La Jornada lunes 17 de abril de 2000

Elba Esther Gordillo
El debate que viene

El próximo debate televisivo entre quienes aspiran a la Presidencia de la República puede convertirse en una parte más del show o en una oportunidad para confrontar proyectos de nación y perfiles de gobierno. Los electores podrán encontrar lo mismo argumentos para orientar su voto, que un episodio más en la ya larga serie de dimes y diretes que se han proferido algunos candidatos.

Es cierto que en la actualidad la política --sobre todo en tiempo de elecciones-- parece privilegiar las apariencias por encima de las propuestas; las ocurrencias se sobreponen a las ideas; las imágenes, en desmedro de los argumentos.

También lo es, sin embargo, que ni las frases ingeniosas ni las imágenes bien cuidadas sustituyen a las biografías, los compromisos, las experiencias. Pese a la capacidad de penetración de la pantalla chica no resulta fácil creer que los escasos segundos de duración de un spot remplacen las horas de campaña, la historia del candidato. Por tanto, en un debate concurren por igual esto y aquello, los aportes y las propuestas, las apariencias y los programas de gobierno.

Si bien se mira, más que un show de la política, los debates deben ser un mecanismo democrático que busca: a) ofrecer a los electores una mirada a las fortalezas y debilidades de los candidatos, sus planes y programas, así como su compromiso para llevarlos a cabo; b) institucionalizar el conflicto político, es decir, que el enfrentamiento entre quienes disputan el poder se mantenga en el terreno del acuerdo y la racionalidad, de los argumentos y los consensos; y c) fortalecer la cultura democrática tanto de los candidatos --quienes deberán prepararse de la mejor forma para enfrentar el debate-- como de los electores, quienes podrán discernir acerca de las diferentes opciones que se les presentan.

Philippe Braud escribe en El jardín de las delicias democráticas: "en la democracia se conversa (con los amigos), se negocia (con los socios), se polemiza (con los adversarios); pero no se usa la coerción para triunfar". En un debate, nos dice, "se trata de destruir con palabras rimbombantes; asesinar con frases insidiosas; se tratan mutuamente de facciosos aun cuando no existen bandas armadas".

Por lo demás, los debates entre quienes compiten por el poder son, también, una oportunidad para consolidar o remontar ventajas, para adelantar en la competencia e incluso para ganarla. Frente a las cámaras y en igualdad de condiciones, los debates nos muestran la mucha o poca capacidad de los candidatos para responder a cuestionamientos puntuales, proponer en poco tiempo sus propuestas, etcétera.

Reconocer los alcances que tienen los debates televisados y la pantalla chica en general sobre los electores, bajo ciertas condiciones de competencia, nos conduce a identificar sus limitaciones. Sería muy lamentable que construyéramos nuestra democracia con imágenes, que la apariencia fuera el factotum de lo político.

Manuel Castells, en una obra que se ha convertido en referencia obligada en estos temas, nos recuerda: "En el Brasil de la década de los noventa, Collor de Mello fue elegido presidente desde la nada debido a su magistral actuación televisiva, pero el pueblo tomó las calles para obligarlo a dimitir cuando resultó evidente que era un sinvergüenza que saqueaba al Estado".

La sociedad no puede permitirse ser reducida a un simple teleauditorio. La democracia se construye con ciudadanos, no sólo con televidentes. Con una mirada crítica los ciudadanos debemos escrutar el desempeño de cada uno de los candidatos durante el debate, sin perder de vista que el próximo 2 de julio votaremos no sólo por el candidato más carismático, sino por quien podría ser el mejor Presidente.

Con todo, y por salud de nuestra democracia, el debate entre los candidatos no debería de ser sino uno más entre tantos otros que no sólo se dé entre los candidatos, sino entre los ciudadanos y a diario.

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