La Jornada domingo 16 de abril de 2000

VENTANAS Ť Eduardo Galeano
El caballo

Galeano Tarde tras tarde, Paulo Freire se colaba en el cine del barrio de Casa Forte, en Recife, y sin pestañear veía y volvía a ver las películas de Tom Mix. Las hazañas del cowboy de sombrero aludo, que rescataba a las damas indefensas de manos de los malvados, le resultaban bastante entretenidas, pero lo que a Paulo de veras le gustaba era el vuelo de su caballo. De tanto mirarlo y admirarlo, se hizo amigo; y el caballo de Tom Mix lo acompañó, desde entonces, toda la vida. Aquel caballo del color de la luz galopaba en su memoria y en sus sueños, sin cansarse nunca, mientras Paulo andaba por los caminos del mundo.

Paulo pasó años, añares, buscando esas películas de su infancia:

-ƑTom qué?

Nadie tenía la menor idea.

Hasta que por fin, a los setenta y cuatro años de su edad, encontró las películas en algún lugar de Nueva York. Y volvió a verlas. Fue algo de no creer: el caballo luminoso, su amigo de siempre, no se parecía ni un poquito al caballo de Tom Mix.

Paulo sufrió esta revelación a fines de l995. Se sintió estafado. Cabizbajo, murmuraba:

-No tiene importancia.

Pero tenía.

En esas Navidades, Nita le regaló una pelota. Paulo había recibido treinta y seis doctorados honoris causa de las universidades de muchos países, pero nunca nadie le había regalado una pelota de futbol. El sólo había tenido, allí lejos en el tiempo, pelotas de trapo. La ofrenda de Nita brillaba y volaba por los aires, casi tanto como su caballo perdido.