JUEVES 13 DE ABRIL DE 2000
* Se festejan 20 años de The Wall, gira mundial del ensamble británico
Is there anybody out there?, un tesoro discográfico con la música de Pink Floyd
* El lanzamiento del álbum coincide con la versión en DVD de la película de Alan Parsons
Pablo Espinosa * Transitar del existencialismo al nihilismo sin caer en la amargura. Elevarse, en estado de euforia anímica, al hedonismo, transpirar lo dionisiaco. Vivir.
Los efectos, significados y trascendencia de una de las obras clásicas del siglo veinte, el álbum conceptual The Wall, del ensamble británico Pink Floyd, contiene esos y otros elementos más. Trátase de un mural de sonidos, un tratado de filosofía, un espejo nítido de la vida contemporánea, una de las expresiones capitales de la cultura rock.
La buena noticia es que para festejar el aniversario 20 de la gira The Wall, acaba de aparecer en los anaqueles de novedades un tesoro discográfico: una edición especial, a todo lujo de impresión, diseño e imaginería, titulado Is there anybody out there? (EMI), que en dos volúmenes, encartados en hermoso libro, documentan para la posteridad los conciertos de Pink Floyd realizados entre 1980 y 1981, con esa obra maestra denominada precisamente The Wall.
A esta buena nueva se le apareja otra, también de dimensiones colosales: la aparición del filme The Wall, realizado por Alan Parsons, en versión DVD. Prodigio.
Conexión vital de una música
Ambos, disco doble compacto y DVD, se complementan, pues los materiales de Is there anybody out there? fueron grabados de manera original para el filme de Parsons, hoy también impronta.
Resulta impresionante, entre otros elementos, la conexión vital que ha establecido la música de Pink Floyd, y en particular Wish You Where Here y The Wall, desde su mismísima aparición. Las nuevas generaciones, los chavos, son expertos en música que fue concebida cuando ellos eran aún esperma y óvulo en los cuerpos de sus padres. El mensaje estético pinkfloydiano lo tienen perfectamente atado al corazón, cosido al cerebro, untado a la piel.
A los ruqueros y a los chavos nos une una devoción casi en trance cuando escuchamos The Wall. Es inevitablemente fa scinante. Es irresistiblemente hermoso. Es arrebatadoramente revitalizante.
Entre los materiales que contiene el bello libro en el que vienen insertos los dos compactos de Is there anybody out there? se incluyen, además de los diseños del maestrísimo Gerald Scarfe, sus dibujos para el filme de Alan Parsons, esas flores sexualísimas, testimonios en primera persona a cargo de Sus Eminencias Roger Waters, David Gilmour, Nick Mason y Richard Wright, los mismísimos Pink Floyd, esos músicos clásicos del siglo veinte.
La idea de The Wall la concibió Waters en una situación límite, como han nacido muchas obras maestras, justo en el m omento cuando alguien o se pira o revive: a punto del truene emocional, del desajuste existencial definitivo, como le sucedió a su compañero de ruta Syd Barret (ese loco genial a cuya memoria le fue levantado un monumento, también para la posteridad, el álbum The Dark Side of the Moon). Un instante después de escupir en la cara a un chavo desaforado en el mosh pit de uno de sus conciertos en vivo, Roger Waters díjose a sí mismo: šaguas, Waters, te estás pirando! y púsose a reflexionar acerca de cómo se truena una existencia sin darse uno cuenta.
El resultado es una obra de arte: una pared como metáfora de la incomunicación, la soledad, la estructura de la desolación, los efectos que la vida en sociedad tienen sobre la intimidad de los individuos. Una obra sobre las virtudes y los defectos de la soledad. Una partitura de dimensiones sinfónicas cuyo tema es la vida contemporánea, nada menos.
Lírica profunda e insondable
A sus 56 años, Roger Waters está cada vez más convencido de que The Wall es lo mejor que ha hecho en su preciada vida. Lo mismo piensa David Gilmour respecto de sus rolononones titulados Wish you were here y la devastadora Comfortably numb, ambas también complementarias, la una concentrada en el dolor y/o el azoro ante la imposibilidad de la pareja, la otra hecha un crisol existencial: el verso I have become comfortably numb bien puede aplicarse por igual a un personaje de Albert Camus que a cualesquiera de nosotros en situación de crisis, depresión o mero estado contemplativo de la vida (I have an amazing tower of observation/ but I got nowhere to fly to. Tengo una asombrosa torre de observación ųo capacidad de análisis, en sentido metafóricoų/ pero no tengo hacia dónde volar, dice Roger Waters en una de las rolas de The Wall: Nobody home).
Ver en versión DVD el filme The Wall, de Parsons, escuchar con las bocinas resoplando de placer los dos discos que componen la edición limitada de Is there anybody out there? es una experiencia más que religiosa, es un pasón de felicidad, es un atragantamiento de belleza, es una orgía de los sentidos, es una respuesta al sentido de la vida.
La experiencia es arrolladora, una suerte de néctar sónico que produce efectos alucinógenos. Exacto, como si fuera droga. Pero benigna, sin efectos secundarios. Mentira, sí tiene efectos secundarios: uno es más ser humano cuando termina The Wall y uno está exhausto de tanto placer. El contenido de esta ópera rock, este teatro musical, este relato en apariencia inofensivo pero que contiene dinamita existencial pura, es digno de premio Nobel. La alta poesía de las canciones, la lírica de Waters, es tan profunda como insondable.
La música de Pink Floyd es una de las maravillas de esta era hermosa que vivimos. Es la música, tan, pero tan bellísima como conceptual, de los maestrísimos Pink Floyd.
Viva la vida.