La Jornada domingo 16 de abril de 2000

José Agustín Ortiz Pinchetti
Madura el festival de la capital

Cada primavera asisto y disfruto del Festival del Centro Histórico.

Hace unos 8 años escribí un artículo ("El festín de los criollos"), en el que a la vez que elogiaba a sus organizadores, criticaba su carácter "elitista". Yo lo veía entonces cerrado al pueblo de la capital. Ahora, cuando se cumplen dieciséis años de que se iniciaron los festivales, creo que debo felicitar a los fundadores y a los que hoy dirigen y patrocinan los eventos. Creo que han modernizado el festival que alcanza ya su madurez social, cultural y política. Los espectáculos son de calidad internacional y hay una clara democratización en la propuesta. Acuden y se integran diversos grupos sociales y se ha abierto la puerta a la juventud. La organización es espléndida. Es un gran logro y habiendo tan pocas cosas que aplaudir, hay que aplaudir ésta con entusiasmo.

Yo creo que para empezar hay que reconocer el mérito de los fundadores. Unos cincuenta criollos ilustres y/o ricos y/o poderosos y/o influyentes intentaron llamar la atención sobre la riqueza contenida en el "Primer Cuadro" y su deterioro progresivo. José Iturriaga en los años sesenta lo había denunciado. Con capacidad visionaria propuso al presidente Adolfo López Mateos en 1962 atraer a los capitalistas nacionales a un gran proyecto de recuperación. El regente Uruchurtu, que en el fondo pretendía convertir a la capital en un Houston del subdesarrollo, saboteó a Iturriaga y las cosas siguieron descomponiéndose.

El grupo de notables encabezados por Francesca Saldívar en lugar de enviar memoriales a los presidentes o a los regentes se pusieron a trabajar y crearon el primer festival con espectáculos selectos en iglesias y palacios barrocos. Tuvieron la originalidad de asociarlos con eventos gastronómicos. La gente se dio cuenta de que el Centro Histórico existía y que la ciudad de México era mucho más que los periféricos y los suburbios neocalifornianos. La señora Saldívar dirigió 12 años el festival. Poco a poco fue transformándose. Abriéndose cada vez más a actos masivos.

Hoy esas tendencias se han integrado y se han magnificado. El festival es dirigido por el ingeniero Roberto Vázquez. El y su equipo trabajan de modo intensivo todo un año para darle relieve al festival. Demuestran lo bien que podemos hacer las cosas.

Esta nota no puede contener una crónica del centenar de ofertas culturales del festival del año 2000. Hay una información muy amplia en los periódicos. Recomiendo el artículo de Angeles González Gamio, La Jornada III/00. Me voy a concretar a ciertas peculiaridades. El festival se organizó en dos ejes: el Palacio de Bellas Artes (donde se pudo atraer el patronazgo empresarial y elevar la calidad de la oferta artística), y el Zócalo (que se convirtió en un escenario para las presentaciones de calidad internacional). Esta plaza es el espacio del poder y la movilización. Los organizadores esperaban que los espectáculos atrajeran a 250 mil personas pero asistieron más de 700 mil a disfrutar grandes espectáculos de música sinfónica, jazz, danza. Una exposición a cielo abierto de las esculturas de Juan Soriano a las que se enfrentó el pueblo con una alegría juguetona que conmovió al autor.

Se creó un patronato de jóvenes (edad promedio de 25 años), que eligieron los espectáculos y ayudaron a conseguir a los patrocinadores. Así la gran plaza fue escenario de tecnomusic y grupos de rock pesado. También se convirtió en salón de baile con la Sonora Santanera.

Un punto clave ha estado en la estructura del financiamiento. Los espectáculos en recintos pequeños y en las salas de conciertos son caros. Proporcionan excedentes que permiten la realización de los actos gratuitos, una especie de redistribución del ingreso.

Lo más importante: la colaboración de los organizadores y empresarios con las autoridades y de las autoridades entre sí. El primer gobierno democrático del Distrito Federal elevó los subsidios y los apoyos al festival. Conaculta también auxilió con gran generosidad. La colaboración incluyó un pueblo autodisciplinado, sensible y culto (no se reportó ni un solo abuso, agresión o asalto), todo ello signo de un cambio político y cultural.

Respecto de la intención política creo que el festival de la primavera se mantiene fiel a su propósito original de poner una luz intensa sobre la riqueza del Centro Histórico y la necesidad de preservarla y rescatarla. No es una tarea fácil justamente por la complejidad del acervo urbano que hay que recuperar y por la escasez de recursos financieros. La idea sería provocar un círculo virtuoso. Atraer grandes inversiones que recuperaran plazas y palacios, lograr una progresiva regeneración que se ha dado de modo espontáneo en las villas coloniales de México (Coyoacán, Tlalpan, San Angel, etc.).

Yo le pregunté por una fórmula al ingeniero Vázquez, quien conversó amablemente conmigo sobre el tema. Su respuesta fue puntual. Bastaría que el Presidente de la República y que el jefe de Gobierno de la ciudad estuvieran dispuestos a vivir uno en el Palacio Nacional y el otro en la Casa de las Ajaracas para que hubiera un fenómeno formidable de recuperación. Creo que tiene razón. Los polos del poder actúan magnéticamente sobre las conciencias y la economía. Les preguntamos desde esta nota cuáles son sus intenciones domiciliarias a Cuauhtémoc Cárdenas, Vicente Fox y Francisco Labastida. También a Santiago Creel, Andrés Manuel López Obrador y Jesús Silva Herzog. Esperamos su respuesta.