JUEVES 13 DE ABRIL DE 2000
Agua es vida
* Jean Meyer *
En algunos estados del norte del país ha empezado el séptimo año de sequía. šOjalá y se respete el calendario bíblico y después de los siete años de vacas flacas, vengan los siete años de vacas gordas, gracias a esa agua tan necesaria como menospreciada por todos nosotros! Ningún candidato a la Presidencia ha incluido en su programa de gobierno --de hecho, ninguno tiene tal programa-- una política del agua. Sin embargo, se trata de un recurso tan estratégico para México (y para el mundo) como el petróleo; más que estratégico: vital.
Gente bien informada dice que la causa profunda del conflicto entre israelíes y árabes, antes que la tierra, es el agua. Sin agua, la Tierra Santa no es más que un desierto; sin agua, el Bajío no tardaría en volverse un árido mezquital; la laguna de Cuitzeo se está muriendo y el mar chapálico también. En eso hay algo de un proceso natural que se mide en miles, decenas de miles de años y que nos rebasa: la desecación y desaparición de todos los lagos del oeste de América del Norte, desde el gran lago salado de Utah, hasta la laguna de Chapala. Pero el hombre acelera dicho proceso y bien podría volverlo irreversible.
Los especialistas del agua, tanto los de las grandes compañías capitalistas, como los expertos científicos, son pesimistas y predicen que el siglo XXI se ve tan amenazado por la escasez de agua, que los principales conflictos internacionales bien podrían ser provocados por la necesidad de asegurarse el control del valioso recurso. Cuando uno se entera de que en tal o cual capital del Estado mexicano, aún no hay medidores y casi no se cobra su consumo, cuando uno lee lo que gasta en agua cada día una familia clasemediera de cinco personas, cuando uno sabe lo que se va al drenaje profundo, sin ningún tipo de reciclaje ni reutilización, uno no puede dejar de pensar que los dioses nos han vuelto locos para perdernos. Una vez más, estamos cortando la rama en la cual nos encontramos sentados.
El Instituto Hidrológico de San Petersburgo --no, Rusia no es un país del Tercer Mundo--, autoridad mundial en el tema de las reservas acuíferas del planeta, afirma: "En 2025, la mayoría de la población de la tierra vivirá en condiciones malas o catastróficas en relación con su abastecimiento en agua" (World Water Resources, Unesco).
Hace 15 días se reunió el Segundo Foro Mundial del Agua, en La Haya, para ratificar esa voz de alarma y convencernos de la necesidad de hacer algo.
Existe ya un Consejo Mundial del Agua, el cual entregó al foro un documento intitulado Panorama del Agua en el Mundo: dos problemas son inseparables, a saber: la insuficiencia de las reservas naturales frente a un consumo incontrolado y la contaminación de los ríos, lagunas, mares y mantos freáticos por la agricultura, la industria y la urbanización. Para bien o para mal, el reto del agua es un capítulo más de la mundialización, como la demografía y las migraciones; y, como siempre, los primeros en reaccionar son los neoliberales y, se me olvidaba, el Banco Mundial.
El Banco Mundial es, de hecho, uno de los principales inspiradores del Foro de La Haya y defiende la idea de que la única manera de salvarnos, salvando el agua, es cobrarla; fijar un precio primero, cobrar enseguida. Puedo imaginar lo que van a gritar: el Banco Mundial obliga a México a privatizar el petróleo, la educación, el agua, el aire. Dejemos a un lado, por ahora, las eventuales soluciones al gran reto, y empecemos por tomar conciencia de dicho reto. Es evidente que el mercado no puede ser el mecanismo único de una política hidráulica mundial, pero, por favor, dejémonos de ideologías en un asunto tan vital como la preservación de la tierra y del bosque, ya que su triple destrucción a través del despilfarro actual lleva a una sola consecuencia: la desertificación y la muerte. Mientras, los mexicanos deberíamos apurarnos en considerar nuestra escasa agua como un patrimonio común, legado por la historia y la naturaleza que debemos conservar para las generaciones venideras, en lugar de despilfarrarla como lo hacemos ahora, con una espléndida y criminal inconsciencia. *