JUEVES 13 DE ABRIL DE 2000

* El documental de Wim Wenders nació con la torta bajo el brazo


Buena Vista Social Club sedujo a los asistentes

Angel Vargas * Hasta las fibras más reacias del miocardio se sacuden con el ritmo de ''los superabuelos" del Buenavista Social Club. Y si con su música y sus voces son capaces de poner al mundo patas pa'rriba, qué esperar ahora del documental en el que Wim Wenders los presenta allende los escenarios y estudios de grabación, para descubrir esa parte humana y cotidiana que los motiva a vivir con tanto filin. Candela pura.

Como sucedió con el disco homónimo, el largometraje Buena Vista Social Club nació con la torta bajo el brazo. Es inminente que el éxito del primero será el destino también del segundo. De facto, uno es indisociable del otro: monumentos a la calidad neta. Cosa ma'linda, caballero.

Por lo apreciado en la premier del filme en México, celebrada anteanoche con una bullanguera y concurrida pachanga en el Salón 21, prometedores son los augurios que le esperan en salas nacionales a esta realización del director alemán, quien sólo requirió cien minutos para transmutar en coloridas y conmovedoras imágenes todo ese hechizo sonoro invocado por una pléyade de leyendas de la música cubana, como Compay Segundo, Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo, Rubén González, Cachaíto López, et al.

Variopinta fue la concurrencia que desde antes de las 21:00 horas comenzó a poblar las más de siete centenas de sillas distribuidas a lo largo de la pista de baile y en lo alto del inmueble de Polanco. Estaban desde los conocedores de los ritmos afrocaribeños hasta los que se dejan llevar por los vértigos de las modas y no saben dónde ni por qué están, pero están.

 

Baile al ritmo de Son 14

 

Luego de casi una hora de espera y ante un incesante hormigueo de personas que buscaban un asiento disponible, la imagen se hizo en la pantalla y en adelante fue muy difícil separar la mirada de ella, salvo cuando algún mesero prendía su lamparita y cuchicheaba preguntando a alguno de los presentes sobre la bebida que deseaba para tranquilizar la sed; porque eso sí, privilegiados entre los privilegiados, para coronar el desarrollo de una buena película, no hay nada como una Coronita ųy no es comercialų, un tequila o un ron, y habría sido pecado no aprovechar lo que en la mayoría de salas cinematográficas está prohibido.

Wenders encara, desde un principio, el reto de describir a cada una de esas glorias musicales hoy harto conocidas merced al álbum Buenavista Social Club, a partir de una superposición de diversos momentos y espacios. A cada uno de los músicos se les puede ver presentándose, compartiendo la intimidad de su hogar y su entorno, explicando la génesis de su gusto por el arte y cantando tanto en la calle y en los estudios de grabación hasta en una sala de conciertos en Amsterdam y en el mismísimo Carnegie Hall, en Nueva York.

Al término de Buena Vista Social Club no resta sino aceptar que lo entrañable se vuelve más entrañable bajo la óptica del realizador, en esta ocasión biógrafo-poeta. El público queda seducido por ese crisol de emociones y sensaciones capturado en la pantalla, que en momentos lo tiene en la quietud total, reflexiva, y en otros, en el movimiento pleno, marcado por los acordes del son. Contrario a lo que se dice en la canción Veinte años, las escenas son pedazos del alma que se arrancan con piedad.

Para culminar la función y comenzar una prometedora madrugada, y luego de que los meseros en un santiamén dejaron libre de sillas la pista, la música de Son 14 comenzó el baile que se prolongó hasta eso de las dos horas de este miércoles.

Por ahora, sólo queda esperar la respuesta del público mayoritario para el documental de Wenders, cuyo estreno será mañana en 17 salas del DF.