Guillermo Almeyra
Agua, luz, universidad pública: el gran asalto
La amenaza de privatización de la energía eléctrica, abundante en Costa Rica dadas sus centrales hidroeléctricas, y estratégica en cualquier país del mundo, provocó la mayor movilización y protesta nacional en la historia de los ticos, con más de 100 mil manifestantes (sobre una población adulta de menos de un millón de personas), que hizo retroceder esa medida. Por su parte, el intento de privatización del agua, con el consiguiente aumento de tarifas, generó en Bolivia enormes protestas populares -gremiales, estudiantiles, campesinas-. A pesar de que el gobierno del ex dictador Hugo Bánzer les respondió con el estado de sitio, que provocó varios muertos, centenares de heridos y decenas de líderes sociales deportados a la selva, los campesinos y los estudiantes ganaron cuando la policía y el ejército comenzaron a amotinarse. En Ecuador, los indígenas obligaron al gobierno a ceder en su intento de privatización del Seguro Social campesino y a proponer una amnistía a los detenidos, sobre todo militares, por la rebelión anterior. Simultáneamente, los ataques contra el funcionamiento o la existencia misma de la universidad pública agitan hoy Italia, España, Francia, Argentina, por no hablar del caso de la UNAM.
Tanto en el tema del agua y el de la energía eléctrica como en el de la educación se está frente a una inmensa expropiación del bien público y se quita a los países palancas fundamentales para su desarrollo autónomo, subordinando sectores estratégicos fundamentales a las necesidades y al lucro de las grandes empresas. Se retroceden cien años o más para retrotraer todo al dominio privado y reducir la esfera de lo público casi al solo aparato estatal de represión. Lo que eran, son y deben ser derechos (al agua potable y accesible, a la energía eléctrica barata para el consumo campesino y domiciliario, a la educación pública y gratuita) quieren transformarlos en servicios que sólo los más ricos podrán pagar. Así se pretende arrojar fuera del riego a vastos sectores campesinos, volver barrios y pueblos argentinos enteros al uso del candil ante la imposibilidad de pagar los carísimos servicios eléctricos (que para las empresas están subvencionados), retornar a la educación privada, cara y para pocos, como hace un siglo. Y en la salud, por ejemplo, cada vez más se convierte en caridad lo que es también un derecho.
El capital no puede ofrecer un futuro a todos ni le interesa hacerlo. Se limita, por consiguiente, a ofrecer un presente (incierto, por lo demás) a unos pocos privilegiados, cuyo nivel de civilización depende simplemente del mantenimiento de un nivel de ingresos que la especulación financiera y la crisis económica y social amenazan constantemente.
El intento de destrucción de la universidad pública para colocarla como sirvienta en casa de las empresas es particularmente criminal, pues se busca con él obstruir la principal fuente de formación de creadores, investigadores, pensadores, profesionistas y técnicos de alto nivel de cada país, para que el mismo deba depender por entero de la importación de técnicas y conocimientos de las empresas que financian los grandes centros de enseñanza y de investigación en los países industrializados. Se trata de una vuelta de tuerca fundamental en la dominación imperial, del desarme de los cerebros para eliminar las bases de una posible resistencia con alcance nacional, sobre todo en los países donde los estudiantes forman parte de la intellighentsia, la cual tiene un papel de dirección política. Si la Universidad de San Andrés lucha hoy junto a los campesinos, en Bolivia, si la de San Marcos en Perú o la de Cuenca en Ecuador defienden la democracia y los derechos populares, eso no sucedería si la enseñanza estuviese en manos de las empresas (trasnacionales) y las universidades fuesen tituladoras pagadas de profesionistas formados de espaldas a los problemas sociales y nacionales y de cara sólo a las necesidades técnicas y comerciales de los patrocinadores de esas manufacturas de seres acríticos.
Hipócritamente, el Banco Mundial se espanta por la terrible difusión de la miseria que provoca con la política que propone e impone. ƑAcaso la reducción del ya escaso consumo de agua no tiene efectos sociales en el campo? ƑAcaso la visión meramente comercial del problema energético no agrava las diferencias sociales e impide el desarrollo? ƑAcaso impedir la investigación nacional y reducir la enseñanza superior en un país no es empobrecerlo? La visión neoliberal, no nos cansaremos de repetirlo, es incompatible con el desarrollo.