Plaza de Mayo en 1984, en manos de la familia de un ex represor de la dictadura.

Mariana, nacida en marzo de 1975 en Buenos Aires, fue secuestrada a los 18 meses junto a su padres Jorge Zaffaroni y María Emilia Islas. Ellos fueron vistos también en Orletti y están desaparecidos. En 1984, las Abuelas ubicaron a la joven como hija adoptiva del integrante de los Servicios de Inteligencia de Argentina, Miguel Angel Furcci, quien en 1985 huyó a Paraguay con ella. Fue recuperada en 1992, pero no pudo regresar de sus propios laberintos. Vive sola, y eligió no tener vínculos con su familia biológica.

Sara Méndez vivió todos esos momentos y en 1987 debió soportar otra prueba. Ya casada con Raúl Olivera, dio a luz una niña, que murió después del parto. Cuando pudo levantarse de aquel otro golpe, continuó su desesperada búsqueda. El 22 de diciembre de 1986, alguien le informó que el ahora fallecido senador Germán Araujo, del Frente Amplio, creía tener una pista. Se trataba de un niño -Gerardo- adoptado por Zully Morales y Carlos Vázquez, un matrimonio uruguayo.

Según los datos, el niño había aparecido en una calle de Montevideo el 9 de agosto de 1976. Pero además, al indagar, se llegó hasta un militar emparentado con la familia. Era nada menos que el teniente coronel Juan Antonio Rodríguez Buratti, quien participó en los operativos del OCOA y al que Sara conoció en su reclusión clandestina en Montevideo. Entonces, con Raúl y su ex compañero Mauricio Gatti, padre de Simón ( fallecido en 1992), siguieron los mismos pasos de las Abuelas en Buenos Aires: observar la casa, la escuela donde estudiaba, tratar de reconocer de lejos y en silencio en ese jovencito al bebé robado.

Y así fue, día por día, hasta que logró en la misma escuela hablar con los padres y narrarles la historia, sin presionarlos. Aunque al principio parecía haberse llegado a un acuerdo, esto nunca avanzó. Desde entonces la maraña burocrática de la justicia los dejó fuera una y otra vez de la posibilidad de comprobar su verdad. Incluso Sara, con la ayuda de algunos amigos, logró acercarse al muchacho y le dijo quién era. El joven sólo atinó a huir, aunque luego supieron que quedó muy conmocionado.

Todas las puertas golpeó Sara, incluso las del ex presidente Julio Maria Sanguinetti. Nunca encontró respuestas y como otros uruguayos debe enfrentarse a ver pasar, libres y sin castigo, a los responsables de tanto crimen y horror. Pero ella sabe que en algún lugar hay un joven de casi 24 años que le fue arrebatado, y que no descansará un dia hasta encontrarlo.

Parece una muchacha de sorprendente ternura, la misma a la que le arrancaron de sus brazos aquel niño "coloradito" como la familia del padre, en un día de julio de 1976, cuando las dictaduras asolaban la región.