MIERCOLES 12 DE ABRIL DE 2000

Ť Estoy tranquilo, dice director de las Islas Marías


Suicidio y fugas, formas de rebelarse por abusos a presos

Ť El orgullo del penal, carecer de recomendaciones de la CNDH

Alonso Urrutia, enviado /II, Islas Marías, 11 de abril Ť El sábado es noche de baile popular, de relativo relajamiento penitenciario, y hasta El Mesón llegan testimonios clandestinos que narran abusos a derechos elementales. Por las noches también han llegado, en su momento, formas de inconformarse por esas violaciones, como el suicidio de Gladys y las dos fugas en el último año.

No obstante, esa inconformidad no inquieta a la autoridad, que se enorgullece de no haber recibido recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. El director Juan Manuel Herrera asume que haya enfados contra el orden y la disciplina indispensables en un penal donde coexiste una comunidad integrada por delincuentes.

Balleto, donde se concentran la mayoría de las obras y talleres, no es todo el penal. Hay 14 campamentos diseminados en las 14 mil hectáreas de la Isla María Madre, que junto con la María Cleofas y la María Magdalena conforman el archipiélago de las Islas Marías, que este año cumplirá 95 años de historia penitenciaria.

Mas allá de la historia oficial

No todos los campamentos son modelo de coexistencia familiar y patrón de readaptación social en esta isla de contrastes. La mayoría los habitan solteros. Papelillo, con una población 29 reos, es un campo de segregación, a donde van a dar los rebeldes.

Hay otros, que tienen otro destino, según sea el origen de la indisciplina. Son quienes saturan La Borracha o el Hilton como le llaman otros. Oficialmente es el área de toxicomanía y ahí deberían ir los adictos, pero es utilizado como separos para sanciones menores.

No hay regla para los castigos, y en principio es un lugar para unas 20 personas. Previo a la visita de la prensa fueron liberados la mayoría de los sentenciados, y en especial, los más golpeados. Y aquí cambia la historia. Los reos hablan de la pervivencia de los tehuacanazos, de golpes con tubos, de maltratos.

El responsable: el subdirector de seguridad, Patricio Ruiz, y los comandantes Bonifacio Huerta y Alberto Alapisco, a quienes por supuesto los responsabilizan de una "represión" mayor por la denuncia.

No es el único lugar. Aquellos que incurren en delitos -como el reciente homicidio de El Avena- son turnados a los separos de las instalaciones de Marina, instancia responsable de la salvaguarda del penal. Celdas de no más de dos metros cuadrados, donde continúan las denuncias contra "šesta administración de terror!".

Hay convictos que narran su temor de salir y encontrarse a custodios que los golpean sin mayor provocación, como mera rutina para imponer el temor, o bien, "los hacen pelear entre ellos para divertirse". También relatan ser detenidos por faltas menores con la connivencia del área médica, que testifica invariablemente su adicción a las drogas.

Herrera se enorgullece de que el penal no ha recibido recomendación alguna por violación de derechos humanos, y reivindica su fórmula de orden y disciplina como esquema indispensable en una comunidad conformada por quienes asumieron conductas antisociales.

Las críticas de los internos las ataja con un: "šesto es un penal, no un centro vacacional!. Es un lugar donde se purgan condenas".

No son los únicos métodos de disciplina, también existe la absoluta restricción para transitar a un campamento no asignado. Sólo un salvoconducto permite trasladarse a otra área de la colonia.

En su postura, Herrera destaca privilegios no concebibles en el resto de los centros penitenciarios del país. Habla de los servicios gratuitos, las bibliotecas, los talleres, la salud, la convivencia familiar.

Pero la inconformidad no sólo se expresa en los niveles de reclusión en el área restringida. Cobra otras formas como los incendios recientes que surgieron allá en el monte y al que debieron acudir 400 internos a sofocarlo. Fue provocado como protesta contra la actual administración.

Herrera dice estar tranquilo, y aunque sólo cuenta con 30 custodios le gustaría tener 100; el penal está bajo control aunque no quiere imaginarse lo que pasaría con una tentativa de motín.

Las inconformidad a veces cobra dimensiones trágicas. Gladys, una joven de 22 años que vivía en la calle, fue sentenciada por tráfico de drogas. Dentro del penal se suicidó.

Oficialmente se dice que su historial clínico y psicológico revela que no era apta para las Islas Marías. Depresiones y su adicción a la droga desde los cinco años son las causas que la autoridad da para explicar el suicidio. Los internos no lo creen. Aseguran que "era hostigada sexualmente y golpeada por Ruiz", lo que la habría conducido a la muerte.

Hay otras formas de rebelarse, como las dos fugas recientes, parcialmente frustradas por el operativo de reacción, aunque "lograron evadirse o morirse dos reos, nadie sabe", reconocen funcionarios.

El cura del pueblo, José Camarena, es reacio a la crítica. Reivindica el papel espiritual para ayudar a los reos, pero se resiste a hablar más. "Hablen con los internos, ahí está la verdad". Camarena fue deportado de las Islas Marías hace 23 años por sus cuestionamientos. Regresó hace cuatro años y lo único que constata es la desesperanza que hay en la isla.

Pese a la libertad restringida, los reos identifican al mar como los barrotes y los custodios que dejaron en sus penales de origen.